Huete, 1986. Me estoy distrayendo porque la cama es mala pa los viejos. Se está aquí mejor porque es bueno pa la respiración, me dice Julián mientras excava patatas en el huerto. Esto da aires, añade mientras hace un pequeño alto para atenderme y decir, además, que las patatas son del año pasado porque las dejó por dejadez. Hace falta que llueva pero tenemos agua del Borbotón que viene por esa reguera y, con ella, regamos la vega pero los huertos rinden muy poquito. Estamos cuatro viejos en estas cosas pero esto no rinde die muy cerca de Antonio y de Jesús quien confiesa que, anoche, estuve hasta las tres y eso que no soy Quiterio. Estuve en el baile y dentro de un rato me iré a la procesión. Esto es así, días y días de fiesta a base de alpiste aunque, si fuese el día de San Juan no estaría aquí en el huerto.
Dejamos que las aguas del Borbotón regaran los huertos que quedan a la izquierda según llegas a Huete, antes del Stop, para acercarnos hasta nuestro destino que no es otro que el de vivir, desde dentro, la fiesta de Santa Quiteria porque es la única manera de sentirla.
La procesión
La Banda de Música de la Academia de Infantería de Toledo, diezmada porque la sección de cornetas y tambores toca en estos momentos en la capital regional, nos lleva con marcha lenta hasta la Torre del Reloj en donde espera el alcalde, Sebastián, que es Juanista: pero en los actos oficiales hay que asistir a todos por igual. Soy el alcalde de todos, me dice Sebastián que va acompañado del concejal Manuel Bonilla que sí es Quiterio: bueno, estoy contento porque estamos de fiesta y feliz porque uno lo es en esta fiesta y más cuando es la de mi barrio. El ver a la familia así, reunida, pues es motivo más que suficiente para estar feliz.
Vamos calle abajo en busca del cura, don Pedro, cuando me encuentro con una cara conocida; la de Bautista Navarro: ya estoy en otra música nueva, mire usté. Yo soy de San Juan pero mis hijos son de Santa Quiteria. Mi madre de San Juan, mi padre Quiterio y aquí me tiene, con esta música, añade Bautista con una sonrisa de oreja a oreja.
Son muchos los que, como Rosario Quintana, esperan a la música a pie de calle para hacer más llevadero el camino a la ermita aunque, el que lleva el estandarte, vaya sudando lo suyo: sí. Es que hace mucho calor, me he levantado pronto y, bueno, hay que echar lo de anoche, me comenta mientras explica que el estandarte lo llevan los jóvenes los Quiterios de corazón aunque jóvenes, jóvenes, veo pocos a esta hora en la que abundan de cuarenta para arriba como Gervasio, trajeado: como debe ser. Voy bien a pesar del calor. Si es que no llueve. Llevo calor pero es la procesión y, mire, en ella hay que ir con chaqueta.
Las fachadas de las casas de la calle El Olmillo son blancas y, por sus puertas abiertas, salen miradas, saludos y abrazos que se funden con los que se ven de año y vez y con el sonido de las campanas de la ermita que llaman a un arrebato que aún ni ha comenzado cuando, la gente, busca sombras a toda costa. Dentro, en el interior de la ermita, todo está listo porque días antes unas pocas mujeres del barrio tuvieron a Santa Quiteria entre sus brazos poniéndola guapa enagua a enagua y mandil a mandil para la puesta en andas, en una noche mágica en la que los vítores salieron en carne viva.
El Himno Nacional nos devuelve a la realidad cuando aparece Santa Quiteria entronizada sobre una carroza adornada con claveles rojos, amarillos y blancos. Un corto silencio queda hecho trizas por una traca que, a su vez, es consumida por los primeros vivas contenidos todo un año: ¡Viva Santa Quiteria, Viva nuestra Santa, Viva nuestro barrio, Viva nuestra Patrona, Viva el barrio de San Gil, Viva la hija de Casia, Viva la hija de Catelio, Viva ese Lirio de Pureza, Viva la Flor de las Flores, Viva la mártir Quiteria, Vivan todos tus devotos, Hermosona!.
La carroza que lleva a la Santa avanza lo justo hasta aproximarse a la Banda de música que, este año, estrena el Himno compuesto por su director, Antonio Iglesias: la letra la he sacado de una biografía que me han dado de la santa, una historia. Entre eso y lo que me he inventado, pues he hecho el himno que espero cante la gente.
