A Horcajo de Santiago, un núcleo de población de la provincia de Cuenca, lo encontramos a horcajadas de las acequias Albardanas y Cantarranas que, cuando se juntan en la avenida del Parque, esta última cambia su nombre por el de Albardana que ni se ve al pasar por el pueblo al estar canalizada y cubierta dejando, eso sí, la calle peatonal de José Montalvo. Se canalizó para evitar sorpresas como la del año 1949 en que se salió de madre pero, de eso, pocos se acuerdan. Son aguas que van a tributar al Riánsares en Corral de Almaguer ya.
La población censada, en el año 1986, alcanza los 3.651 habitantes de los que, la mitad, son hembras. Se mantiene. No ha habido aumento. Se bajó en los años cincuenta de 4.200 a la cifra actual. Es centro comarcal escolar porque, además de los 650 niños horcajeños, aquí vienen otros 75 de Pozorrubio, de Torrubia, Almendros, El Acebrón… Hacen hasta octavo, me comenta el alcalde, Julián Valbuena.
Se vive de la agricultura y de la construcción. Salen desde aquí, todos los días, unos 250 a trabajar a Madrid. Y como a la fuerza ahorcan, hay que buscar trabajo en donde haya y en este caso, Madrid. Bueno, también tenemos una industria, Civinasa, en la que hay más de 40 trabajadores.
Horcajo es un pueblo bien situado en el mapa y, por tanto, bien comunicado aunque su travesía sea de locura. Las calles, la travesía, es que hay un estrechamiento grande. Muy estrecho. Sobre todo para los camiones. Hay unas cunetas muy profundas, peligrosas, que hay que arreglar. Haremos un acerado con Obras Publicas y todo se irá arreglando.
Hace quince años, y estamos en 1986, se asfaltó el ochenta y cinco por ciento del pueblo pero, todavía, no se llega a la totalidad. Es que, a partir de entonces, han surgido nuevos barrios que hay que asfaltar. El de San Sebastian (El Boleo), el Arrabal y, además, una calle de unos 50 metros que tiene también suelo de tierra compactada. También se acaban de comprar veinticinco mil metros cuadrados de terrenos en los que se construirá el nuevo complejo polideportivo quedando cubiertas, así, las necesidades del pueblo.
Este es el Horcajo de las dos discotecas, un pub, una bolera, bares, un próximo centro cultural que supondrá una inversión de 76 millones de pesetas y el de las casas palacio: la del Comisario, la del Jardín, de los Silva, del Marqués y la de la Encomienda o Casa de la Cadena aunque también es de interés la Antigua Cárcel. Es la tierra del Vítor. La mayor fiesta de Horcajo. La única. Hay más pero esta es la única. Es el Vitor, la fiesta de mi pueblo. Es la exaltación de la Inmaculada y eso lo resume todo. ¡Vítor a la Purísima Concepción de María Inmaculada concebida sin mancha de pecado original, Vitor Vitor y Vitor!. Una fiesta de hace siglos. Anterior al Dogma. Antes de que Roma lo promulgara en el año 1854, Horcajo ya defendía el Dogma.
En la plaza, en donde habían instalado las carcasas de los fuegos artificiales, encontré a Ramón Montalvo, secretario de la comisión de festejos que se tomó su tiempo hasta decirme lo que costaba la fiesta: exactamente no le podemos decir porque, nosotros, hacemos el presupuesto en un globo que incluye la feria de septiembre y el Vítor. Entre las dos, unos 4 millones de pesetas pero, el Vítor, sale por un millón y medio y la pólvora por unas ochocientas mil.
