Esta DANA de Valencia no solo va a dejar barro y multitud de vidas y daños materiales, también un profundo daño emocional en muchísimas personas que lo han perdido todo. Me decía este fin de semana pasado Miguel, un vecino de Catarroja -al mostrarme como había quedado su cochera y almacén- que habían perdido todo lo que estaba por debajo de dos metros de altura, que se habían quedado sin casas, sin furgonetas, sin recuerdos; el agua ha arrasado sus hogares, sus negocios y lo que es peor, la vida de sus seres queridos. He podido comprobar que se están empezando a reparar daños materiales, pero también hay que comenzar a reparar el daño psicológico de las personas afectadas. Caminar por las zonas cero de localidades como Masanasa, Torrent y Albal es como pasear por el infierno, a pesar de haber pasado ya once días desde de la tragedia.
Alfredo, un camionero voluntario que me encontré sacando barro de Masanasa, me decía -al pedirme unos guantes nuevos- que “aquí necesitan mucha ayuda y de todo tipo durante mucho tiempo”. Sin duda, allí se puede ver la solidaridad en cada paso que das, en cada rincón que visitas; en el ejercito, en las fuerzas de seguridad, en bomberos y sobre todo en oleadas de grupos de amigos y de mucha juventud entregada a dar lo mejor de ellos para ser parte de la solución; ofreciéndose en las peores tareas como la de sacar el barro de los garajes y en labores de limpieza de casas y calles, o en repartos de material por los barrios afectado yendo puerta a puerta para ofrecer botas de agua, EPI, lejía, guantes, papel higiénico, fregonas y el preciado y perseguido detergente para lavar.
Cuando entras en estas zonas cero hay una mezcla de sentimientos; por un lado te aborda la ilusión de la solidaridad que ves, de la esperanza que se intenta trasmitir, pero también te viene a visitar y aparece la tristeza y la desazón al ver la devastación sobre el terreno once días después de la catástrofe. Allí se puede ver lo mejor que tiene cada uno para ayudar a los demás, se puede ver a la juventud entregada y solidaria y un ejercito y fuerzas de seguridad que te dan hasta su agua y su propia comida si te ven sediento y con hambre.
Regreso a Guadalajara con imágenes de destrucción, con imágenes de zonas de guerra, con miles y miles de coches amontonados y con mucha gente intentando limpiar sus calles de fango, agua y también dolor; y sobre todo regreso a Guadalajara con el eco de las palabras que me dijo José entre lagrimas, un octogenario de Torrent al que el agua se le había llevado todo y que vino a pedirme un cepillo y una fregona: “esto va para largo, por favor no nos olvidéis pronto”. Uno de los temores de los afectado es el ser olvidados; en las primeras semanas de las las catástrofes, los medios de comunicación, los voluntarios y las organizaciones están ayudando en primera linea, pero según pasa el tiempo el riesgo a ser olvidados aumenta.
Opinión de Antonio de Miguel