En El Liberal de Castilla, a pie de página principal encontrarás la sección “Raíces”, cuya temática general se agarra a las artes y tradiciones populares y a testimonios, a vivencias, a declaraciones de personas, mayores de 90 años, a las que hemos entrevistado buscando sus raíces, su realidad, la historia abierta en canal en el libro de una vida, la suya, que termina protagonizando el lector.
A Daniel Chico Mesa le entrevistamos, tal día como hoy, del año 2019, en su casa de Huélamo. Tenía 102 años y, a pesar de los calores veraniegos, tapaba sus piernas con una manta al tiempo que dejaba fluir sus recuerdos por el sumidero de la memoria.
Nació en 1917, vivió con su familia en el monte, en una casa entre El Molatón y la Cañada del Mostajo, cayó prisionero en la guerra incivil, lo llevaron al campo de concentración de Orduña, en Bilbao, y, de allí, a trabajar en el Valle de los Caídos.
Tras salvarse milagrosamente de una muerte segura, pudo regresar a Huélamo en donde había miseria hasta debajo de las uñas.
Cuatro meses después, el 20 de noviembre, viajaba al infinito dejando estelas como estas que, ahora, puedes volver a vivir.
Daniel Chico Mesa, 102 años. Había en el corral más de 5.000 tíos, prisioneros, nos daban para comer 4 patatas bailando en agua, sin aceite, medio crudas y se morían cada día 2 o 3 tíos
Primera parte.
El sol sacaba brillo al pueblo de Huélamo cuando, el reloj de la iglesia, daba las siete campanadas de la tarde. Es la hora en la que encontré a Daniel Chico Mesa que, el pasado 3 de Enero, cumplió 102 años. Me esperaba en el interior de su casa. En el salón que comunica con la cocina y en el que reinaba una tele en la que ponían la película del oeste de la tele regional aunque, su hijo Juan Antonio y su nieta Ester, iban y venían, desaparecían escaleras abajo o regresaban porque, la casa, como zeta invertida, tiene una entrada por la calle de Arriba, a ras de suelo y, otra, metros más abajo, por la llamada calle Real.
Aquí vive Daniel, en Huélamo. Un pueblo de la provincia de Cuenca que se construyó, casa a casa, aprovechando los bancales, las curvas de nivel desde los 1.359 de la Fuente del Milano, a los 1.254 del río Júcar formando eses en las que casas blancas, y huertos, dan sentido a este lugar rematado por el castillo que, la gran mayoría de la gente, desconoce porque solo ve, en él, una enorme roca.
Daniel, que cubre sus piernas con una manta a pesar del día veraniego de finales de Julio, está sentado sobre un sillón dejando, a su izquierda, una especie de banca o de sofá en la que me acomodo porque, de esa forma, será más fácil la conversación al tener, en ese oído, un audífono que, así me lo dijo, le puso en Cuenca Vanesa, hija de Inmaculada que, a su vez, es hija de Ramona Martínez Chico y, esta, mi madre, prima de Daniel. Vamos que, el árbol genealógico, es un arbusto verde.
1.917-1922
Daniel, como digo, nace en Huélamo, el día 3 de Enero del año 1917. En unas navidades y fiestas de un año nuevo de padre y muy señor mío con ensaladas sociales de todo tipo que provocarán una huelga general en agosto, con los coletazos de la primera guerra mundial que finalizará en noviembre de 1918 y en un ambiente en el que, además de la elevada mortalidad infantil -prueba del atraso del país-, Daniel y sus hermanos tuvieron que soportar la mayor catástrofe sanitaria de la época: la epidemia de gripe de 1918-1919 que causó la muerte a 230.000 personas. Más muertos que en toda la Segunda Guerra Mundial.
