El Carnaval es una fiesta profana pero, a su vez, ligada al cristianismo. Al menos, así lo pensaba Caro Baroja porque, sin la idea de la Cuaresma, no existiría esta otra manifestación que varía en su fecha de celebración al estar relacionada con el inicio de la Cuaresma y de la Semana Santa.
El origen de la palabra Carnaval es moderno tras haberse usado otras como “carnal” o periodo en el que se puede comer carne o, “carnestolendas”, en el que debe dejarse de comer carne. Pero todo quiere decir lo mismo. Es el periodo de ayuno que precede a la Cuaresma durante los tres días anteriores al miércoles de Ceniza aunque, en nuestra región, no siempre es así ya que hay carnavales en plena Navidad o a finales de Enero, por San Sebastián, como ocurre en El Toboso (Toledo) considerándosele, al Carnaval, hermanado con todo lo que se relaciona con lo que hace el botarga de Retiendas (Guadalajara), los Morraches de Malpica de Tajo (Toledo) y los Diablos de Almonacid (Cuenca) por citar unos ejemplos.
Pero el Carnaval no siempre ha sido el desfile con el que se manifiesta en los últimos cincuenta años, copiando modas que llegaron de otros lugares no siempre cercanos, quizá porque se ha incrementado el desenfreno y, con él, el coqueteo de lo prohibido durante el resto del año dejando a un lado otras tradiciones que, siéndolas, se aparcan por no corresponder con los nuevos tiempos como descabezar gallos, mantear animales, correr al gallo en Espinosa de Henares (Guadalajara), lo de la puesta de huevos en Centenera (Guadalajara) y el correspondiente gallo etc.
Otra característica del carnaval era ver a los mozos disfrazados de vaquillas o de cabras. Era el caso de los Zarrones de Atienza (Guadalajara) disfrazados con pieles de toro o de vaquillas o el de Las Majadas en donde, los mozos, se las ingeniaban para rellenar con paja pantalones y chaquetas ofreciendo unas figuras grotescas, al tiempo que tapaban sus caras con pañuelos negros y cubrían sus cabezas con cornamentas que también salían de los hombros. Era terrorífico para los más pequeños. Se tiraban por los suelos (la paja amortiguaba el golpe) y levantaban las faldas a las mujeres.
En este tiempo de Carnaval hay Cofradías de Ánimas emparentadas con las soldadescas como en Gascueña (Cuenca), y personajes que se dan la mano con botargas como el Perlé de Herencia (C. Real) que asusta a los niños quienes, a su vez, se meten con él sobre todo el día del Ofertorio en el que, el Perlé, trata de poner orden entre los jóvenes (Ginetas) que salen por ofrecimiento en este día, fue ayer, en el que uno no sale de su asombro al contemplar, por una parte, lo que es el ofertorio con el estandarte de ánimas llevado por hombres que visten la capa negra castellana junto al cura, revestido con capa pluvial y que cubre su cabeza con el bonete (para aguantar el “puñao” a cacahuetazo limpio), y por otra, un desfile de carnaval de lo más divertido que, en un momento dado, se funde con el cortejo de ánimas presentándose ante nosotros una estampa decimonónica que no olvidarás mientras vivas.
El cierre del carnaval llega con el entierro de la sardina que, por regla general, se escenifica con todos los requisitos del rito católico: sacerdote, monaguillos, plañideras y llorones formando un cortejo que finaliza en un lugar en el que se quemará a la sardina entre cánticos como estos: ya se ha muerto la sardina, ya la llevan a enterrar, entre cuatro monaguillos, el cura y el sacristán”.
Pues en eso andaban José, Santiago y Deogracias en la plaza de Miguelturra (Ciudad Real) el día del entierro de la sardina. Un poco desanimados por la amenaza de lluvia: no no, desanimaos, no. Es que el año pasao no se podía andar debido al mal tiempo”, dice José.
En los años de la prohibición, había que haber visto a estos mozos que hoy, en 1987, rondan los ochenta: No, no nos escondíamos. Estábamos en el casino, dijeron que no había carnaval y el alcalde, Manolo, que era muy joven, dijo que sí, que habría carnaval y que lo pregonaría. Estábamos allí, llegó un guardia civil y le dijo: tome usted, a ver si mañana hay máscaras. Le dio un papel con su destitución como alcalde y al día siguiente, pues había treinta o cuarenta parejas de caballos con civiles. Era el año 1940, me parece, dice Deogracías. Vinieron los civiles y por allí por las afueras, se metieron en las casas y a ver quien salía. Pero ahora está muy bien.
Deogracias sí conoció la costumbre de correr al gallo en estas fechas: es que poníamos unos palos de los que colgábamos una gallina o un gallo y, nosotros, a caballo, y a galope tendido, teníamos que arrancarle la cabeza. Luego nos íbamos a una casa que hay cerca de aquí, en el caserío, a pasar allí un día de juerga con limonás, ponches, de tó. Le arrancábamos la cabeza, sí. Y no convenía ir muy fuerte porque no acertábamos.
El Entierro de la sardina
A las cuatro y media de la tarde comenzó la concentración en la plaza la que, generalmente, aparcan los clientes del ganadero. Una comitiva en la que destacaba el papa kulata III que, en una especie de papa móvil, presidía un cortejo en el que estaba el del forense con su tila medicinal y el resto de personajes vestidos de riguroso luto. Soy el médico forense y tenemos que hacerle la autopsia (a la sardina) porque no sabemos de qué ha muerto. Estamos muy apenaos por tan gran pérdida, me dice.
Los gritos plañideros inundan una calle que se hace pequeña para tan grande duelo y, uno, da pésames a diestro y siniestro: ha sido una enorme pérdida. Llevaba ya un tiempo algo grave y se nos ha muerto. ¡Ayyy qué pena!. ¡Ayyy qué tristeza más grande!, gritan a coro.
Era muy buena mi sardina, dice entre llantos Serafín Delgado, presidente de la peña La Cabra : ¡ayyy que lástima!. Muchísimas gracias. Era to pa nosotras. Se ha ido con su cola y todo. Con la cola y todo. La sartén sin el mango, mire usté. Muy tiesa se ha llevado la cola y ahora, mi tomate, ayyy, se ha quedado solo, dicen las plañideras de negros vestidos que cubren parte de sus caras con antifaces de todas las necesidades mientras, los niños, de blanco, lloran igualmente por la muerte de la sardina: lloramos porque se ha muerto la sardina, dicen a coro.
El grupo de mujeres que va detrás de la sardina, a la que llevan en andas, no deja de llorar y de lamentar la pérdida: a mí la cola de la sardina me trae mártir. ¿Y ahora qué?. La cola que tenía y tan cerquita que estaba de los mejillones. Que me desmayo!, dijo, al tiempo que caía redonda al suelo a la espera del agua milagrosa. Dios nos ampare y defienda del saquillo que no tenga merienda.
Braulio, excepto el de la prohibición, lleva ochenta años viviendo el carnaval pero, esta vez, desde la acera: hombre, es que es una pena. Da pena verlos como van, me caguen la leche. Es una lástima, dice mientras se quita la boina al tiempo que la máscara mayor se le acerca gritando y modulando las aes voy lloraaando y al que tengo aquí se le va enderezaaando.
Es el entierro de los mecagüenla, lloros y responsos porque los de Miguelturra tenemos la costumbre de sufrir y por eso le pido al Señor que nos ampare y nos defienda del saquillo que no tenga merienda, dice compungido el que lleva el libro de las anotaciones del entierro mientras, las mujeres, entonan los dómines prolongando vocales claves como en un canto llano: la berenjeeena, dóóóómine, dóóóómine fuiíííste dóóóómine, aaaamén mientras el forense reparte tila con Larios para más dómines: El cura de las casas, dóóómine. Tié mucha pena, dóóómine. Porque no le ha creciiidoo, la berenjeeenaa, dóóómine. Aaamén.
Audio de plañideras.
Audio dómines.
Audio Herencia.