En la casa de Mercedes y Juan, en una Guadalajara que no llegaba a los 13.000 habitantes, tocó la lotería el 22 de diciembre del año 1918. Así, al menos lo cuenta, entre risas, don José Luis Álvarez de Castro cada vez que recuerda la de veces que, siendo niño, se lo decía a sus padres. Llegó al mundo cuando la pandemia de la mal llamada gripe española lanzaba sus tentáculos hasta por debajo de las piedras porque, desde octubre a diciembre del año 1918, la plaga se cebó sobre todo en personas adultas jóvenes como Mercedes y Juan, sus padres, que salieron ilesos de un ataque que dejó más de 50 millones de muertos. Una cifra propiciada, además, por el hacinamiento de personas en una guerra mundial que, por serlo, callaba enfermedades que recaían en países neutrales como el nuestro y, de ahí, la mala fama.
José Luis Álvarez está muy poco tiempo en Guadalajara. Tan poco que, esa página de la vida, la pasa en blanco. Su padre, juan, es funcionario y añora cada vez más su tierra natal de Granada hasta donde se traslada con la familia. Con Mercedes y con el recién nacido José Luis Álvarez de Castro. Estuve un montón de años allí, en Granada. Llegué con dos años y pronto voy a la escuela. A un colegio, un internado de los escolapios, dice don José Luis, sentado en torno a una mesa camilla de la que sale calor, a quien entrevisto en un salón de su casa dominado por una biblioteca llena de libros y fotografías, reconvertido en sala de estar y dormitorio para evitar, en lo posible, desplazamientos inútiles. El colegio era muy grande y yo estuve en el de los externos, cuenta don José Luis, recordándome que tenía –y tiene- por misión la educación integral de niños y jóvenes basada en los valores cristianos favoreciendo el crecimiento de la persona en todas sus dimensiones. Tenía muchos amigos en los escolapios, jugábamos a la pelota y echábamos carreras. Y aunque había balones de los de reglamento (que los guardaban para las competiciones), nosotros jugábamos con los de goma aunque recuerdo alguno revestido de cuero. Jugábamos a lo que podíamos porque, juguetes, no había. Muy pocos y eso que, mi padre, funcionario, nos proporcionaba una vida muy digna añade don José Luis que cubre su cabeza con un gorro de lana. Mis maestros eran curas, sí, y de ahí viene mi sentimiento religioso. Fue el principio que luego, a lo largo de toda mi vida, me ha fortalecido mucho.
El niño, José Luis Álvarez de Castro, acudía todos los días al colegio de los escolapios como externo porque podía comer en su casa. Mi madre, Mercedes, cocinaba muy bien. Lo que más me gustaba de sus comidas eran las patatas guisadas y el pescado.
Los años van pasando y llega el momento en el que decide empezar nueva vida. El periodismo lo aprendí en la práctica, en Granada. Había un periódico llamado la Publicidad que era de un ascendiente mío y, allí, empecé a trabajar para seguir mi hoja de ruta. Era taquígrafo y hacía reportajes de todo tipo, entrevistas de calle, dice don José Luis refiriéndose a ese medio de comunicación editado en Granada entre los años de 1881 a 1936. Luego pasé, durante la guerra, a un periódico que se llamaba Patria, también en Granada, periódico nacido de La Publicidad, que fue vendido a Falange por la familia propietaria.
Estamos en el año 1935, las instituciones no se han repuesto del intento de golpe de estado a cargo del PSOE y los nacionalistas catalanes en octubre de 1934 y, el país, no levanta cabeza por la crisis económica que lleva a muchos al estraperlo.
En ese escenario, José Luis Álvarez de Castro, con 17 años, viaja con su madre hasta Santander porque, ella, necesita unas curas de aguas medicinales. La acompañaba yo a Solares, dice don José Luis, en donde estaban la aguas termales. Íbamos y veníamos de Granada a Santander en un viaje, en tren, que duraba dos días. Es que no había coches apenas, las carreteras eran muy malas y, lo mejor, era el tren.