Tras el Himno y las Danzas, la procesión va camino de la iglesia parroquial en donde se oficiará la misa: ¡Viva la Rosa de Jericó, Viva la Esposa de Cristo, Viva ese Lirio de Pureza, Viva nuestra Santa, Viva la Blanca Paloma, Viva Santa Quiteria, Viva nuestra Patrona!, dicen al tiempo que lanzan la mano derecha en dirección a la Santa, como si lanzaran flores: sacamos la energía de aquí dentro, del corazón. Si usted supiera lo que sentimos cuando le hablamos, lo podría comprender, me dicen. Es tanta la emoción que nos asalta que hace que nos equivoquemos.
Por la calle del Caño, estrecha, Quiteria va a sus anchas: es que mis hijos son muy Quiterios. Tengo uno en Canarias y ha venido aposta desde allí para que mis chicas, Eva y Penélope, hagan la comunión. Nací el día de Santa Quiteria y me pusieron Quiteria, sí. Lo soy de ilusión, de nacimiento y de tó, me dice al tiempo que, por el Caño, brota un manantial de vivas en la voz de Pilar Justo que no atina a explicarme el porqué de esa energía que se va con el viva y el brazo hacia la Santa: esto es emoción, devoción, ganas…de tó, mire usted. Es que llevo un nudo aquí que no me deja ni respirar, me dice su tío, Alejandro Justo, mientras empuja a la carroza con mano temblorosa y ojos que delatan una emoción a punto de estallar:¡ Viva Santa Quiteria, Viva la hija de Casia, Viva la hija de Catelio, Viva ese Jardín Florido, Viva ese Lirio de Pureza, Viva nuestra querida Santa, Viva el barrio de San Gil, Vivan todos tus devotos…!.
Cuando la del Caño se junta con la de la Cuesta del Mercado, una rasante, es capaz de ofrecer una visión de la ciudad de Huete, tan hermosa, que dan ganas de pegar una sentada y dejar que el tiempo vuele por encima de la Torre del Reloj. Quedarse en este albaicín desde el que, Dolores, la gitana Quiteria, manda mensajes y besos a su Santa: Santa Quiteria bendita, hermosona, dice Dolores sin dejar de mirarla. No le digo vivas porque no puedo. Me he levantado de la cama pero van mis chicas por ahí. La quiero mucho. Padezco mucho del corazón y me he levantado a verla. ¡Viva, Vivaa!, responde ella a los que lanzan ya calle abajo en donde me llama la atención este hombre que camina apoyándose en una garrota: soy el más viejo de Huete, el más viejo de los caballeros. Noventa y tres años voy a cumplir el 28 de este. Soy Mariano Sánchez Covisa y soy Quiterio de to la vida. He sido juez hasta Enero, ¿sabe?, añade Mariano que no pudo salir en San Juan porque su mujer está un poco imposibilitada. He subido y he bajado. Me da fuerzas Santa Quiteria como se las da a Manuela que tiraba flores, vivas y lágrimas desde su balcón: estoy llorando, sí. Nerviosa. Estoy muy nerviosa. Padezco del corazón y este día es muy especial. Muy especial.
Unos pies descalzos, los de Eugenia, acarician la calle Caballeros: perdí la cabeza del todo. Loca del todo estaba. No quería a nadie. Ella me sacó de allí. Tengo tres hijos y a mi marido y no quería a nadie pero Santa Quiteria me curó. Por eso voy así, agradecida.
En La Merced
Entre las flores de primavera, Tú la primera, siempre has de ser, porque tu esposo, Jesús amado, te ha proclamado tú debes ser.
La Loa y los vivas se mezclan con el Himno Nacional en un fundido que nos introduce en el interior de la iglesia, diseñada en 1670 por el arquitecto José de Arroyo, en donde los Quiterios son la voz de su motete:
Viva Quiteria la Santa, y al acero su garganta, ofreció por conseguir, gloria eterna y alabanza. Ofreció por conseguir, gloria eterna y alabanza.
En el exterior de la Merced, los pájaros lanzan salvas festejando un día tan mágico como caluroso. Ni un alma por la calle aunque en uno de los bares de la calle Mayor, en una mesa, juegan al dominó. En otra, una mujer de rojo se ríe de no sé qué mientras conmigo, Antonio Quintero y Jesús Calle, cantan lo que los Quiterios tienen como un himno: Corre corre que te pillo, corre corre que te mato, corre corre que te pillo que te saco los zapatos. Santa Quiteria bendita una llueca voy a echar, que me saque doce pollos y un gallo para cantar…
La misa dura lo que cánticos y comuniones consienten y, como un reloj, a la hora de todos los años, Santa Quiteria está en la calle para que la Banda toque y cante de nuevo el Himno que ya nos dejó boquiabiertos en la placeta de San Gil. Eso sí, cuando se agoten los vivas en la plaza de las lágrimas.
