A lo largo de los siglos, los ladrones han sido perseguidos y castigados de diferentes maneras. En estas líneas, se mostrarán diferentes casos, desde finales del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX, tanto del extranjero como de España. Las noticias de sus fechorías llegaban desde casi cualquier parte a nuestro país, sumándose a los casos propios.
Así, en la Semana Santa de 1696, en Bruselas, a treze colgó la justicia fuera desta villa, en el camino de Lovaina, a quatro mugeres y a un hombre, que avían traído acá presos, por ser todos de la tropa de los matadores y ladrones, que robando de noche las casas de los habitadores del país abierto, se ponían las caras negras para no ser conocidos.
El castigo ejecutado para aquellos delincuentes fue la horca: También ha colgado a otros muchos en diferentes lugares del país, y los oficiales y ministros de la justicia persiguen a los demás, por orden expreso de su Alteza Electoral, para extirparlos a todos, y librar a la tierra desta perniciosísima peste.
Unos meses más tarde, el 17 de julio de 1696, de Dundalke se avisa que el más famoso de los ladrones de aquellos quarteles ha caydo en manos de la justicia y que se les da caza a los otros, con gana de que paguen sus delitos, y dexen de infestar su país.
Si pasamos al siglo XVIII, nos situamos en Londres, desde donde se informó de que el rey había decidido firmar un Acto de perdón general, relativo a determinados delitos. Este documento se pasó a la Cámaras Alta y Baja, para obtener su aprobación. Las infracciones que quedaron fuera del perdón general se especificaron muy bien:
Aunque este Acto contiene un perdón general en favor de todos los delitos que se han cometido hasta el día 24 de julio de 1721, quedan, sin embargo, exceptuados los últimos Directores de la Compañía del Sur, como también los que tomaron armas en la última rebelión, y que aviendo sido condenados como rebeldes, se han huido a países extranjeros, y también quedan excluidos de este perdón los matadores voluntarios o asesinos, ladrones, monederos falsos, los que han contrahecho billetes del Banco, y otros, los falsarios, los inducidores de testigos, y generalmente todos aquellos que huvieren quebrantado algún Acto del Parlamento.
En Hamburgo, los quebrantamientos fueron más graves que el simple robo. El 12 de febrero de 1723, se informó sobre haber apresado a 36 ladrones con su Capitán, que era un Coronel Rusiano, los quales avían cometido grandes crueldades, hasta intentar poner fuego a Petersburgo. Semejantes actos merecieron la muerte: a los quales mandó Su Magestad Zariana romper vivos a unos, y a otros, empalar.
Otros malhechores que se dedicaban a falsificar moneda, los monederos falsos, hecho considerado de extrema gravedad por las consecuencias que tenía, fueron también puestos presos, siendo el castigo aplicado terrible y acorde con el mal uso del metal: darles a beber plomo derretido.
Las recompensas ofrecidas a quienes facilitasen información, detuvieran y entregasen a la justicia a todos aquellos facinerosos, sin duda, coadyuvaban a liquidar tantas tropelías. Así, el 29 de febrero de 1724, desde La Haya, llegó esta información:
La Corte de Holanda y el Gobierno de esta Villa han hecho publicar un Bando, prometiendo una recompensa de 100 ducatones a qualquiera que hiziere prender y entregue en manos de la Justicia a algunos vagabundos que roban en las calles por las noches, maltratando a las personas, y forçando las puertas de las casas para entrar a robar en ellas.
Así se actuó en Londres, en octubre de 1728, donde el Secretario de Estado, que era el Vizconde de Townsend, por mandato del Rey, envió una carta al Presidente de las Sesiones de jueces de paz de Westminster, cuyo contenido se reduce a que hallándose Su Majestad informado de que los frequentes robos que se cometen en las calles de esta Capital, y en sus contornos, se atribuyen principalmente a la buelta de muchos delinquentes que avían sido echados a presidio y han cumplido su término, ha mandado que por la Thesorería se paguen 200 pesos a qualquiera que prendiere algún ladrón. Accesoriamente, se tomó la decisión de cerrar las tabernas, bodegones y puestos de aguardiente que servían de retirada a estos malhechores.
Sin embargo, la delincuencia no cesaba y no bastaban las penas establecidas ni las recompensas ofrecidas, porque unos después, el 23 de noviembre de 1753, el rey inglés recomendó seriamente a las dos Cámaras que tomasen las más eficaces medidas para reprimir los robos y muertes que se hacen diariamente en las cercanías de esta Capital.
Habiéndose propuesto ya diferentes medios para remediar tan horribles desórdenes, se pensó en que las recompensas fueran determinadas por ley y darlas a quienes cogiesen al ladrón o homicida que haya cometido semejantes delitos en 10 millas al contorno de esta ciudad.