Entre el periodismo en la Publicidad y los viajes con Mercedes, su madre, al balneario de Solares, estalla la guerra sorprendiéndole precisamente allí, en zona roja sí. Y eso que Santander no había votado la República en el 31. Me sorprendió la guerra y estuvimos en Solares hasta que liberaron la zona y pudimos volver a casa. Era el año 1937, recuerda don José Luis, y apenas me entero de las cosas que ocurren. Solo por lo que contaban. Veíamos camiones, soldados que iban y venían pero ningún disparo. Estoy hasta que liberan Santander.
La verdad es que, en ese año en el que estuvo con su madre en el balneario, se produjeron vejaciones, crueldades y asesinatos a ciudadanos indefensos como en tantas otras ciudades y pueblos de España quedando, en el recuerdo, las atrocidades que se realizaron en el Faro de Cabo Mayor y en el barco prisión “Alfonso Pérez”. No se sabe por qué no se percataron del balneario y, de esa manera, salvo y sano, regresó con su madre a Granada en donde hizo la mili hasta finalizar la guerra. José Luis tiene 21 años y decide marcharse a Castellón de la Plana para seguir su vida periodística pero, ahora, en el recién inaugurado periódico Mediterráneo de la llamada Cadena de Prensa y Radio del Movimiento que, hoy, pertenece al grupo Zeta. Aquí, en Castellón, seguía haciendo reportajes de calle, noticias y lo que saliera porque éramos muy pocos en el periódico. Hacía calle, claro, y también taquigrafía.
Hacía más cosas porque, además de trabajar en el periódico, se lanza a estudiar la carrera de Derecho que termina en un abrir y cerrar página. Es que en Castellón estoy solo y todavía me queda algo de tiempo, poco, cuenta don José Luis, por lo que me matriculo, libre, en la Facultad de Derecho en Valencia por tener una segunda opción en mi vida. Tuve que hablar con el decano, abonar las tasas que correspondían de matrícula y, poco a poco, fui sacando exámenes así, sin ir a clase porque no podía asistir. Fui con 21 años a Castellón, estuve allí 4 años y termino la carrera a los 24, sin prisas porque trabajaba en el periódico y la Universidad era como segunda opción. Me examinaba de las asignaturas que me preparaba bien y dejaba las otras para septiembre.
En tres años termina Derecho. Una época, esos primeros años 40, en la que ganaba 400 pesetas por trabajar en el periódico que le permitían vivir en una pensión sita en el paseo Lidon e invitar, de vez en cuando, a una chica mecanógrafa con la que compartía mucho tiempo debido a su trabajo de periodista y como taquígrafo. A Conchita la conozco en Castellón siendo periodista y estudiando derecho. La conocí porque era mecanógrafa en la Jefatura Provincial del Movimiento. Era natural. Yo taquígrafo y periodista y, ella, la que me abría las puertas. Total que la conocí en ese ámbito profesional o laboral y el flechazo vino después. Empezamos a salir y me caso con Conchi, en la iglesia de San Agustín, en una boda periodística porque, los invitados, eran todos los compañeros. Aunque le cuesta recordar, al final me lo dice: Conchi iba muy guapa con un vestido blanco y, yo, con un traje negro.
Ya con el título, hace oposiciones, aprueba y, juntos, se trasladan a León en donde, José Luis, tiene plaza de delegado de Educación Popular. Era una especie de universidad popular que impartía cultura y tenía sus textos. Yo era un mandao y, mi cometido, era estar al tanto de la vicesecretaria de educación popular aclara don José Luis. Lo nuestro tenía su escalafón, sus textos etc. Estuve 4 años y, luego, de León me vine a Cuenca
Cuenca
José Luis Álvarez de Castro llega a Cuenca el día 13 de junio del año 1947. Muy poco antes de que, el Huécar, se saliera de madre como escribe Antonio Rodríguez: ocurrió este hecho el miércoles día 13 de agosto de 1947, sembrando el pánico y la desolación en sus habitantes por las consecuencias que se derivaron. Las huertas de la carretera de Palomera quedaron inundadas por el fuerte caudal del Huécar, que se salió de su cauce, cegando los puentes que atravesaba en su fiero recorrido, dejando las huertas llenas de troncos de árboles, piedras, lodo, etc., derrumbándose los muros de contención que las protegía.
