Este fin de semana conversaba con una amiga venezolana y me contaba que ya son más de 7,7 millones de personas que han salido de Venezuela buscando una vida mejor. Me decía que su sueldo allí es de 25 dólares y que la media es aún mas baja para la mayoría de venezolanos; “sueldo con el que apenas tienes para nada”. Una de las mayores escaseces con las que viven es la de medicamentos y el mercado negro hace su agosto por los elevados precios con los que tienen que adquirirlos. Con los alimentos y otros productos básicos ocurre los mismo y eso -me dice mi amiga entre lagrimas- “ha provocado que el consumo de proteínas haya bajado a niveles muy dañinos para la salud alimenticia”. El kilo de pollo está a tres dólares y “ahora ya no se desecha ni las vísceras ni los huesos”. El cartón de huevos les cuesta 3,5 dólares; y es una de las principales y pocas proteínas que los venezolanos pueden consumir, ya que la carne o el pollo supera con creces el precio de los huevos.
Y no solo las neveras están vacías en Venezuela, la situación es grave y dantesca en muchas facetas de la vida, por ejemplo en reparar un coche. Hace un mes a mi amiga se le estropeó el coche y tiene que cambiar el motor de arranque y la batería; no puede arreglarlo porque le cuesta una barbaridad. Lo tiene parado porque el arreglo le cuesta 5 sueldos mensuales. Todo esto está provocando que la delincuencia se haya disparado a niveles muy peligrosos y es difícil vivir con cierta seguridad porque la violación de los derechos humanos como el derecho a la alimentación, a la salud, hasta el derecho a elegir, a protestar a disentir se han visto minimizados o anulados al completo.
Las lágrimas aparecen de nuevo en la conversación telefónica con mi amiga cuando me recuerda otra vez que la situación de Venezuela es grave y triste y que es difícil encontrar una persona que no tenga en la cabeza y en sus planes salir y huir del país en cuanto pueda. Me decía entre sollozos que antes jamás se le hubiese pasado por la cabeza a ningún venezolano irse a Estados Unidos o a Europa a buscar mejores oportunidades. A día de hoy -me comentaba- no existe una sola familia donde uno o dos miembros no se hayan ido del país. La situación es muy grave y me explica que jamás hubiese imaginado vivir en las condiciones que vive y ver a todos sus amigos y la mayoría de familiares disgregados por medio mundo. “¡Ojalá algún día volvamos a reunirnos todos juntos!”. Se te rompe el corazón cuando escuchas esto.
Le pregunté por los niños y por la Educación; me comentaba que cada vez hay más absentismo y abandono escolar temprano, que se ha deteriorado muchísimo la educación y la moral porque se ha impuesto en casi toda la sociedad venezolana un esquema mental con un pensamiento individualista y muy egoísta, carente de valores, de humanidad y de solidaridad a pesar de que las calles están llenas cada vez de mas mendigos y es necesaria mucha ayuda humanitaria.
Otra cosa que me cuenta mi amiga es en relación con los continuos cortes diarios de luz que sufre; con el sistema de las horas de luz y horas sin luz impuestos por el gobierno de Maduro. La energía se raciona por partes: le quitan la luz a unos para dársela a otros, y así alternativamente; las calles están sucias, oscuras y con montañas de basura acumulada. Con el agua, me comenta, pasa lo mismo, hay cortes y “tenemos que estar acumulando agua porque puedes estar sin ella muchos días”.
La vi más decaída, triste, agotada y desesperada que nunca. “Es difícil ser feliz aquí”, me decía otra vez entre lagrimas y llantos. Mis padres están ya jubilados y no tienen ni para la compra mensual; gracias a que ella y su hermana trabajan y les ayudan pueden sobrevivir mes a mes. Allí se levantan a las 4:00 h., se lavan o bañan si tienen agua y los productos de aseo e higiene personal escasean “y de usar un perfume ni hablamos” me dice, porque hay cosas muchos más importantes y prioritarias que comprar.
Tiene que ir en transporte público porque no tiene el coche operativo y eso de ir en el autobús publico es otro episodio dramático porque falla constantemente debido a que los buses son muy antiguos y los repuestos ya pueden suponer lo que pasa con ellos: caros y difíciles de conseguir. Tiene que levantarse además una hora antes para ir a cogerlo a unos cuantos kilómetros de distancia de su casa y siempre pensando en tener suerte y que el autobús no pase de largo tras esperar una hora porque va lleno.
“Ni los bancos tienen dinero” me comenta con risas la mujer. “Tienes que hacer cola desde la madrugada para intentar ser de los primeros y aún así el banco te da una irrisoria cantidad”… Y olvídate de los cajeros. “Tengo compañeros”, me dice, “que se piden el día en el trabajo para ir a por dinero al banco”. Se me parte el corazón a media que la conversación con mi amiga avanza y le aconsejo emigrar, pero me dice que no entregan pasaportes fácilmente y encima les cuesta alrededor de unos 1.000 dólares por persona. “Aquí todo está politizado: la justicia, la policía, los medios de comunicación, la sanidad”… todo, me dice con pena. Me explica que allí se vive con miedo porque cada día hay más asesinatos, secuestros, extorsiones, robos y más armas ilegales en la calle. También hay menos detenciones por delitos y menos capacidad de respuesta policial. Que también hay más epidemias.
Sobrevivir se ha convertido en un reto allí en Venezuela; lo habitual es que la gente tenga varios trabajos; pero el mayor reto es luchar con la implacable represión con la que se vive y que inhibe cualquier atisbo de protesta que hace casi imposible un levantamiento popular para terminar con el régimen chavista que lleva sometiendo a Venezuela desde hace 25 años y que con la actual dictadura de Maduro y toda esa represión, a la que somete día día al pueblo venezolano, está suponiendo la perdida de derechos políticos y libertades civiles y un empobrecimiento irreparable a Venezuela.
Opinión de Antonio de Miguel