El dinero, me dice, se recauda por todo el pueblo. De casa en casa. Unos tres millones sacamos. El resto viene de loterías, tómbolas, vendiendo cosas, poniendo puestos en las fiestas etc. La gente se vuelca con el Vítor. Y ojalá sea así esta noche. Lo digo por lo del año pasado. No se puede entregar el estandarte a las once de la noche. Esta es una fiesta Mariana pero no es folklore ni cabe el gamberrismo. Alegría sí, pero gamberrismo no. Es un prestigio que le estamos quitando entre todos. Es la fiesta del Vítor única en España. La procesión nocturna es preciosa y todos los pueblos vienen a ver a la Virgen comenta, casi entre lágrimas, Felipe, compañero de Ramón.
Por las calles de Horcajo, yendo a por el cura, un hombre va tirando cohetes por delante mientras la banda de música, con don Exuperancio al frente, es el marcapasos que nos lleva hasta la pensión de la que sale el padre Rosendo. ¡Uyy!. Un recibimiento con banda y todo para la Virgen, no para mí. Es Ella la que se merece esto. Soy solo un medio para sacar al estandarte y todo este recibimiento forma parte de la devoción a la Virgen, dice Rosendo, sacerdote franciscano capuchino leonés, llegado hasta aquí porque unos amigos, y la comisión de festejos, se lo han pedido. Bueno, yo también me he auto contratado en los últimos tres años. Estoy contento por la fiesta que es única en España aunque tiene que mejorar en algunas cosas.
Minutos antes de las ocho de la tarde llegamos a la iglesia parroquial de la Inmaculada. Un edificio de los siglos XVI al XVII, rematado con una estructura de hierro, que se queda pequeño porque, en él, se han dado cita todos los horcajeños y muchos forasteros. Va a ser casi imposible llegar al altar mayor porque, aquí, en esta única nave con bóveda de crucería en la que se plasma el escudo de la orden de Santiago, no cabe ni un alfiler a pesar de que los bancos han sido retirados con la finalidad de ganar espacio.
Pegado a la pequeña comitiva formada por alcalde y sacerdote, vamos ganando metros en dirección a la sacristía. Es una sensación que nunca había experimentado hasta el punto de que, si me dejara caer, no llegaría al suelo. Mi propósito es llegar hasta uno de los laterales, a mitad de nave, antes de que el pueblo comience a entonar la Salve a la imagen de la Inmaculada que se encuentra, llena de flores, a la izquierda del retablo construido recientemente.
Ni siquiera oí el Amén porque la emoción contenida durante un año salió de miles de gargantas lanzando vítores que, solo los más cercanos, resultaban inteligibles. ¡Virgen Santísima!, grita una mujer. ¡Vítor, Vítor, Vítor! ¡Vítor a la Purísima Concepción de María Santísima Concebida sin Mancha de Pecado, Vítor, Vítor, Vítor! exclama una y otra vez una señora en medio de un gentío piadoso que lanza vítores cuya letra no alcanzas a entender porque, la iglesia, se ha convertido en una caja acvústica en la que chocan las palabras. ¡Hermosona. Vítor a la Purísima Concepción de María Santísima Concebida sin Mancha de Pecado, Vitor!. ¡Por todos mis difuntos, mis ausentes…!
En ese afán de lanzar vítores, muchos no se han percatado de la aparición del Estandarte. ¡Ayyyy!, grita una señora. Ya ha salido, ¡Madre mía, Madre mía, hasta el año que viene que te veamos salir por ahí… ¡Con tu mano bendita, Madre mía!, dice entre sollozos otra mujer sin dejar de mirar al estandarte.
Felipa ha vitoreado a la Virgen levantando el brazo derecho y manteniéndolo firme mientras lanza su Vítor a la Inmaculada. Porque queremos vitorear por si no llegamos a otro año. Y para que venga mi hijo del servicio sin que le pase nada. Que nos ilumine porque falta nos hace. Venimos a vitorearla porque trasplantaron a mi hija del riñón y vengo a darle las gracias, dice otra.
