La sociedad española tuvo que sufrir durante el siglo XIX diversas guerras, que comenzaron casi con el estreno de la centuria, con la Guerra de la Independencia. Unos años más tarde, con un país empobrecido, llegaron los conflictos y las movilizaciones de tropas como consecuencia de las Guerras Carlistas, que ocasionaron necesidades materiales que había que atender, proporcionando a los ejércitos determinados bienes: víveres, animales, hospedaje, tabaco, etc. Los suministros que precisaban los soldados fueron facilitados por los pueblos por donde pasaban o donde se establecían las compañías y batallones.
Algunos de los lugares que se vieron afectados por aquellas guerras del siglo XIX tuvieron enormes pérdidas, tanto en vidas como en bienes.
El marco cronológico que comprendieron las tres Guerras Carlistas fueron los años 1833 hasta 1876. Los motivos que condujeron a aquellos enfrentamientos hay que buscarlos en la sucesión al trono del rey Fernando VII, que al no tener descendencia de hijos varones aprobó la Pragmática Sanción que establecía la sucesión regular en la Corona de España.
En lo que a suministros al ejército se refiere, y puesto que era obligatorio socorrer a las huestes, la Real Orden de 16 de septiembre de 1848 estableció ciertas ventajas o rebajas en las contribuciones para los pueblos que facilitasen lo necesario al ejército y Guardia civil: que el importe de las cantidades á que ascendiera este gasto se tuviera en cuenta á los Ayuntamientos respectivos, para el pago de sus contribuciones.
De todos los gastos efectuados, la administración de Hacienda ordenó que se contabilizaran, porque, posteriormente, se debían hacer los pagos de todo lo consumido en los pueblos.
Por los datos recabados en el año 1874, sabemos que en Albalate de las Nogueras los vecinos tuvieron que contribuir entregando carneros, borregos, reses, cebada y paja para los animales al Regimiento de caballería de Villaviciosa, nº 6.
Del mismo modo, en Albaladejo del Cuende, los vecinos aportaron cabezas de ganado lanar, cebada y paja a un Regimiento de Artillería a pie.
En Cardenete, en noviembre, se entregó aceite para el alumbrado del Tercer Regimiento de Montaña, y, cargas de leña; además, se situaron guardias en varias casas. Y a la Brigada de transportes también se le dio aceite para el alumbrado del ganado.
Igualmente, los soldados del batallón de Ciudad Real precisaron aceite de los habitantes de Chillarón, en el mes de noviembre, y leña.
El aceite se usó para las guardias establecidas en el puente, en la calle de la fragua y la del callejón de la iglesia, donde se situó el Batallón provincial de Alcalá de Henares. Otros retenes se ubicaron en las calles Real y del Camposanto.
Al Batallón provincial de Ciudad Real, nº 30, se le entregó media arroba de carbón, correspondiente a la guardia de la iglesia de Fuentes.
En San Clemente, en el tórrido mes de agosto de 1874, a los soldados transeúntes de Alcázar de san Juan, Toledo, Huesca, Granada se les dieron raciones de pan.
En Salvacañete, también en aquel verano, el alcalde facilitó 39 raciones de cebada para los caballos que montan los individuos de mi compañía.
En Valverde del Júcar tuvieron que socorrer a tres soldados del Batallón de Reserva de Toledo, facilitándoles cebada y paja por valor de 6 pesetas.
En Cañete hubo un Hospital civil, al que se llevaron raciones de pan, carne, garbanzos, arroz, patatas, vino y tocino, sopa de arroz, cocido, aceite, vino y chocolate.
A unos soldados enfermos de la Reserva de Santander les auxiliaron, en pleno invierno, dándoles raciones de pan y una peseta, cuando llegaron a Cabrejas el 28 de diciembre de 1874:
He socorrido a los individuos de las reservas con ración de pan y el plus de una peseta que han exigido 4 individuos que quedaron enfermos.
A otros, se les dio vino. Este fue el caso de la Brigada de Operaciones y Batallón de reserva de Jaén, nº 1, que estaba en Cuenca.
La leña para los retenes era muy importante cuando se acababa el verano y el frío acechaba. Así, en Villaconejos de Trabaque, se entregó leña y aceite para el calor y alumbrado de la guardia del retén en la calle de la Plaza.
En algún lugar, como en Cañaveras, sucedió que los vecinos no tenían lo que se les pedía: carros. El ayuntamiento hizo un desembolso de 720 reales de vellón para pago de 18 de aquellos carros.
En Mira, igualmente, se solicitó aceite y leña para entregar a un Batallón de reserva.