Por la calle Mayor la sombra se pone vertical y el pelo natural de la Hija de Casia coquetea con un viento imaginario: va hermosísima. Con el sol, con la sombra y con lo que quieras. Una lluvia de caramelos al pasar por la pastelería hizo que don Pedro, el cura, se alzase un poco la sotana para que a modo de mandil pudiera guardar los dulces: claro, para coger y luego repartir.
Vamos por La Chopera en donde una feria deja ruido y pocas nueces y, ya, por la calle del Olmillo, Julia de la Calle se presenta como la libertad que guía al pueblo desde el balcón de su casa cuando tira caramelos como si fueran pétalos. Es de esas mujeres que te dejan pegado al suelo en momentos en los que, otros, pueden levitar movidos por una fuerza extraña cuando canta a Santa Quiteria la Loa de las Aldeanas: “puesto que estás en el cielo, no me olvides Santa mía. Eres nuestro norte y guía, en este tu patrio suelo… Parece que, año tras año, ha ido sincronizando el movimiento de la Santa con el final de la Loa hasta tocarla casi con sus manos: es que es de todo corazón lo que te quiero, Santa mía. Te pido, te pido pan y salud para el barrio y para el mundo entero. Que me ayudes a llegar a otro año, Santa mía, dice Julia, nerviosa, con la piel de gallina en sus brazos y sin dejar de mirar a la Santa que, ahora mismo, la tiene casi entre sus brazos. Y ya que me has dado tres hijos, que me los guardes y los hagas un poco como yo. Y por favor, guárdame a mis padres, Santa mía. ¡Ayyy!, se me hace un nudo en la garganta y no puedo más. Quien te verá pasar otro año…termina diciendo, Julia, cuando la Hija de Casia se aleja ya camino de la ermita dejando tras sí un reguero de emociones incontroladas que culminan ante la ermita de San Gil: Viva Quiteria la Santa, que al acero su garganta, ofreció por conseguir Gloria eterna y alabanza.
La señal es el sonido de la campana que toca María, la santera y, con ella, la tradición oral que recuerda de dónde venimos: cuando yo era chiquitito mi abuela me enseñó a mí, a decir Viva Quiteria, la del barrio de San Gil. Un lamento Quiterio que se respira en el interior de esta ermita de una sola nave en la que, las paredes, sirven para apoyar cuerpos a punto de caer por el cansancio de la larga mañana, los vivas, las loas, las lágrimas derramadas y este momento al que ningún Quiterio quiere poner fin: ¡Viva nuestra Patrona, Viva nuestra Santa…! le dice Pilar Justo entre lágrimas: si es que este momento es muy duro. Es que mire usted. Aunque la tengamos aquí, hoy, ahora, esto que está pasando solo ocurre de año en año. Es un hasta el año que viene si Dios quiere, dice también Victoriana González. Adiós, Divino Tesoro.
Calle abajo encontré a Tomasa Serrano que descansaba sus ochenta y pico años sentada en un sillón de mimbre. Estaba tomando el fresco: ayer estuve ahí dentro, dice señalando a la ermita, y le dije todo lo que quise y más. ¡Uyyyy!, todo lo que quise. Viva la mártir Quiteria, Viva la Esposa de Cristo, Viva la Pura Doncella, Viva ese Ramo de flores, Viva la Vencedora Española. Tomasa, Quiteria hasta que la tierra se la coma, dice, sabe letrillas, poesías, loas pero es que se me van. Voy diciéndolas pero se me van.
Del mal de rabia abogada, siempre acudes al doliente,
Y con fe eres invocada, y así lo serás por siempre.
A las siete y media de la tarde los Quiterios se hermanaron entrelazando sus manos al compás de marchas militares. Hoy así, mañana con castañuelas me dice Pilar. Los primeros compases del “Corre, corre” que anuncian el final de un galopeo, son como un zarpazo final en lo más hondo de un Quiterio porque, esto, además de dar vida, envuelve memorias imborrables.
Audio. Antonio Quintero y Jesús Calle
Audio Alejandro Justo
Audio Julia de la Calle
Audio. Canciones
Audio Tomasa Serrano