Daniel vive en Huélamo. Un pueblo de la provincia de Cuenca que se construyó, casa a casa, aprovechando los bancales, las curvas de nivel que distancian la Fuente del Milano del río Júcar formando eses en las que casas blancas, y huertos, dan sentido a este lugar que, a día de hoy, nada tiene que ver con el pueblo que vio nacer a Daniel Chico Mesa en las navidades del año 1917. A las puertas de años difíciles con ensaladas sociales, la gripe y la guerra de Marruecos: con 6 años fui a la escuela. Solo fui ese año porque tenía que estar todos los días con las ovejas, me dice Daniel. Cuando tenía 8 años, ya bajaba a Andalucía con los Merchantes y, por la noche, velando las ovejas para que no se fueran de la majá. ¡Menuda vida!, exclama. El pueblo de Huélamo, me dice, era casi como es hoy. Las casas medio hundidas, eso sí, y miseria hasta debajo de las uñas.
Daniel se enteró del inicio de la guerra cuidando borregos en Valsalobre, una finca cercana a Las Majadas y vino uno que le decían Emeterio, diciendo que había habido chicha. Que habían matao a 7 u 8. Más tarde, se enteraría de que 40 milicianos -con el capitán Moro al frente-, habían amenazado de muerte a don Manuel, el cura, advirtiéndole de que “cuando vengamos otra vez, y estés en el pueblo, te matamos”.
El 21 de septiembre, del año 1937, a Daniel le llaman a la guerra engrosando las filas del Frente de Teruel pero a los 6 meses cae prisionero. Me pegaron dos tiros en la pierna derecha. Menos mal que fueron de chaspón. De Teruel trasladaron a Daniel a Santa Eulalia, un poco más arriba y, a las pocas horas de estar allí, nos llevaron a Orduña, Bilbao, a un campo de concentración. Había en el corral más de 5.000 tíos, prisioneros, nos daban para comer 4 patatas bailando en agua, sin aceite, medio crudas y se morían cada día 2 o 3 tíos. Allí, la vida, ¿sabes?, no valía un pimiento.
De ese campo, en el antiguo colegio de los jesuitas, saldrá gracias a un conocido suyo, Darío, hijo del tío Garro, el secretario, para ingresar en el de Miranda de Ebro y, de allí, a un campo de de trabajadores en Carabanchel Bajo. Allí, íbamos a fortificar trincheras, a hacer trincheras porque los nacionales no tenían…
El final de la Guerra.
A las 22:30 horas del 1 de Abril de 1939, en los pocos aparatos de radio que existían en España, galenas incluidas, se pudo escuchar la voz de Fernando Fernández de Córdoba, con la entonación y énfasis propios de la radiofonía de aquellos años, dando el famoso parte en el que se hacía saber que “cautivo y desarmado el Ejército Rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco. Burgos, 1° de abril de 1939”.
Sin embargo, tendrán que transcurrir casi nueve meses, todo un simbólico parto para que la familia de Daniel pudiera volverlo a ver, vivo, como recién nacido porque llega a Huélamo el 25 de diciembre del año 1939. El día de Navidad. Cinco días antes de que cumpliera los 22 años. Pero, como suele decirse, poco dura la alegría en casa del pobre porque es llamado pero, esta vez, para hacer el servicio militar en Getafe. Son días del año 1940 en los que, tras casi cuatro meses, jura bandera, lo licencian y vuelve al hogar en donde su padre Primo, su madre, Antonia y su novia, lo esperan con los brazos vacíos aunque llenos de esperanza.