Un aspecto terrible de las guerras fue la desaparición de los papeles, de los Archivos. En demasiadas ocasiones se ha hablado sobre la pérdida de los Archivos, papeles y otras cosas durante una guerra. Y esto verdaderamente fue así y así quedó documentado. Estas pérdidas irreparables de documentos sucedieron en todas las guerras. En el año 1843, en Beteta, los facciosos acabaron con el Archivo municipal. Un efecto terrible de la Primera Guerra Carlista. Aquellos hechos quedaron reflejados en un expediente iniciado el 6 de febrero. Un testigo, Enrique Antón, que fue procurador de la villa en aquel año 1839, declaró lo siguiente, acerca de la necesidad de reunir 8 mil reales
Sabe y le consta que con el resto del ayuntamiento citaron a todo el pueblo, y, reunido, les hicieron saber cómo los facciosos se habían llevado al regidor decano y con Juan José Saiz como mayor contribuyente, y que era preciso arbitrar o repartir 8 mil y más reales porque se los habían llevado al Fuerte de Zafrilla.
Convino el ayuntamiento y vecindario en vender el Prado de la Fuente Pérez, propio del común de vecinos…
Se anunciaron remates por edictos, etc, para estas subastas.
Se formó el expediente de remate con las formalidades de estilo, pero como expulsaron al escribano del ayuntamiento de aquel año, le ocuparon todos los papeles y se perdió también el Archivo, no será fácil allarlo, que es cuanto sabe.
Un asunto ineludible en las guerras son las deserciones. Con el caso que se expone a continuación, se puede comprobar qué sucedía cuando se tenía noticia de uno o más desertores. En el año 1841, se publicó este anuncio en el Suplemento al Boletín oficial de la provincia de Cuenca:
Habiendo desertado de sus banderas los soldados del Regimiento de Vergara 7º ligero Peninsular, Sebastián Izquierdo y Ciriaco Moreno, naturales de Hinojosos de la Orden y de Alconchel, cuyas señas se espresan a continuación, prevengo a los Alcaldes constitucionales que en el caso de presentarse en alguno de sus respectivos pueblos o términos de su jurisdicción, procedan, desde luego, a su captura, haciéndolos conducir con toda seguridad a esta capital y a mi disposición para los efectos convenientes.
A este anuncio acompañaba una descripción de los desertores porque, lógicamente, no había fotografías para publicar en prensa. Estos fueron los datos de uno de los evadidos:
Señas de Sebastián Izquierdo:
Edad, 20 años. Estatura, 5 pies. Pelo y cejas, castaño. Ojos pardos. Nariz regular, color trigueño; barba, ninguna.
Idem de Ciriaco Moreno:
Edad, 20 años. Estatura, 4 pies 11 pulgadas, pelo y cejas castaño. Ojos pardos, nariz regular. Color trigueño. Barba, ninguna.
Otras pérdidas irreparables fueron las causadas por las milicias en los edificios de conventos y monasterios. Así, el 17 de febrero de 1840, un tal José Mayor, de 38 años y vecino de Cuenca, fue llamado a declarar como testigo, por los destrozos ocasionados en el convento de la Trinidad, en Cuenca:
Por haberse hallado ausente en Tarancón, y leydo el oficio que por cabeza que emana del parte dice, que es en todo conforme del que dio al Comisionado principal de Amortización, de que los soldados que están de guardia todos los días en el edificio de la Trinidad y son de los cuerpos de Ceuta, Plasencia y Provisional habían quemado dos puertas, un sin número de tablas de los techos del camaranchón y en el portal.
De resultas de encender la lumbre y subir hasta el techo la llama, se ha undido un pedazo del que lo cubre, sin duda alguna por la mucha lumbre que encienden en él, que también se undió un pedazo de techo de la cocina por el mismo motivo, y cogió debajo a un soldado de los de la columna del General Hoyos, y a una muger de las emigradas que avitan en él, habiendo sufrido el primero de sus resultas 5 heridas y una en un costado la segunda, que también diferentes soldados de la misma división cortaron dos vigas y las quemaron en dicho convento.
Que viendo esto el declarante dijo que porqué hacían aquello, a lo que le contestaron que hasta que no le quemasen a él, que callase y no hablase palabra, que de esta ocurrencia dio parte al ayudante de plaza, quien le expresó lo haría al Comandante general.
Se remitió a manos de la Junta superior el expediente instruido para la averiguación de los destrozos y excesos cometidos por las tropas alojadas en los conventos de san Francisco y Trinitarios, que fueron de esta ciudad, de que a vuestras señorías se les tiene ya avisados con el objeto de que ya tengan conocimiento más minucioso y en debida forma, ya en cumplimiento de la obligación de esta corporación y para alejar de sí toda responsabilidad de tales desórdenes, que como la ilustrada penetración de vuestras señorías conocerá por las circunstancias que la acompañan, no está en su mano remediar y que tal vez el celo de vuestra señoría podrá preveer para lo sucesivo.
El paso del ejército por los pueblos suponía un enorme menoscabo, tanto en los bienes que se debían entregar, como en las pérdidas materiales causadas por los destrozos y saqueos. La sociedad e instituciones del siglo XIX sufrieron aquellas terribles consecuencias, con guerras consecutivas, que no permitían una sostenida recuperación. A esto hay que añadir otras calamidades derivadas de una meteorología adversa, las enfermedades y epidemias, en una sociedad bastante empobrecida, a la que no le quedó más alternativa que sobrevivir con lo que había, que era poco.
Por Mª de la Almudena Serrano Mota. Directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca