Los Diablos Danzantes de Almonacid del Marquesado. El NO DO que hizo Julio Caro Baroja en 1964
Carmen Ortiz García, científica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas que formó parte, entre 1981 y 1987, del equipo investigador del Grupo “Fuentes de la Etnografía Española” dirigido por Julio Caro Baroja, y del proyecto Diccionario-Enciclopedia Etnológico de España de 1988 a 1991 asimismo dirigido por Julio Caro Baroja en el CSIC, nos acerca a los entresijos, a las causas por las que, Julio Caro Baroja, se asoma al mundo de los documentales, al que tituló “Los Diablos danzantes de Almonacid del Marquesado” en el año 1964, para aporta la sabiduría del antropólogo nacido en Madrid, en 1914, y fallecido en Vera de Bidasoa en el año 1995.
Carmen Ortiz, en su trabajo “Todo pasa en el mundo. Los documentales de Pío y Julio Caro Baroja”, apunta a que, el asunto, comenzó cuando Julio coincidió en un viaje en avión con el que era entonces director del No-Do, Augusto García Viñolas, quien se mostró interesado en una serie documental titulada «Para conocer España, El año del pueblo», que tenía en proyecto la productora que habían creado los hermanos, denominada Documentales Folklóricos de España, para la cual Julio había diseñado incluso el logotipo, dibujando un caballito de carnaval. Así que, con la participación del No-Do, los hermanos Caro se lanzaron al rodaje, en el año 1964, de cuatro celebraciones muy diferentes. Los diablos danzantes, de Almonacid del Marquesado (Cuenca); el carnaval de Lanz (Navarra); la romería de la Virgen de la Peña, en La Puebla de Guzmán (Huelva); y la aparición de las máscaras fustigantes, llamadas «botargas» en determinadas festividades del ciclo de invierno, en varios pueblos de Guadalajara.
El documental sobre los Diablos recogía un antiguo ritual que se sigue celebrando los días 1, 2 y 3 de febrero en Almonacid del Marquesado en honor a La Candelaria y san Blas. La elección de esta localización, como también la de otras películas, estaba mediada porque estos pueblos, y estas fiestas, habían formado parte del recorrido etnográfico por buena parte de España que Julio Caro había hecho, entre el verano de 1949 y el de 1950, acompañado por el antropólogo norteamericano George M. Foster. La elección de Julio Caro de esta fiesta para hacer una película es reconocida por Pío, que recuerda la presencia de su hermano en el entorno de las dificultades que encontraron en los dos viajes que hizo el pequeño equipo, primero para conocer el pueblo y preparar el rodaje, y después durante los tres días de la fiesta para hacer la filmación: «Quedan algunas fotografías que tengo frente a mí, más otras once numeradas por Julio que hizo Foster, en 1950, cuando fueron por primera vez a conocer a los “diablos”.
En una de ellas están todos ellos posando, y reconozco algunas de las caras que vi catorce años más tarde, cuando Julio escribió los recuerdos de la fiesta. Él lo pasó en grande en aquel mundo absurdo, preguntando, recordando, dibujando y, como todos, teniendo que cruzar el patio con un candil para entrar en la cuadra». En este caso, como en otros más, la colaboración de Julio Caro no se reducía a su trabajo como «guionista», sino que su labor se extendía, no ya, como hemos visto, a la elección de los temas, sino también en todo lo que tiene que ver con la documentación etnográfica del hecho o los hechos filmados (…). El director rodaba las imágenes correspondientes y después del montaje, a la vista de las mismas, Julio redactaba un texto explicativo que era el texto que debía leer el narrador. No es un guión en sentido estricto. En el documental, el guión es “a posteriori” y surge de las imágenes, al revés de lo que sucede en el cine de ficción […].Tanto la localización como el desarrollo de la fiesta debieron resultar una sorpresa para el corto equipo de cineastas que llegaron a un pueblo de la España interior, donde encontraron un paisaje y unos habitantes duros y poco confiados. Los diarios de Pío Caro recogen la experiencia de un considerable choque cultural: «Yo iba con una idea bastante diferente de lo que podía ser la fiesta […] y con la intención de señalar todo lo que me gustara de paisajes, cosas, animales […] Después, al rodar no puse nada de esto […] Siguiendo el camino […] vimos en lo alto una cruz de maderos de la que colgaban la carroña de alimañas. Paramos, nos acercamos y vimos unos culebros colgando del madero de la crucifixión con unas grajas, una zorra y abundantes huesos mondados al pie del calvario […]. En efecto, los títulos de la película aparecen impresos sobre estas imágenes de fondo. Cultura y patrimonio de los pueblos de España.
La celebración está dominada por la actuación de la Endiablada, una cofradía de hombres que, ataviados con trajes de colores, tocados con gorros de flores y mitras que emulan la del obispo san Blas, y portando una maza, atruenan el pueblo haciendo sonar una serie de grandes cencerros que llevan atados a la espalda y protagonizan la procesión de la virgen el día de La Candelaria, haciendo carreras y dando grandes saltos alrededor de la imagen. El día de san Blas, la Endiablada entra en la iglesia y «lava» la imagen del santo con anís antes de iniciar una danza dentro del templo, en la que los diablos corren y saltan, produciendo gran estrépito con sus cencerros, y levantan las manos hacia el santo de un modo amenazador. Esta parte de la película resulta muy expresiva y recoge de alguna manera el estilo ancestral de la actuación de los diablos, a pesar de que, como reconoce el propio director, hubo de ser reconstruida para su rodaje: «[…] aunque a veces la realidad era muy superior a lo que yo plasmaba por falta de tiempo, como me sucedió muchas veces, también aquí en Almonacid, con las carreras y saltos de los diablos ante el santo dentro de la iglesia, que no pude filmar por carecer de luces suficientes para iluminar aquel interior atestado de gente […] Claro que estos inconvenientes y deficiencias las veíamos el operador y yo, porque después, una vez montada la imagen, quien no hubiera asistido al espectáculo no se percataba de ello. Recuerdo esta escena del baile frenético de los diablos dentro de la iglesia y lo descontento que quedé de ella, y lo pobre que me quedó al tratar de reconstruirla sin público a la noche con el escaso subcolor que disponía».
En cualquier caso, este corto destaca por el contraste que presenta con respecto a las imágenes de la cultura popular que quería imponer la ideología del régimen. En primer lugar, ya desde los títulos de crédito aparece una imagen desgarrada del campo español, nada cercana a la idílica y próspera que se quería transmitir en la propaganda del No-Do. Por otro lado, a pesar de que la película tiene la novedad de estar en color, el carácter arcaico de la fiesta y el entorno de vida del pueblo no representan esa España en modernización que las autoridades se esforzaban por difundir. En un sentido más importante, la fiesta contiene una serie de actuaciones rituales, como lavar con anís la imagen de san Blas o atronar el interior de la iglesia con una danza de aspecto irreverente, por parte de una cofradía de hombres denominada «endiablada», que nada tienen que ver con la ortodoxia sobre la acendrada fe del pueblo español y el desarrollo de una liturgia controlada por el estamento eclesiástico que caracterizaban al nacional catolicismo