Mataron a 7 u 8 y había un odio en el pueblo muy grande
El pueblo estaba medio hundido y los cuerpos secos de tanto llorar. Doblados, hasta decir basta, por el peso acumulado de tanto dolor y penas. Estaba todo destruido, sí. Había llegado la barbarie y, con ella, cosas innombrables, me cuenta haciendo una pausa. Arrastraron los santos, pero acabaron en la cárcel
A veces, es un hilo de voz que dura no más de 5 segundos el que sale de su garganta para, seguidamente, juntar palabras que, a uno, le caen como si de plomo fueran: en poco tiempo, entraron 3 o 4 alcaldes y, todos, de la zona nacional. Se nombraban unos a otros pero fue Jacinto Vicente el que arregló la iglesia. No tenía familia y por calles, plazas y casas resbalaba la miseria. Mucha miseria. Es que, una cosa es decirlo y, otra, pasarlo.
Juan Antonio, su hijo de 71 años, nos acaba de dejar sin luz al conectar una lámpara que acaba de hacer en la que, la base, es una placa redonda sacada de un tronco de sabina y, del mismo material, de una fina rama, el brazo en el que termina el casquillo y la bombilla. El error estuvo al dar vueltas al casquillo porque, con ellas, se juntaron los cables y zas.
Se encendieron las luces, dos fluorescentes en el techo y, otra vez, la voz de Daniel llevándome a la trágica realidad de aquellos años que van de 1937 a 1958. Años de pocas juergas y escasos bailes porque, lo dice él: es que, en la guerra, mataron a 7 u 8 y había un odio en el pueblo muy grande. Muy grande. Y luego, entre el del bar y el albardero, montaron una muy gorda porque tenían la luz cogida, el estanco…se denunciaban entre ellos…recogieron firmas para quitar al alcalde al que, en Cuenca, le hicieron un juicio sumarísimo y, tras él, lo trajeron a Huélamo donde sería fusilado. Qué horror aquello.
Daniel, cargando palabras, dispara escalofríos.
A Julián Martínez se lo llevaron a Tragacete con Francisco Andréu y otros tantos, me cuenta Julián Martínez, hijo, que vive a cuatro pasos de Daniel. Los llevaban a fusilar pero, al final, el mismo guardia del somatén, dejó escapar a Andréu fingiendo que disparaba cuando, realmente, lo hacía al aire y, Francisco, cruzó el Júcar y se fue a la Serna en donde tenía el ganado. A Julián lo llevaron a la cárcel de Cuenca de la que salió gracias a su cuñado, Gregorio.
La vida o la muerte dependía de un dedo acusador. Lo sé porque, lo que me cuentan tanto Daniel, como Julián, era el pan nuestro de cada día en el que, por una mirada, te daban un pasaporte para ninguna parte.
Cuanta miseria y cuantos piojos, tiña y sarna había, se lamenta Daniel. Cogí un sarnazo en el pueblo, nada más llegar, porque estaba todo infestao, ¿sabes?. Cómo sería que le dije a mi hermana (porque mi madre ya había muerto) que si había “zotal” (un desinfectante microbicida, fungicida y desodorizante, de amplio espectro, indicado para la desinfección general de todo tipo de locales e instalaciones de uso ganadero). Y como había, calenté agua, rebajé el zotal, me lavé bien el cuerpo y pude quitarme la picadera. ¿Cómo voy a olvidar eso…?
La familia tenía 120 ovejas que vendieron en el año 1942. Tuvimos las ovejas hasta que cumplí 25 años. Vivíamos de la labor de mi padre. Sembrábamos 500 haces de trigo, cebada, avena y teníamos pedazos esparcidos por todo el término. También teníamos huertos cerca de los manantiales. A mí, me tocaron dos huertos de mi padre, uno de reguerio y, otro, de secano. Cuando me casé, pues claro, no teníamos nada. Ni mulos ni nada y empecé a trabajar en la madera, a cortar pinos, pelar, cargar camiones y cosas de esas porque, ganchero de rio no he sido. En 1921 se terminó lo del rio y se cargaba la madera en los camiones.
El noviazgo y la boda
Todo comienza cuando, una hermana de la que sería su novia y mujer, se casa con un primo de Daniel. Es que me gustó esa chica. Yo, tenía 22 años y, ella, era 5 años más joven. La vi de que vino una vez, aunque vino más veces al pueblo, pero no se me olvida cuando el rio se llevó el puente y la presa, y el molino… Había un disparate de agua. Dos metros de agua de altura y estábamos echando vigas de madera para poder pasar, cuenta Daniel como si lo viviera de nuevo. Pasó ella que venía al pueblo, aunque le daba miedo y no quería pisar las vigas. Se animó cuando la obligó el alcalde a pasar, sí, y cuando salió carretera arriba, me gustó su forma de andar, me encapriché y dije, esta no se me escapa.
Me atreví a decirle que si me quería o no me quería
Daniel, había conocido a Elvira Mondaráiz en su etapa de pastor. Daniel llevaba a pastar a las ovejas desde la zona de Valsalobre al Maíllo y, Elvira, vivía con su familia en una casa cercana a esos parajes: la Cañada del Mostajo, Sierra del Agua, el Pozarron, la Alconera y el Pajar del Corzo. Una casa en medio de la nada construida con piedras y adobe e iluminada por candiles como la mayoría de las casas de Huélamo. Un día vino a ver a su hermana y, como el marido de la hermana era mi primo, subí a ver si estaba y, claro que estaba. Me quedé allí hasta la hora de cenar.
“Me voy”, dije.
La casa tenía salidas por la cuadra y por el callejón y, ante la pregunta de la que sería su cuñada de que, por dónde saldría, Daniel le dijo que por el callejón porque, por allí habría algo más de luz. Una mentira a sabiendas de que, su futura cuñada, haría lo que hizo: “Elvira, coge el candil no se vaya a caer Daniel”. Salimos los dos y, ya solos, me atreví a decirle que si me quería o no me quería. Pero no habló nada. Ni una palabra. Por eso le dije que, la próxima vez que nos viéramos, quería una contestación.
Transcurridos 7 días, Elvira volvió a Huélamo. Subí a la casa de mi primo, hablamos y me dijo: mis padres quieren conocerte.
-“Diles que el domingo que viene, si no trabajo, me conocerán. Que iré a Pajarón a conocer a la familia”.
Los domingos, que no trabajaba Daniel, eran los días fijados para ir a verla. Estaba hasta las 11 o las 12 en el pajar (nombre que se le daba a ese tipo de construcción) porque tenía que volver andando, hasta Huélamo, ya que, al otro día, tenía que trabajar. Estuvimos cinco años de novios. El domingo la veía y, cuando me cansaba de estar allí, me tenía que venir andando.
Habría que verlo de noche, en pleno invierno, buscando el Camino de Huélamo -que era el de Las Majadas- por andurriales a 1550 metros de altitud hasta llegar a la Serrezuela, o a la Solana de la Dehesa, en donde el olfato te guiaba ya hasta donde humeaban las chimeneas.
Boda
Tras levantar la casa, y con ella, la hacienda, el 26 de Marzo de 1945 los casa don Manuel Navarro en la iglesia del pueblo, la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Yo, que había estado segando en Zaragoza el verano anterior, me compré un corte de traje en un almacén por 45 duros. Mi mujer, no me acuerdo bien cómo iba. Un vestido oscuro, decente, con una flor blanca en la solapa…La boda la celebramos invitando a la familia. Nos juntamos entre 15 y 20 personas: mis tíos, primos y nada más. Los amigos y los que venían a trabajar conmigo también estuvieron en la boda.
Las fiestas
Antes de la boda, los vecinos compraban, pagando a escote, un toro y se gastaban unas 400 o 500 pesetas. Esa era la fiesta en los años 30. Luego, después de la guerra, el alcalde, que era Chamela, compró novillos toros a los Moras y a Antonio, el de Zafrilla. Había arabeles, los cargos estaban, era buena la fiesta aunque, después de la guerra cambio mucho a mejor. Es que, antes, había mucha miseria en los pueblos, dice Daniel. Venia uno del Villar con un tambor y una flauta, y ese era el baile.