Queda más humo negro en estos primeros años de niñez en la vida de Daniel porque, cumplidos los 4 años, estalla la guerra de Marruecos de la que, si los jóvenes pudientes y de clases medias solían librarse del servicio militar (pagando a alguien para que fuera en su lugar o mediante redención a cambio de una cantidad económica), reforzaba la idea de que los hijos de los pobres eran enviados a morir a Marruecos aunque, también es verdad, que hubo hijos de la nobleza y alta burguesía que, como oficiales de complemento, participaron en la guerra.
“Si te toca te jodes, que te tienes que ir, que tu padre no tiene, para librarte a ti”
Con 8 años, ya bajaba andando a Andalucía con las ovejas. Menuda vida. Había miseria hasta debajo de las uñas.
Con 6 años fui a la escuela. Solo fui ese año porque tenía que estar todos los días con las ovejas, me dice Daniel. Cuando tenía 8 años, ya bajaba a Andalucía con los Merchantes. Bajaba con mis ciento veinte ovejas y las de ellos. Estuve muchos años bajando. Tantos que, cuando tenía 20, vine de Andalucía y nada más venir estuvimos segando todo el mes de julio. Segar y trillar hasta que me llamaron a la guerra el 22 de septiembre. Dos años de guerra. Lo que pasamos en Teruel…
Daniel parece haber adivinado el cuestionario inicial de esta entrevista porque, al que esto escribe, no le deja meter baza y, casi sin resuello, sigue explicando esos años de su vida trashumante: andando siempre, claro. Y por la noche, velando las ovejas para que no se fueran de la majá. ¡Menuda vida!, exclama. ¡Qué duro!. Apenas sin dormir y, a pesar de las mantas y el fuego, si llovía íbamos calaos hasta los güesos. No te digo ná. ¡Madre mía!. No se ganaba nada. 20 duros al año. Íbamos con las ovejas a la dehesa de Burguillos, cerca de Bailén. Estuvimos 8 años y, luego, a Centenillo, cerca de Baños de la Encina. Centenillo, una pedanía de Baños de la Encina a 17 kilómetros de La Carolina, cuyas minas fueron cerradas definitivamente en el año 1964.
Daniel, a pesar de sus 102 años, tiene el mobiliario mental tan ordenado que, cualquier cosa, la relata como si acabara de suceder: ¡cuanto he pasao!. El pueblo de Huélamo, me dice, era casi como es hoy. Las casas medio hundidas, eso sí, y miseria hasta debajo de las uñas. El único año en el que fue a la escuela, su maestro fue don Nicolás Moreno. Íbamos, lo menos, 50 niños porque, entonces, estábamos unos 200 vecinos y, las escuelas, estaban en lo que hoy es el Ayuntamiento. Arriba estaban los chicos y, abajo, las chicas.
En esos años de aprendizaje jugaban, en esa plaza, a lo que podían imaginar como un sueño porque, la realidad, era una cuesta tapizada de aliagas, cardos y piedrecillas como el camino de la Joya. Jugaban a tonterías, me dice Daniel, porque no había nada. Sólo miseria.
La Guerra.
Cuando vengamos otra vez, y estés en el pueblo, te matamos
Daniel se enteró del inicio de la guerra cuidando borregos en Valsalobre, una finca cercana a Las Majadas. En la mojonera, cerca de El Hosquillo. En una longuera geográfica que comunica con la Sierra del Agua, la Cañada del Mostajo, el Pajar de los Corzos, el Molatón y, ya, por el camino de Huélamo y La Dehesa, con Huélamo : mira, estábamos con las ovejas y vino uno que le decían Emeterio, diciendo que había habido chicha. Que habían matao a 7 u 8. Lo contó estando presente Jesús, el guarda, que para quitarse responsabilidades de encima, le ordenó que se fuera al pueblo no fueran a creer que tuviéramos huidos aquí y nos metieran en la cárcel. Así que se fue pal pueblo.
Daniel me cuenta que, allí, en el pueblo, que pertenecía a la diócesis turolense, el cura, don Manuel Navarro, que era hermano de don Restituto (quien más tarde sería organista de la catedral de Cuenca), había recibido la visita de 40 milicianos -con el capitán Moro al frente-, advirtiéndole de que “cuando vengamos otra vez, y estés en el pueblo, te matamos”. Don Manuel se fue a su pueblo, Guadalaviar, yo tenía poco más de 19 años, la iglesia fue arrasada, las campanas las tiraron al suelo y los santos fueron tirados por las calles.