Bueno, Cuenca, es lo primero que solicité, aclara. Sabía que Cuenca era una ciudad pequeña, atrasada -si la comparaba con Castellón o León- pero lo pedí tras pasar esos años como delegado de Educación Popular en León. Llego a una ciudad de tercera y, por eso, no se me caen los palos del sombrajo. Llego, en tren, el 13 de Junio de 1947, nadie me espera y menos mal que había un mozo al que le pregunté por una fonda para hospedarme, dirigiéndome a la Posada de Santa Luisa en donde estuve poco tiempo porque, pronto, me trasladé a la Moderna que era un poco mejor. Aquello era tremendo, cuenta don José Luis. Carros, burros en la misma puerta…igual te encontrabas a segadores buscando faena que a gente que venía de los pueblos con caballerías y serones llenos de cosas para hacer intercambio, dice don José Luis porque, entonces, era normal traer desde el pueblo huevos o animales de corral con el fin de venderlos y, con el dinero obtenido, comprar cosas que faltaban en sus casas. Pero era una ciudad encantadora. Pude haber elegido Santa Cruz de Tenerife pero me quedé con Cuenca porque había tenido un compañero, en Mediterráneo, que era de Torrejoncillo del Rey y tenía una inclinación especial por Cuenca. No lo pensé.
José Luis Álvarez comienza a trabajar en una oficina que había en la calle de Calderón de la Barca, 55. La oficina de Información que luego sería la de Información y Turismo cuando, en el año 1951, se crea el Ministerio de Información y Turismo asumiendo las competencias sobre los Medios de Comunicación y Espectáculos, la Delegación Nacional de Prensa, Propaganda y Radio y, con ello, la Censura. Me tocó el papel de censor, sí, pero era una censura muy ligera porque fundamentalmente se vigilaba el teatro y el cine. Los textos escritos los veíamos si eran para imprenta. Bueno, eran los de la imprenta los que nos los enviaban porque estábamos dos personas para ese cometido. Pero también nos volcamos, en ese tiempo, en el desarrollo de un incipiente sector, el turismo. Fueron inicios titubeantes, quizás, pero firmes y aquí tenemos, ahora, los frutos.
Otro frente que se abrió, siendo delegado de Información y Turismo, fue el de la Red de Teleclubs en la que el Ministerio, prestaba a los teleclubs toda clase de servicios culturales y medios audiovisuales, biblioteca, mobiliario, asistencia técnica y formación. En eso, el Ministerio tuvo mucho interés en crear una red de teleclubs porque, en los pueblos, no había un aglutinante que les hiciera ir hacia adelante. Pero cuando se planteó lo de los Teleclubs, fue una idea afortunadísima porque encontró un calor en los pueblos que se creían abocados a su final. Ahí estuvo la labor cultural de mucha gente en torno a un centro que, aunque dominado por un televisor, irradiaba otras cosas que tenían que ver con formación profesional, cultura etc.
Semana Santa, la Música Religiosa y el Museo de Arte Abstracto
José Luis Álvarez de Castro, desde su más tierna infancia, tiene una sólida formación religiosa que provoca, en él, una especie de prevención al contemplar nuestra Semana Santa. Tenía una cierta prevención porque recordaba la Semana Santa de cuando yo era niño en Granada y, luego, la de León. Aquí era otra cosa y me encontré con un fervor semanasantero grande. Aún así, no me inscribí en ninguna hermandad pero, sin embargo, por dentro, tenía un regustillo por determinadas hermandades y, eso, me llevaba a contemplarlas desde la acera porque, siempre, tuve mucha devoción.
En el año 1992 pronuncia su pregón. La Banda de Música de Cuenca, dirigida por Aurelio Fernández Cabrera, interpretó “La quinta Angustia”, “Por tu cara de pena”, “Virgen de las Angustias” que era obra encargo de la Diputación provincial y “San Juan”. El Coro del Conservatorio, bajo la dirección de Fortunato Sáiz de la Iglesia, preparó un repertorio para las procesiones del Domingo de Ramos, Jueves y Viernes Santos, Domingo de Resurrección y el Miserere de Cuenca.
