En los últimos 30-40 años, la noción de lo que se considera una presión arterial «normal» ha cambiado notablemente. Lo que en los años 90 se aceptaba como dentro de los límites saludables, hoy podría situar a millones de personas en la categoría de hipertensos, con sus correspondientes implicaciones médicas, psicológicas y económicas (¿Por la maldita gracia de unos más que supuestos “lideres de laboratorios farmaceúticos , que son los que modulan las cifras en relación con las ganancias de dichos laboratorios? Para un servidor, un sí rotundo).

Pero, ¿qué ha motivado este desplazamiento de los valores de referencia? ¿Se trata de un refinamiento científico basado en una mejor comprensión del cuerpo humano, o estamos asistiendo a una medicalización progresiva de la vida cotidiana y una adquisición vertiginosa de beneficios para los laboratorios fabricantes?
Los años 2000: cuando 140/90 mm de Hg era “normal”
Hasta bien entrados los años 90, la presión arterial se consideraba «normal» si estaba por debajo de 140/90 mmHg. Esta cifra, que fue establecida tras décadas de investigación epidemiológica, se convirtió en un estándar global. Los profesionales sanitarios diagnosticaban hipertensión cuando una persona superaba esos valores de forma sostenida.
Solo entonces se recomendaban cambios en el estilo de vida o tratamiento farmacológico.
Este umbral no era caprichoso: se basaba en el riesgo cardiovascular observado en grandes poblaciones. Se entendía que por encima de 140/90, el riesgo de enfermedades cardiovasculares aumentaba de forma significativa. Pero por debajo de esa cifra, el consenso era que los beneficios de intervenir no justificaban los costes ni los posibles efectos adversos de la medicación.
2003: el concepto de «prehipertensión» entra en juego
El cambio más significativo llegó en 2003, cuando el Seventh Report of the Joint National Committee on Prevention, Detection, Evaluation, and Treatment of High Blood Pressure (JNC 7) introdujo el concepto de prehipertensión. Según este informe, una presión entre 120-139/80-89 mmHg ya debía ser considerada una señal de alarma. Aunque no se recomendaba tratamiento farmacológico inmediato, sí se instaba a una vigilancia activa y a intervenciones en el estilo de vida.
Este nuevo umbral fue muy polémico. Por un lado, los datos epidemiológicos aportados (¿¿??) mostraban que incluso presiones en ese rango se asociaban con un mayor riesgo cardiovascular a largo plazo. Pero por otro lado, la etiqueta de «prehipertenso» convertía en «enfermos en potencia» a millones de personas que hasta entonces eran consideradas perfectamente sanas.
2017: redefiniendo la hipertensión
En 2017, la American College of Cardiology (ACC) y la American Heart Association (AHA) dieron un nuevo giro: redujeron el umbral diagnóstico de hipertensión a 130/80 mmHg. Bajo esta definición, casi la mitad de la población adulta en algunos países pasó a ser clasificada como hipertensa de un día para otro.
La justificación era, de nuevo, el riesgo cardiovascular.
Ensayos como el SPRINT trial (Systolic Blood Pressure Intervention Trial) sugerían que reducir la presión sistólica por debajo de 130 mmHg disminuía significativamente eventos cardiovasculares mayores en ciertas poblaciones. Sin embargo, otros expertos criticaron esta decisión, señalando que podía llevar a una sobre-prescripción de medicamentos con efectos secundarios nada despreciables.
Europa se mantiene más conservadora
Mientras tanto, las guías europeas, como las de la Sociedad Europea de Cardiología (ESC) y la Sociedad Europea de Hipertensión (ESH), han mantenido criterios algo más conservadores. Aunque reconocen que el riesgo cardiovascular comienza a aumentar por encima de 120/80 mmHg, no suelen diagnosticar hipertensión hasta que se superan los 140/90 mmHg. Sí recomiendan individualizar las metas terapéuticas, especialmente en pacientes de riesgo, pero sin generalizar el tratamiento farmacológico a todos con cifras entre 130 y 139 mmHg.
