Dos conquenses en el Sahara. Cuarta etapa Touareg. Dunas y el mercado de Rissani
Cuarta jornada, día espléndido. Al inicio de la mañana dieciocho grados y, a lo largo del mediodía, en torno a los veinticinco en plenas dunas con lo cual fenomenal porque no hace un calor agobiante aquí en pleno desierto. Así comienza, Manuel Sanz, la crónica de esta cuarta etapa a la que, Luis Lapeña, pone la nota técnica: vamos veinticuatro personas con destino, fundamental, el de hacer las dunas en vehículos todoterreno 4×4 con reductora y, sí, hay que aflojar la presión hasta hacer 0,9 o un kilo para poder subirlas porque tienen su peligro. Hay que subirlas con mucho conocimiento, sobre todo al llegar arriba, y bajarlas con más cuidado aún. En este tipo de conducción, por las arenas del desierto, llevamos emisoras de radio de 2 metros de frecuencia y vamos hablando de un coche a otro aunque, Manolo Plaza, va dirigiendo todas las bajadas las subidas, todo claro. Son difíciles y hay que ir surfeándoles las crestas y cogiendo inercias para subirlas con el motor a tope, no atascar y no quedarte en lo alto colgado tampoco. Hay que subir con el acelerador en su punto porque, si lo pisas poco, te quedas y no subes y, si lo pisas mucho, puedes escarbar en la arena y acabas atascado hasta los ojos con el consiguiente trabajo posterior hasta que se desatasca, cosa que hacemos muchas veces a lo largo del día. Al llegar a lo alto de la duna, si vas muy fuerte, puedes pegar un salto, caer de morro y volcar y, si cortas justo arriba, te quedas haciendo el columpio. Digamos balanceándote, en panza, y ya te tienen que venir a ayudarte y a desatascar.
La zona, por la que se mueve el grupo, la situamos en Merzouga. Un pequeño pueblo en el sureste de Marruecos, a unos 35 kilómetros al sureste de Rissani -al que nos referiremos más adelante-, a unos 45 kilómetros de Erfoud y unos 60 kilómetros de la frontera con Argelia aunque el pueblo más famoso, del que ya hemos hablado, sea Erg Chebbi. Hemos llegado a comer al restaurante de Las Acacias, de Mohamed, y hemos comido bastante bien. Es un sitio estupendo y, después, por la tarde, pues venga ruta ruta y ruta divertidísima, con los coches y con esta gente que demuestra, minuto a minuto, que son expertos conductores. Hemos vadeado dunas y hemos alucinado con Manolo (Plaza) porque, Manolo, es el dominio personificado y, si no fuera por él, en más de una duna nos hubiésemos quedado pero, ¿Manolo?, consigue sacar coches de sitios donde nadie lo logra. Tiene una técnica increíble y un conocimiento, vamos, un profesional como la copa de un pino. Después de las rutas nos hemos dado una duchita en el hotel y nos hemos ido a ver el mercado de Rissani en donde he flipado en colores porque, es un mercado increíble en el que puedes comprar desde un burro a una reja para una ventana.
Hay que tener en cuenta que, Rissani, llegó a ser el enclave comercial por excelencia, durante el siglo XIV, al ser una de las puertas del desierto por donde transitaban todos los comerciantes. Es una ciudad situada en un importante palmeral de la región de Tafilalet, a tan solo diecisiete kilómetros de Erfoud, en los valles del Ziz y Rheris, un importante núcleo agrícola (dátiles y frutas) de unos 21.000 habitantes, junto al oasis de Tafilalt, que fue clave para convertirse en una importante parada de las caravanas que conectaban el centro oeste de África con el Mediterráneo a través del Sáhara.
Su mercado representa, de alguna manera, el centro de la vida comercial de la región, muy frecuentado para los que quieren vender y comprar animales pero, también, para proveerse de cualquier producto alimentario, textil, de complementos y de infinitas especias, el aderezo imprescindible de los zocos. Mercado que abre los martes, jueves y domingos y que abastece a gran parte de los pueblos nómadas de las cercanías.
Ya, en el hotel, la cena, otra ducha y a prepararse para la jornada de mañana.
Vídeos
En el comedor
Mercado de Rissani
A por las dunas con Manolo Plaza