Julia Sarro, pregonera del año anterior, voz de Radio Clásica y compañera del alma de Segundo Pastor, puso armonía en el auditorio nazareno recordando la llegada de José Luis a Cuenca, la tierra elegida para sus vidas y para ayudar a los demás sin explicarse de dónde sacaba tanto tiempo.
José Luis Álvarez de Castro comenzó agradeciendo a Julia sus palabras, preciosas, para ir matizando que la Semana Santa de Cuenca la ve desde la perspectiva de su condición de periodista, gente que vive para contar la actualidad de cada día. Por eso me encuentro desplazado al tener que hacer este pregón donde tantas cosas hermosas se han dicho. Voy a hablarles de la actualidad que tiene un planteamiento tripartido. Vamos a celebrar la Semana Santa del año 1992 y, al preguntarnos si es actual la celebración de la Semana Santa, nos preguntamos si es actual Dios. Si sigue siendo actual. Vemos en nuestras calles que Dios ha muerto pero, hace mes y medio, nuestras calles fueron testigo de un parodia, mofa ultrajante de la procesión del Santo Entierro. Hoy inauguramos la Semana Santa de 1992 en la que vamos a ensalzar los misterios de nuestro señor por lo que, Dios, sigue siendo actualidad, dijo nada más iniciar un pregón que pronunció sin apunte alguno.
Cuando en el año 1962, Albert Blancafort dirige la Sinfonía para el Viernes Santo, ha arraigado por el camino un montón de semillas en clave de provecho gracias a Rodrigo Lozano, a Eugenio López y a alguien más. Resulta que Antonio Iglesias y yo éramos muy amigos, mucho y, claro, era el que se movía en todos los planos y en todos los ambientes. Y además de tener una capacidad pianística enorme, era, como digo, el hombre de los contactos, el que hablaba con los artistas, con los círculos pianísticos de España y de fuera del país. 1962 fue el primer año pero, ahí, se sembró en buena tierra y se gestó una actividad cultural que pondría a Cuenca en la órbita mundial de la música.
El caso, dice don José Luis, es que surgió la idea de la manera más tonta. Estaba la iglesia de San Miguel ya desamortizada y se usaba, de vez en cuando pero sin tener cometido alguno. Entonces, hablando con Antonio Iglesias, con Rodrigo Lozano que era el Alcalde y con Eugenio López, el Gobernador, se llegó al acuerdo de, al menos, intentar la aventura que ha llegado hasta hoy poniendo a Cuenca en el más alto nivel de los festivales musicales del mundo. Es cuando me pide Eugenio López que piense en un slogan para Cuenca y, con los momentos que estamos viviendo, le digo este: “Cuenca es única”.
Y tanto. Se convirtió en slogan y cartel que veíamos por todas partes, incluso en carreteras, y con las Casas Colgadas como fondo. Por cierto que fue León Meler, arquitecto municipal, el que inicia el proceso final para la reconstrucción y restauración de las Casas Colgadas de Cuenca con el fin de que, Fernando Zóbel, albergue su colección de arte español en el emblemático edificio contando, además, con el apoyo de Gustavo Torner.
En el año 1964, un decreto de la alcaldía, presidida por Rodrigo Lozano de la Fuente, nombra el comité del futuro Museo de Arte Abstracto Español y ahí estamos. Sí. Se gestó porque había un monumento muy infravalorado, las Casas Colgadas, que se caían a trozos y que, de alguna manera, había que arreglarlas. En eso, Jesús Moya, alcalde de Cuenca, tuvo mucho que ver antes de que Zóbel pusiera interés en venir a Cuenca con su colección. Jesús Moya le dio un empujón desde el Ayuntamiento y, a partir de ahí, vino todo rodado.