Ya, en los años 50, el baile lo hacían Nicolasete con su acordeón, Aurelio Mozo, Realete, Ismael…la banda que venía desde Masana, los Olegarios, Lermas…Sillas en torno al salón para las que no bailaban y, entre baile y baile, el coñac o el botellín de cerveza para ellos mientras que, para ellas, funcionaba muy bien la gaseosa de papelillos (el blanco y el azul) y los refrescos: mirinda y canada dry en un ambiente cargado de humos salidos de cigarros ideales.
En el baile había que pagar en ca Vicente o en ca Leandro porque había trinca entre ellos por ser el que hacía mejor baile. A Leandro venia el Canario, me dice Julián, el vecino de Daniel, pero acabaron por hacer el baile gratis los dos. Vicente, debajo de la casa, en lo que hoy es garaje y, Leandro, frente a lo que hoy es ayuntamiento. En la parte de arriba. Venían los turroneros con petardos, venían de Ademuz aunque también estaba la Agrimira y Jesús. Para los críos no había nada. Íbamos detrás de la banda en los pasacalles y, los Cargos, me acuerdo que el que tenía el bastón, el jefe, daba en la casa chocolate, vino y cañamones para unos pocos. Cuando sacaban el canasto a la calle, nos tirábamos a los cañamones.
Los Cargos
Los Cargos son los guardianes de que se cumpla la tradición. Representan a los tres poderes: local, eclesiástico y militar y, como si de esos tres poderes se tratara, serán tres veces las que bailen la bandera. Una antes de la misa y de la procesión. Otra poco antes de que se haga realidad una carrera única (la Joya) y, la tercera, cuando han de pasar el relevo a las puertas del Ayuntamiento. Los que quieren los Cargos tienen que estar atentos en el momento del cambio cuando, el del bastón, diga “si hay algún devoto para la Virgen del Rosario”. Desde que me acuerdo, salíamos saltando a coger el bastón, la bandera y el guincho. Y así sigue toda la vida, con la misma música. Ahora es mejor que cuando era joven, comenta Daniel. Un año bailé la bandera. Me operaron en el año 1958 de un quiste que tenía en el pulmón. Me fui a Madrid porque no quería operarme en Cuenca. No quería que me operara un aprendiz como me dijo don Edmundo: “no te operes que te vamos a destrozar”. En eso tuvo que ver mi hija que estaba en Villalba y un médico que iba a comer al bar. Era buena persona y, gracias a él, me llevaron a Madrid. No podía trabajar. Estaba en Las Coronillas con la boca abierta y sin resuello. Cansino perdido. El tumor se iba aumentando y era ya como una naranja. Me fui por fin a Madrid, me operaron y, cuando vine, prometí coger los Cargos.
La vida siguió, como siguió pagando el famoso cupón para cuando llegara la jubilación, tras pasar años de miseria hasta debajo de las uñas, segando con hoz y zoqueta, cortando y pelando pinos. Años en aquella España rural, en blanco y negro, que doblaba espinazos y marcaba grietas en mejillas como surcos de arado. Se encalaban fachadas para intentar ganar el premio de embellecimiento y, los pastores, secaban al sol un somarro que sabía a gloria después de que se derritieran unas nieves que duraban medio año. La España en blanco y negro que depositaba a sus muertos rodeados de candelabros en el suelo de la sala y, por remate, clavada en la tierra que cubría la tumba, una cruz de madera con el nombre del finado mientras, en otros sitios, bailaban aquello de Luisa Linares y los Galindo: «a lo loco, a lo loco, hay que ver cómo vive fulano. A lo loco a lo loco, como tira el dinero mengano…”
Audio. «A lo loco». Luisa Linares y los Galindo