Nos llevaron a Orduña, Bilbao, a un campo de concentración. Había en el corral más de 5.000 tíos, prisioneros, nos daban para comer 4 patatas bailando en agua, sin aceite, medio crudas y se morían cada día 2 o 3 tíos
Pasaban los meses sin mañanas en pueblos y lugares de la provincia de Cuenca con el miedo en el tuétano hasta que, el 21 de septiembre, del año 1937, a Daniel le llaman a la guerra engrosando las filas del Frente de Teruel. Una batalla que, para algunos historiadores, representó lo que pudo suponer Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial porque, ambas ciudades, se convirtieron en símbolos de los contendientes por vencer a cualquier precio. Me dieron un fusil de 5 tiros y me llevaron a la Quinta Columna, dice Daniel. Quinta Columna, una expresión con la que el general Varela designaba a ciertos simpatizantes con el bando nacional. Pero a los 6 meses caí prisionero. Me pegaron dos tiros en la pierna derecha. Menos mal que fueron de chaspón. Había una piedra un poco alta, me chafé y me dieron allí los dos tiros: uno me cruzó el muslo y, el otro, me dio de chaspón. Me detuvieron, caí prisionero y en los calabozos vi a gente conocida. A uno de Priego que estuvo de ganchero por el río antes de que llegaran los camiones.
De Teruel trasladaron a Daniel a Santa Eulalia, un poco más arriba y, a las pocas horas de estar allí, nos llevaron a Orduña, Bilbao, a un campo de concentración. Había en el corral más de 5.000 tíos, prisioneros, nos daban para comer 4 patatas bailando en agua, sin aceite, medio crudas y se morían cada día 2 o 3 tíos. Allí, la vida, ¿sabes?, no valía un pimiento.
En ese campo, en el antiguo colegio de los jesuitas, fueron internados alrededor de 50.000 presos procedentes de los frentes de Vizcaya, Aragón y Cataluña aunque, su capacidad máxima, fuera de 5.000 personas. Se mezclaban presos políticos con los soldados teniendo por baño la insalubridad y la miseria como cuenta Daniel. Estando allí, se asomó uno a una ventana, a un balcón que caía a los corrales y dije, ¡si ese es Darío!. Lo había conocido, era el hijo del tío Garro que estaba de secretario en Huélamo. No me podía acercar a él porque me pegaban y así se lo decía pero, como tenía manga, por fin nos juntamos y le recordé lo de su padre, Garro, que luego se fue a Majadas y lo mataron los rojos camino de Villalba. Pues gracias a Darío, que habló bien de mí al teniente, pude salir de Orduña y me enviaron a otro campo de concentración que estaba en Miranda de Ebro (Burgos), con tiendas, en las que estaban más de 500 tíos. Estuve 4 o 5 días, cuenta Daniel, al cabo de los cuales me destinaron a un campo de trabajadores en Carabanchel Bajo. Allí, íbamos a fortificar trincheras, a hacer trincheras porque los nacionales no tenían…
Mientras escucho a Daniel Chico Mesa, la memoria y la nostalgia se funden en un abrazo sin sombras porque, historias así, dejan al sol en carne viva.
Próxima entrega, la segunda parte de la entrevista, mañana, 30 de Julio
Daniel regresa a un Huélamo en el que coge la sarna sufriendo, tales picores, que los tiene que eliminar con “Zotal” como si de una oveja se tratara. Conocerá a Elvira, la que será su mujer, que vive con sus padres en una casa en medio de la nada por la Cañada del Mostajo y, así, entraremos en los años 40: los años del hambre: cuanta miseria había, cuantos piojos, tifus y sarna, dice Daniel.
Audio de Daniel: nos llevaron a Orduña…