¿Ha visto qué bien? Ha habido apreturas, pero pocas. Me gusta mucho mire usté y, si fuese hombre, estaría allí, adelante, pero con mis ochenta años, ¿a dónde voy? me dice Leonor Escudero que se encuentra junto a Antonio López quien, por cierto, abrió el baúl de sus recuerdos: pues pizca más o menos era, dice. Lo que más se nota es que ahora, ahora estamos mucha más gente y eso pues no sé qué decirle. Antes era todo muy sencillo pero, ahora, mecachis.
No sé si es aire lo que respiro a un metro escaso del altar mayor. Aquí es difícil que alguien se asfixie, me dice Francisco Javier al que le recuerdo que hace ya media hora que hizo su aparición el Estandarte. Todos los años es así, es igual hasta que sale el cura y se lo entregue a los caballos, me dice. El Estandarte es una cosa muy grande y no tengo palabras para explicarlo, añade en medio de ese vaivén que te lleva y te trae cuando, unos y otros, intentan tocar al Estandarte en medio de un credo en el que se convierten los vítores encadenados de estos mozos que calzan botas militares para amortiguar pisotones.
A sabiendas de que a la puerta de la iglesia esperan los caballeros devotos, gano metros aprovechando que pasará al menos una hora para que el estandarte salga a la calle y llegue a las manos de Jesús Pérez. Un ofrecimiento que hizo hace 29 años y que, hoy, lo ve cumplido. Pues porque hay muchos en lista, mire usté, y hay que esperar el turno a que te toque llevar el Estandarte y las borlas.
En el momento en el que hablo con él, Jesús tiene 49 años y, como digo, hizo el ofrecimiento cuando tenía 29. Un ofrecimiento muy especial porque el día que sorteé, me tocó África. Y claro, yo, con tal de no ir pallá, le pedí a la Virgen que si cambiaba mi suerte y no iba a África, pues que sacaba a la Virgen. A las dos horas me dijeron que en lugar de África iba a Madrid y, eso, fue un milagro muy grande.
Jesús y los otros dos caballeros de la Virgen, Casimiro y Ramón García, cubren sus cabezas con unos gorros similares a una mitra truncada de color azul claro en la que han bordado temas relacionados con la Inmaculada y, los tres, montan en caballos enjaezados para la ocasión bajo la supervisión de Fernando el Cebollero: se viste el caballo de bonito porque, eso, es una tradición. Las cabezás las forramos con tela azul y ponemos espejos redondos y, luego, detrás, tapando el lomo del caballo, las mujeres preparan una colcha o un mantón blanco bordado con flores, el emblema de la orden de Santiago o la “eme” de María. El gorro que llevo yo, lo ha hecho mi mujer.
Casimiro ha tenido que esperar 27 años. Uno menos que su hermano Ramón. Lo ofrecí por mi hermano y por mí y por cosas de la mili. Se llevaban a mi hermano a la guerra de Ifni y, porque cambiara la suerte, pues lo ofrecí. Ramón estaba viviendo uno de los días más felices de su vida. Mucho más hombre. Después de esperar tanto y que te toque, pues es para echarte a llorar.
Gregorio Garrido sacó al estandarte en el año 1965. Lo recibió a las diez de aquélla noche fría en la que se fue la luz y tuvieron que hacer el recorrido con antorchas encendidas. Esto ha cambiado mucho, me dice: es que resulta que, ahora, el año pasado, se entregó el estandarte a las once de la noche. ¡A las once!. Hogaño hay que entregarlo antes. Y ha cambiado, sí. Antes no eran tan brutos como ahora. Es que, ahora, ¡se ponen que no sale y no sale!. Ha cambiado desde la democracia porque se ha confundido libertad con otras cosas, me dice Gregorio. Es que, ahora, no se le puede decir ná a nadie, ¿sabe?. No hay educación. Antes decíamos ¡vamos palante! Y, ¿ahora?, te pueden pegar un cebollazo.
