La verdad es que hablar de Poesía en estos tiempos que corren, es un poco arriesgado, cuando la poética de la libertad parece sufrir conatos contradictorios que desvirtúan los claros objetivos que esta modalidad literaria siempre ha definido en su práctica.
Pero está muy claro. Esta semana, concretamente ayer miércoles, la Sala Transparente de la Biblioteca Pública “Fermín Caballero” de nuestra ciudad, volvía a acoger un nuevo encuentro dentro de la programación anual del Aula Poética de la ciudad. Iniciaba curso académico (2024-2025).
Y lo volvía a hacer, con la misma ilusión que les ha guiado desde sus inicios, con el mismo propósito que hace ya muchos años, marcó el comienzo de una actividad por la que han pasado más de cien artistas de todos los ámbitos y donde también, más de cien amigos de la poesía han querido estar para compartir, no solo sensibilidad creativa sino amistad, compromiso y entretenimiento.
Me gusta hablar y hablar de ellos, porque lo viven como adolescentes, creen en ese espíritu de hacer mejor la sociedad en la que vivimos, de erradicar la hipocresía que envuelve a esta sociedad, de potenciar el deseo de conseguir esa paz en el mundo que tanto se necesita, de defender las causas perdidas, de ayudar a los demás en esa solidaridad que tanto escasea, de ser realistas en un mundo de ficción equivocada o incluso, de sentir y dejar sentir el personalismo que a cada uno les define como “buena gente”, deseosos de hacer felices a los demás, después de intentar serlo ellos.
Ayer fue el polaco Adam Zagajewisky y su maravillosa obra poética, el Premio Príncesa de Asturias de las Letras, un hombre que vivió ese exilio que tanto marca la subjetividad del ser humano y que, Raquel, María José, Carmen y Elena, supieron “desmenuzar” en sus intervenciones con auténtica sensibilidad y conocimiento, dando una minuciosa visión de su vida y obra, su singularidad, su compromiso y su excelente poética. Sin duda, aprendí mucho, no solo de un poeta que lo era desconocida para mí, sino de esa manera de entender la poesía por cada una de estas participantes que saben expresar en breves palabras contenidos profundos, sabios y acertados.
Pero me quiero detener en esta ocasión, con la Música, porque el Aula siempre tiene un apartado músico-poético que provoca reacciones indescriptibles al escuchar las notas musicales y las voces educadas de sus participantes. No voy a entrar a valorar los músicos reconocidos que han pasado como invitados: últimamente, Torcas, Manuel Millán y Paula Serrano, no. Tampoco de nuestros habituales acompañantes, músicos y voces de reconocida experiencia como el Rizos, Roselli, Mari Luz y Frodo, gente extraordinaria que siempre nos hacen vislumbrar la melancolía musical en ese entramado de poesía y música, y que es digno de resaltar. En esta ocasión quiero referirme y hacer mi humilde homenaje a ese trío de amigos que, con esmerado cariño, ilusión y trabajo, nos provocan reencuentros de fuerte nostalgia en canciones de siempre, en obras universales, en ritmos acompasados de composiciones diversas.
Por eso, quiero resaltar el papel que Luis Díaz, Josema Martínez y Pepe Marín (laud, guitarra y voz), realizan cada vez que se le pide, iniciando, moderando y acabando con sus interpretaciones personales –únicas e intransferibles- de canciones maravillosas, de tiempos pasados y presentes; los mismos que provocan entre los espectadores ese deambular entre el recuerdo, el sueño y la sinfonía del alma y los que, cada Aula Poética nos permiten simbiotizar la música con la palabra, en ese acto poético que obliga a sentir el cuerpo mientras el alma revive su silencio.
Leía hace poco un estupendo artículo donde aparecía la frase de “que sin la poesía no podríamos entender a los gigantes de la música del siglo XX, como Patti Smith, Bob Dylan o Leonard Cohen” y sin duda, así de claro es.
Recuerdo en mis estudios cuando los textos reflejaban esos senderos en los que la poesía y la música han caminado íntimamente relacionados y me viene a la memoria, los aedos de la antigua Grecia, aquellos poetas que recitaban acompañados musicalmente hace miles de años. Son dos formas de expresión, dos creaciones artísticas, que siempre han estado destinadas a entenderse.
Por eso, escuchar al “Trío Ruiseñor” –o como queramos llamarle- antes y después de los recitales del Aula Poética, o comprobar cómo pueden adaptar sus composiciones al momento elegido, o reinventar en voces alternas, con el punteo de un/una laud –perfectamente sincronizado/a- con esa guitarra de rasgado latente, es siempre un placer, al que siempre añadiré, que ¡gracias amigos, por vuestro talento, vuestra ilusión, vuestro compromiso y vuestro “saber estar”, porque sois grandes en el pleno sentido de la palabra!
Por Miguel Romero Saiz