Hasta ahí hemos llegado. Esto no se puede hacer
El 23 de Abril del año 1969, José Luis Álvarez de Castro que ha sido delegado de Sindicatos y de Información y Turismo, es nombrado presidente de la Diputación Provincial. Bueno, lo de la presidencia de la Diputación fue porque, el gobernador que había entonces, Julio Iranzo Domínguez, que había sido nombrado un año antes, se empeñó en ello y bueno, lo que siempre pasa por mi cabeza es que, si acepto, lo tengo que hacer de la mejor manera. Que cuando me han encomendado algo, siempre he querido dar el cien por ciento y, en esto de la Diputación, siempre he creído que no funcionaba como creía que debería de funcionar, me comenta don José Luis haciendo pausas en sus recuerdos, tan profundas, que a uno le da tiempo a bucear en las aguas de la memoria. Le dije al gobernador que no. Que no aspiraba a ser presidente de nada pero, tanto insistió, que al final acepté la presidencia por un tiempo prudencial. Creo que se puede hacer muy buena obra desde la Diputación porque, desde que se crean, se convierten en un sitio pegado al terruño, una institución que pisa suelo y que necesariamente debe tener una cercanía con la administración del Estado para atender a nuestros pueblos como se merecen, me dice con esa sonrisa que heredó de no sé dónde. Palabras que vienen a cuento porque, algo similar dijo en un acto celebrado en Osa de la Vega, el 26 de Octubre del año 1969, con motivo del Día de la Provincia.
Pero, aunque la vida sigue, en el año 1971 le quieren poner un enorme palo a las ruedas de su integridad. Se debate en las Cortes franquistas la Ley de Aprovechamiento del Trasvase Tajo Segura y, como él me dice hasta ahí hemos llegado. Esa Ley, suponía llevarse el agua que Cuenca necesitaba. Llevarse el agua y, encima, crear un río artificial que como un enorme surco cruzaba toda la provincia sin compensación alguna. Recuerdo que el de la ponencia dijo que no me entendía porque, Cuenca, era zona de paso del trasvase por lo que pedí la palabra y, con un mapa en la mano, quise demostrar que la operación era una barbaridad. Aportábamos el agua a cambio de nada. Todavía no han llegado las compensaciones. Es que hubo mucho caciquismo, ¿sabes?, y en algunos momentos puntuales no se tuvo la vibración necesaria para decir “esto no se puede hacer”. Pero llegué yo y, cuando se empezó a tararear si se podía llevar el agua del Tajo a Levante, pues me sentó como un tiro. Tal es así que, cuando se aprobó la ley, dimití al día siguiente sin apelación alguna.
José Luis Álvarez de Castro, Procurador entonces, se quedó solo en las Cortes de Franco defendiendo algo que, ni los de Cuenca apoyaron. Solo contra todos y contra la Ley del Trasvase. Por eso dimitió el 26 de Febrero del año 1971 y se marchó a casa pegando un portazo, cuyo sonido, sigue tronando 47 años después porque, como un Julián Romero, José Luis Álvarez de Castro puso su pica nada más y nada menos que en las Cortes de Franco.
Después, la lejanía de la política, el trabajo y la vida en familia con 8 hijos, más de 20 nietos, 30 biznietos y adioses contra natura porque, en ese camino, sus hijos José Luis e Inmaculada se convierten en polvo de estrellas como en polvo se convierte Conchi, su mujer. La muerte de Conchi fue terrible. Terrible dice don José Luis dejando, otra vez, una de esas pausas en la que puedes escribir una vida entera que nos lleva a la España de hoy. El país, nuestro país da mucho de sí y necesita unos empujones como, en su día, se hiciera con los teleclubs. Pero, las crisis como tales, vienen causadas por los gobernantes que tenemos porque se han andado siempre con paños calientes. Con dar alas a quienes no deben consiguiendo, al final, la ciénaga que tenemos ahora. No merecemos un presidente de Gobierno que pordiosea a los catalanes, de una manera vergonzante, el puesto que tiene por intereses personales.
Don José Luis Álvarez de Castro tiene una calle en Cuenca que, en los años 50, era el Callejón de los Guardias. Me dice que, eso de ponerle una calle, será por lo del trasvase. No lo sabe. Lo cierto es que, hoy, al cumplirse los cien años de su nacimiento en Guadalajara, sus hijos le han preparado una sorpresa reuniendo a cerca de 200 personas, sus descendientes, que beben de su misma fuente. Que navegan por las aguas del río que los lleva.
La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más: Pues mira, creo que como lo que he hecho a lo largo de mi vida ha sido en beneficio de Cuenca, pues, eso, que aunque no me recuerden es igual.
Audio. Fragmento del pregón de Semana Santa 1992