Este sábado se cumplió el vigésimo quinto aniversario de la bendición de la nueva ermita de la Virgen de Peñamira, y de su imagen, construida, la primera, por la Confederación Hidrográfica del Tajo, y donada, la segunda, por la Diputación Provincial de Guadalajara, puesto que las originales yacen bajo las aguas del pantano de Beleña. Fue el 27 de mayo de 1998.
La construcción del pantano de Beleña se terminó en 1982. Tiene una superficie de 245 hectáreas y una capacidad de 53 hectómetros cúbicos. En abril de aquel año, llovió tanto, que las aguas inundaron la que era hasta entonces vega del Sorbe, sin que diera tiempo a rescatar gran cosa de la Ermita. Ni siquiera la imagen de la Virgen de Peñamira.
El sábado se congregaron para la ocasión cerca de trescientos fieles, venidos de las siete localidades pobladas en la actualidad pertenecientes al denominado Campo de Peñamira, tres de ellas en Cogolludo: Beleña, Torrebeleña, y Aleas, siendo las otras cuatro Montarrón, Puebla de Beleña, La Mierla y Muriel (Tamajón). En su día, también peregrinaban hasta Peñamira los pueblos de Romerosa y Sacedoncillo, hoy deshabitados. Acompañando la celebración hubo una representación del Ayuntamiento de Cogolludo.
Las últimas lluvias le han conferido al bosque que circunda la lámina de agua del pantano por sus cuatro costados un verde intenso. A los pinos, por una parte, y a las encinas, por otra. A las doce de la mañana, la hora convenida para el inicio de la ceremonia, el sol, picaba, evaporando del suelo la humedad llovida la noche de antes.
La celebración de la Romería en el lugar se hunde en la noche de los tiempos. El cronista de Humanes, Francisco Lozano Gamo, que por su labor periodística y la cercanía de su localidad al lugar, ha seguido muchos años la Romería, y el proceso de construcción de la nueva ermita, escribió, de manera altruista, un libro en el que cuenta su historia, y, de paso la de los nueve pueblos que peregrinaron a ella: ‘Campo de Peñamira’. El libro, presentado en el Ayuntamiento de Cogolludo el pasado mes de abril, contó con la financiación del consistorio. En él, Lozano Gamo afirma que la Romería ya se celebraba en el siglo XIV.
La Ermita original se hallaba en la frondosa vega del río Sorbe, en el camino de Muriel. Según se subía hacia esta localidad tamajonera, a la izquierda del camino, quedaba la casa del santero y el huerto y, a la derecha, la propia ermita. Había una gran pradera, donde comían los peregrinos. Como recordaba ayer Félix Perucha, vecino de La Mierla, en el Río Sorbe, Segundo Lozano pescaba peces sólo con el sedal. También recordó Perucha que las mujeres, que eran de armas tomar, echaban al río a los guardias todos los años. “Un año, un sargento nuevo no se lo tomó con humor, soltó el puño. Y se complicó el día”, recordaba.
Las gestiones para la recuperación de la Ermita comenzaron en 1982. La Confederación Hidrográfica del Tajo quiso, al principio, construir sólo una cruz, dejando el culto al aire libre. La comarca rechazó la oferta.
Posteriormente, hubo otra propuesta para erigir la nueva ermita junto a las oficinas de la Confederación, en Beleña. Siempre había estado en término de Tamajón (Muriel), y, por eso, no se aceptó la solución.
Finalmente, se reconstruyó la Ermita en el año 1998, frente a la peña Capón y se decidió que la romería se celebrara anualmente el último sábado de mayo. Antes era costumbre que cada pueblo se acercara a la Ermita un día. Desde la reconstrucción, toda la comarca se reúne el mismo día, el último sábado de mayo.
Carlos Navas, nacido en Muriel y casado en Torrebeleña, recuerda que siendo un niño su padre lo traía a la Romería, montado en un serón, desde Muriel, y también como su madre, con 93 años, estuvo presente el día de la inauguración. “Le hizo mucha ilusión”, recordaba con una lágrima en la mejilla.
Ofició la misa el párroco de Humanes, Torrebeleña, Beleña y Aleas, Germán Muñoz, concelebrando con él la ceremonia religiosa todos los párrocos de las localidades cercanas. Los Dulzaineros de El Pico del Lobo, de Azuqueca, engalanaron musicalmente la celebración. Después de la subasta, que llevó a cabo con maestría y buen humor el propio Félix Perucha, la imagen sedente de la Virgen daba la vuelta a hombros de los fieles por el camino que hay alrededor de la Ermita nueva. Además de los palos, para llevarla a hombros y entrarla en de vuelta en su morada, también se subastaron hasta ocho cintas de colores. Asimismo, se sortearon un jamón y ocho kilos de miel.
La celebración religiosa terminaba con el canto del himno de la Virgen de Peñamira. A continuación, por cortesía del pueblo de Montarrón, se invitó a todos los presentes a limonada. Para finalizar, la comarca compartió una paella popular para celebrar la efeméride, en este caso, por cortesía del Patronato de la Virgen de Peñamira.