Otro caso de castigo en la horca, mencionado inicialmente, fue usado en París, el 13 de marzo de 1732, donde fueron sentenciados a la horca 2 hombres y 2 mugeres que han sido aprehendidos de una tropa de 35 ladrones que cometen grandes robos. Entre ellos hubo un muchacho que, por no tener la edad suficiente, para recibir igual castigo, se le ha condenado a estar suspenso una hora en la misma horca por debaxo de los brazos, y a encerrarlo después por 9 años en el Hospital General.
Asaltaban, robaban y asesinaban… Todo obstáculo que impidiese la consecución de sus fines había que derribarlo. Así, el 4 de enero de 1752, desde Milán llegaron cartas informando que los ladrones y vagamundos continuaban en cometer grandes excesos en los lugares de aquel Ducado, no obstante todas las medidas tomadas por el Gobierno para exterminarlos. Que pocos días antes habían robado y muerto a algunas personas en los caminos, cuyo delito se presumía habían cometido los contrabandistas, de que hay muchos en aquel país.
Indudablemente, la picaresca desarrollada por los ladrones iba encaminada al éxito de sus operaciones. En agosto de 1752, se informó sobre una cuadrilla considerable de ladrones que se dedicaba a robar objetos de plata de las iglesias y para evitar el ser fácilmente descubiertos tenían el secreto de convertirla, inmediatamente, en monedas corrientes. Las autoridades consiguieron prender y encarcelar a 30 de aquellos bandidos.
Las iglesias eran un objetivo fácil puesto que los objetos sagrados, la mayoría hechos de metales preciosos, abundaban. En noviembre de ese mismo año, en Génova, diferentes ladrones han robado estos días todas las alhajas de plata de la iglesia de los Dominicos, sita en el Barrio de Veraso.
Hubo, sin duda, robos y asaltos que bien parecieran perseguir otros fines a los inicialmente supuestos por la justicia. En Leipzig, en noviembre de 1767, una calesa de posta que iba de Nuremberg a Ratisbona fue acometida por seis ladrones, entre Hartmansdorf y Sultzbach. El Postillón y el Conductor fueron peligrosamente heridos, el primero de una puñalada en el costado, y el otro de un balazo en la cabeza. Lo más sorprendente es que para ser descritos como ladrones, éstos no hicieron daño alguno a tres personas que iban en la Calesa, ni llegaron a los caxones de dinero que conducía. Parece cierto que los fines a ejecutar eran otros.
A lo largo y ancho de la geografía hispana, desde luego, son innumerables los casos documentados. A finales de octubre de 1790, un grupo de bandidos, que iban perfectamente equipados para defenderse y huir, actuaron en las inmediaciones de la Villa de Torrenueva, provincia de la Mancha. Una partida de carabineros reales salió en persecución de seis de ellos, que acababan de robar el Real Pósito de dicha Villa: se resistieron los ladrones haciendo fuego, pero cargados por la partida fueron aprehendidos dos, muerto uno por insistir en su resistencia, huyendo los tres restantes a favor de la obscuridad y proporción del sitio, resultó herido un carabinero. También se aprehendieron sus seis caballerías y quanto en ellas llevaban: muchas armas, instrumentos para forzar puertas, porción de dinero y de alhajas de plata, géneros de seda y otras cosas que hurtaron en aquel mes en cinco distintos parages.
Se procedió a reintegrar a los dueños quanto se ha verificado ser suyo, pero como en el progreso de esta causa se han descubierto y puesto en cobro otras partidas de dinero, alhajas de oro, aljófar y plata, y, particularmente, una porción de dichas alhajas que estaban enterradas en un despoblado de la Sierra de Alcaraz por el ladrón que murió. Como era complicado averiguar quiénes tenían derecho a estas alhajas, se decidió dar esta noticia al público para que los interesados acudan a la Comandancia general en que dicha provincia exerce el Comandante de la Brigada de los referidos Carabineros Reales, para la persecución de contrabandistas y malhechores, por sí o por procurador instruido, a justificar e identificar su pertenencia dentro de tres meses contados desde este día.