¿Por qué ha cambiado la definición de “normal”?
Los cambios en la valoración de los valores normales de tensión arterial pueden deberse a múltiples factores:
Evidencia científica acumulada: Con los años, se han acumulado estudios que relacionan presiones arteriales «altas-normal» con un mayor riesgo de infarto, ictus y daño renal. Esta evidencia empuja hacia una intervención más temprana, aunque no siempre justifique medicación.
Envejecimiento de la población: A medida que las sociedades envejecen, el control de factores de riesgo cardiovascular se vuelve más importante. Bajar los umbrales puede verse como una medida preventiva a gran escala.
El gran problema surge cuando a un anciano mayor de 80 años, cuyos baroceptores están habituados a cifras de 140/90 mmde Hg, les añades más cantidad de medicación antihipertensiva… el vétigo y el desmayo está casi garantizado en esta población.
Avances tecnológicos: Los dispositivos de medición son ahora más accesibles, portátiles y precisos (aunque no siempre, la gente en general no sabe utilizarlos de la manera correcta y los valores obtenidos sufren una variabilidad no plausible). La monitorización ambulatoria permite detectar hipertensión enmascarada o de bata blanca, refinando el diagnóstico.
Presión de la industria farmacéutica: Aunque es difícil de cuantificar, algunos críticos apuntan al posible conflicto de interés en los comités que establecen las guías clínicas. Bajar los umbrales puede ampliar el mercado de fármacos antihipertensivos de forma exponencial.
Cultura de la prevención extrema: Vivimos en una era donde se intenta prevenir la enfermedad antes de que aparezca, a menudo con intervenciones extremadamente agresivas. Aunque esto podría salvar alguna vida, también puede medicalizar aspectos naturales del envejecimiento o la variabilidad fisiológica.
Ver en diarios o revistas modificaciones de estilo de vida tales como andar 10.000 pasos/ día, comer determinados alimentos que bajan el colesterol, comer con alimentos carentes de sodio absolutamente… sin base científica alguna, tan solo afirmando en sus titulares las imprecisas, abstractas y vacuas frases de : Según la ciencia, según los expertos… sin ninguna referencia ni apoyo que justifique lo escrito, te parte el corazón pero de puro berrinche e impotencia de no poder hacer público la cantidad de estupideces que se pueden escribir sin base científica ni sensatez alguna que acompañe sus aseveraciones. Y esta política informativa hace mucho más mal que lo que los autores de tales noticias pueden llegar a pensar.
¡No todo vale para tener más audiencia!
¿Qué implica todo esto para el paciente común?
El impacto de estos cambios no es trivial. Una persona con una tensión de 132/82 mmHg, considerada perfectamente sana en 1995, hoy puede ser etiquetada como hipertensa en Estados Unidos, prehipertensa en otros países, y objeto de seguimiento médico más estricto. Esta nueva clasificación puede inducir ansiedad, cambios en el seguro médico o tratamientos innecesarios.
Por otro lado, si ese mismo paciente presenta otros factores de riesgo —diabetes, obesidad, tabaquismo—, la detección temprana de una presión arterial elevada puede salvarle la vida. La clave está en el contexto clínico, la individualización y una visión crítica y equilibrada.
¿Hacia dónde vamos?
Es probable que los valores «normales» de tensión sigan evolucionando, especialmente con el desarrollo de la medicina personalizada.
La genética, los biomarcadores y la inteligencia artificial podrían permitir en el futuro determinar cuál es la presión ideal para cada individuo, en lugar de aplicar criterios rígidos, embusteros y universales.
Lo que parece claro es que la presión arterial ya no se ve como un número aislado, sino como parte de un mapa integral del riesgo cardiovascular. Y eso, si se maneja con criterio, puede suponer un avance real para la salud pública.
P.S.- Si usted es mayor de 60 años, con una Tensión Arterial que no supera los 140/90 mm de Hg, puede estar tranquilo respecto a esa constante vital.
Firmado queda.
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina.