Algunos datos sobre La Botarga recuperada de San Blas, en Peñalver
Doroteo Sánchez Mínguez, y José Ramón López de los Mozos, se zambulleron buscando algunos datos sobre la Botarga recuperada de San Blas, en Peñalver, Guadalajara, partiendo de un trabajo que, Ernesto Navarrete, publicó en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares en el año 1951 sobre la Botarga de San Blas en Peñalver. Este, el de Doroteo y de José Ramón, fue publicado en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
La Botarga de San Blas, en Peñalver
Se trataba de un enmascarado cuya actuación se heredaba de padres a hijos. Iba delante del Santo, a la hora de la procesión, revolcándose en el barro de los charcos, persiguiendo a la chiquillería bulliciosa y a las mozas en edad de merecer, que alegremente le canturreaban:
Botarga, la larga,
que a mí no me alcanzas.
Sobre las fechas de la Candelaria y San Blas (2 y 3 de febrero, respectivamente) la botarga, entrevistada por el señor Navarrete, da la siguiente explicación:
«Se hace esto en loor de San Blas bendito, rememorando lo que el Santo quiso hacer con la Virgen. Como la Virgen era muy joven cuando salió a misa con su Divino Hijo, a la Presentación, el día 2 de febrero, San Blas, para que la gente no se fijase en la juventud de la Madre y hubiese pábulo para la maledicencia, propuso vestirse él de «botarga» e ir delante de la Virgen cuando ésta fuese al templo, y con su raída vestimenta y sus movimientos y saltos se llevaría la atención de la gente, pasando con ello desapercibida la Virgen. Pero la Madre de Dios le dijo: “No, Blas; yo delante y tú detrás». Y por eso, en el calendario, la Presentación es el día 2 y San Blas es el día 3″ .
La botarga, ya está vestida. Lo hace en una casa situada junto al río. Sólo pasan algunas personas a ver este rito que siempre ha sido el vestirse de algo casi religioso. Unos momentos, y cubierto el rostro con su ancestral y demoníaca máscara, irá persiguiendo a las mozas y a los niños que, por su edad, lloran desconsolados.
La botarga es un personaje que de vez en vez arroja su cachiporra a los pies de quienes corren delante de ella, pretendiendo escapar. A la botarga la acompañan algunos miembros de la Hermandad del Santo, de casa en casa, solicitando limosnas y uvas frescas o pasas que después servirán de caridad. A veces la botarga se cuela por el balcón de alguna casa y se oye en su interior el grito de una mujer que luego sale corriendo por la puerta, perseguida, colorada, sonriente y asustada al tiempo. Se recorren las calles ante el griterío infantil, entre carreras y sonido de campanilla. Cuando caía algún pequeño en sus manos, la frase ritual amedrentadora era: «¿Te meas en la cama?». Si era un poco más crecido, amenazaba con llevarlo a los montes Pirineos, todo ello dicho con voz de ultratumba.
Se mezclan los elementos religiosos actuales de la Hermandad con los precristianos. Esta botarga no lleva cencerros a la cintura ni a la espalda. Su vestimenta es de color blanco, a juego camisa y pantalón, de los que penden cintas de color rojo, como si de llamas de fuego se tratase; tampoco lleva gorro, aunque parece ser que hubo años en que sí lo usaba. A la hora de misa también entra al templo, pero esta vez sin máscara. La cachiporra se convierte en bastón y es como si toda su fuerza ancestral, el significado demoníaco, desapareciese como por arte de encantamiento. Una vez terminada la misa, viste capa castellana y cubre su cabeza con el mismo pañuelo que antes llevaba. Ahora tiene que repartir la caridad, esas uvas que antes le fueron ofrecidas por la generosidad del pueblo. Las gentes acuden presurosas. Las uvas son medicina que cura los males de la garganta. San Blas siempre fue abogado defensor de los males de garganta. Poco después sale la procesión. Llega hasta la plaza rectangular que hay un poco más arriba de la iglesia de Santa Eulalia de Mérida y, de nuevo, ante la puerta, se subastan las andas o maneras. Las pujas no son muy elevadas en esta ocasión. También se subastan «pestiños» ofrecidos por quienes se llaman Blas o Blasa, que por la mañana ofrecieron una copa de anís a la botarga y acompañantes que acudieron a su casa para desearle felicidad hasta otro año.
Esta botarga que dejó de salir hacia los años 70, ha renacido de nuevo gracias al esfuerzo de los peñalvereños amantes de sus tradiciones olvidadas. En 1985 las calles de la población se vieron repletas de chiquillería vocinglera que correteaba de un lado para otro, nerviosa, al verse perseguida por la botarga. Dicho papel lo desempeñó Agustín Martínez Rebolledo, que sucedió a Feliciano Sánchez, que a su vez lo había venido desempeñando tras heredarlo de su padre Pedro Sánchez.
Con tal motivo, don Doroteo Sánchez leyó los siguientes versos:
LA BOTARGA DE PEÑALVER EN VERSO
Pongan atención, señores,
que yo les voy a contar
lo que sucede en mi pueblo
en el día de San Blas.
El día dos de febrero
con el Niño a Misa va
María y le da vergüenza
pendiente del qué dirán.
A María le propone
San Blas, gentil y galante,
él el primero salir
para que la gente calle.
Un no la Virgen a Blas,
agradecida, diría:
yo he de salir por delante;
tú mejor al otro día.
Así narra la leyenda
de cómo fue el nacimiento
de esa fiesta popular
de la Botarga, que os cuento.
Como es moda y es costumbre
desde tiempo inmemorial
el tres de febrero sale
la Botarga del Berral.
A la puerta de su casa
entre el miedo y regocijo
con expectación espera
un numeroso gentío.
Preside la muchedumbre
un concejal o el Alcalde,
monaguillos con esquilas
y con cestos los cofrades.
Aparece la Botarga
con su vestidura blanca:
calzón, turbante, careta,
cintas, garrote y casaca.
Nada más aparecer
en el hueco de su puerta
lanza al público el garrote
con habilidad y fuerza.
Esquivan la cachiporra
los viejos muy cautelosos,
mientras chicos y mocetes
se desbandan presurosos.
«Botarga, la larga,
que a mí no me alcanza»,
grita la chiquillería
nerviosa y alborozada.
Corre y corre la Botarqa
en todas las direcciones:
dando a diestro y a siniestro
porrazos y coscorrones.
Trepa con facilidad
en ventanas y balcones
y asusta en el interior
a pequeños y a mayores.
¿Te meas en la cama?, dice
a un niño casi bebé,
que, suspirando lloroso
«cacapís» hace a la vez.
Al llegar a la taberna
hace un alto en el camino,
toma unas copas de anís
como tentempié y alivio.
Concluida la carrera
en la cuesta del Hocino,
la campana llama a Misa,
a todos los convecinos.
En un lugar preferente
se coloca la Botarga
con todos sus atavíos,
ya sin careta y con capa.
Cuando la misa termina,
la Botarga se sitúa
en la puerta de la iglesia
para repartir las uvas.
Estas uvas bendecidas
tomadas con devoción
nos protegen la garganta
de todo mal e infección.
La jornada se termina
con el balance siguiente:
carreras, risas y llantos
y algún «procino» en la frente.
Todos los reunidos
le pedimos a San Blas
que cuide nuestras gargantas
para poderle cantar.
También, San Blas, te rogamos
que, en el «chapeo» de Irueste,
para ganar unos duros,
nos depares mucha suerte.