Como nuestro país fue particularmente atacado por bandidos o bandoleros de todo pelaje, igualmente las autoridades se afanaron siempre en legislar a fin de evitar, en la medida de lo posible, estos luctuosos hechos. Así, el 3 de abril de 1817, se publicó la siguiente Circular de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte:
Por repetidas providencias está mandado a todas las Justicias la persecución y castigo de los malhechores y cuadrillas de ladrones y bandidos que infestan los caminos, maltratando y robando a los pasageros; igualmente lo está, para evitar tales desórdenes, que cada una en su término ronde, zele y averigüe lo que ocurra, procediendo a la aprehensión de los delincuentes y gentes sospechosas, valiéndose, en caso necesario, del auxilio de la tropa destinada a este objeto, arreglándose para ello a las órdenes e instrucciones comunicadas, y avisando sin dilación a la Sala de cualquiera concurrencia. Además, por los continuos altercados, se dispuso que se pusiera en egecución cuantas reglas están dictadas para semejantes casos, redoblando su zelo en el reconocimiento de los caminos, mesones, ventorrillos y parages sospechosos, procediendo a la prisión de las gentes que lo sean, formándoles causas, y dando luego cuenta a la Sala por mano del señor fiscal.
Ni penas, ni castigos amedrentaban al delincuente. El 5 de septiembre de 1819, los aldeanos de Valdepinillo, jurisdicción de la villa de Galve, se decidieron a acabar con los desmanes y acometieron a tres ladrones que se habían establecido en la sierra de Atienza, y a pesar de las pocas armas que llevaban lograron herir al uno, y prenderle con los otros dos, conduciéndolos después a la citada villa de Galve.
Las rutas de correo fueron objetivo fácil para aquellos facinerosos. En marzo de 1823, toda la correspondencia que se envió desde Sevilla a Madrid fue robada por cuatro ladrones de a caballo, entre la venta de Cárdenas y la Concepción de Almoradiel, en el sitio llamado los atajos del rodeo, habiendo dejado atado al postillón que la conducía: lo que se avisa al público para su inteligencia.
Otro camino muy transitado fue objeto de todo tipo de infortunios, recibiendo aviso el alcalde mayor de Jumilla, acerca de lo ocurrido en la venta de Vinatea, casa de postas del término de Hellín. Allí había una gavilla de seis ladrones que despojaban a cuantos transitaban por aquel punto. Inmediatamente dispuso dicho juez que el comandante de voluntarios realistas, don Domingo Sánchez, saliese en persecución de aquellos bandidos con 12 voluntarios a su mando, lo que verificaron a las dos y media de la misma tarde, dirigiéndose al punto de Vinatea.
La descripción de lo ocurrido en este caso es muy precisa:
Adquiridas allí las noticias exactas del rumbo que habían tomado los facinerosos, marcharon sin descansar un momento, a pesar del rigor de un sol ardiente, hasta el sitio de los Ginetas, donde se encontraron con cuatro: verlos y arrojarse a ellos todo fue una misma cosa, pero habiendo visto la bizarría de los tres, se dispersaron al punto llenos de confusión. Y tanto por la escabrosidad del terreno, como por haberse acercado la noche, no pudieron prender más que a uno, quien les informó que en un cortijo inmediato debían reunirse los dos más que faltaban. Efectivamente, habiéndose dirigido a este punto lograron coger a los dos restantes, y todos tres fueron conducidos a las cárceles de esta villa.
En la noche del mismo día 9 capturó el alcalde mayor otro ladrón y el gobernador de Cieza a dos más que pertenecían también a la misma cuadrilla que los anteriores. Se les está siguiendo con la mayor actividad la correspondiente sumaria, a fin de que los trastornadores del orden público sufran el pronto y condigno castigo.
Sin duda, en Andalucía fue donde más abundaron estas gavillas de bandidos. Los casos conocidos son muchísimos y muy apreciables las noticias en las que se describían los hechos. En mayo de 1836, en Córdoba, a los ladrones públicos de nuestra provincia parece les ha llegado su Sanmartín. Al amanecer del 13 fue aprehendido en la huerta llamada del Naranjal, Juan de Aguilar, alias la Llueca, apodo derivado de las buenas crías de ladrones que ha sacado. Abundando en la descripción de la Llueca, se dice de él que era veterano en el oficio, desertor de presidio y escalador de la cárcel de Espejo.
Otro apresado fue su compañero Juan Rodríguez, alias el Chury, muy conocido por sus proezas en toda la provincia. Estas importantes prisiones han sido hechas por el teniente comandante accidental de la compañía de seguridad pública, don Ildefonso Jurado, con fuerza de la misma.
En el día se ven completamente asegurados los caminos principales de nuestra provincia, sin verificarse un robo hace tiempo. El interés que van tomando los pueblos contra los malhechores acabará de extirparlos, aunque pareciera esto paradoja no hace mucho tiempo.
Lamentablemente, esa utilidad y provecho que veían las aldeas, villas y ciudades en dar fin a toda aquella delincuencia era mero deseo, a tenor de los infinitos testimonios documentales sobre tan deplorables hechos. Unos años más tarde, en 1844, llegó la creación de la Guardia civil, para proteger eficazmente las personas y las propiedades.
Por Mª de la Almudena Serrano Mota. Directora del AHP de Cuenca