En esta hora y cuarto desde que comenzara el rezo de la Salve, hay que registrar algún desmayo, el traslado de algún mozo a la calle y la cara de Saturnina, la madre de Jesús, que brilla más que nunca y eso que no ha llegado todavía el Estandarte. Pues mire usté. Siento muchísima alegría y también pena porque creo que le va a pasar algo, pero no. La Virgen está con él. Nunca pasa nada y, esto, es lo más grande, sí señor. Lo más grande.
El Vítor es la reminiscencia que había entre Maculistas e Inmaculistas. La iglesia quería una manifestación masiva de aclamación a la Inmaculada pero, por un lado estaba el pueblo que la aclamaba y, por otro, el Papa que no se decidía a dar el siguiente paso hasta la llegada de Pío IX que promulga el Dogma en su bula “Ineffabulis Deus” el 8 de Diciembre del año 1854. Aquí tenemos el origen del vaivén. De esa lucha por impedir que el estandarte salga de la iglesia
A las diez y cinco de la noche, cuando comenzó a moverse el Estandarte, Ángel Horcajada, el cura, en pleno júbilo me arrebató el micrófono para anunciar ¡Ahora es cuando el pueblo aclama a su Inmaculada de verdad! ¡Ahora es el momento del Vítor a la Purísima Concepción de María Santísima Concebida sin Mancha de Pecado original, Vítor, Vítor, Vítor!
Uno, que ya ha vivido situaciones semejantes, se queda paralizado por lo que se presenta ante sus ojos. No hay preguntas y llueven las respuestas. Las manos se lanzan hacia el Estandarte “martilleando” con lo que pueden coger en ese momento. Una boina, un pañuelo o su propia desnudez sirve para decirle ¡Vítor!, si es que se puede, porque las lágrimas y emociones llegan hasta el gaznate ahogando una especie de adiós como si no hubiera un mañana. Estoy llorando, sí, me dice Milagros incapaz de vitorear más porque los, recuerdos, los recuerdos pesan y no sé si podré estar aquí el año que viene. ¡Ayy mis padres. Cuanto amor y devoción tenían a mi Inmaculada. ¡Vítor a la Purísima Concepción de María Santísima Concebida sin Mancha de Pecado original, Vítor, Vítor, Vítor!
El estandarte, a la deriva, va ganando metros sobre ese mar de gente que intenta tocarlo hasta llegar a donde esperan los Caballeros Devotos. En el atrio no cabemos. Unos lanzan vítores, otros intentan salir hacia la plaza y, como los caballos se han separado, Casimiro y Ramón no llevan las borlas.
Muy poca gente se percata de que, en ese mismo momento, un grupo de personas continúa en el interior de la iglesia. El padre Rosendo se ha encerrado en el interior de la sacristía, saliendo, entre aplausos, al cabo de un rato acompañado por el alcalde: ehh, ha sido bastante difícil. Me daba la sensación de que no ha habido acuerdo a la hora de programar la salida. Después de tres años intentando salir bien, porque lo llevamos trabajando, y más hoy, pues llegamos a esto y no son formas de actuar ni tiene ningún sentido religioso, comenta el padre Rosendo quien sigue afirmando que aquí, en Horcajo, se siente la pasión y la devoción por la Inmaculada de una forma muy especial y, sobre todo, religiosa.
A las once de la noche salían del atrio, muy despacio, los Caballeros siendo recibidos por fuegos artificiales y volteo de campanas.
Jesús, Casimiro y Ramón comenzaban a pagar su ofrecimiento. Quedaba por delante toda una fría noche. De calle en calle y de ermita en ermita: San Sebastián, Santa Ana, la del Carmen y la del Rosario.
Había que arroparlos y agasajarlos, pero, lo más importante de la noche, al menos para mí, era recuperarse y sobre todo tomar aire.
Audio de Julián Valbuena
Audio final Salve
Audio Ramón Montalvo
Audio salida estandarte