Entrevista. Consuelo Martínez Correcher. La historia viva de la industria maderera en Cuenca
La escena era una de tantas con las que se encuentra un periodista tras acudir a una rueda informativa. Y escribo esto, lo de informativa, porque, lo de prensa, nunca lo digerimos los de la radio. Era una rueda informativa en la que nos iban a dar detalles del III Foro Ciudad Paisaje. Un espacio de encuentro en el que, con el subtítulo “Decrecimiento, patrimonio y transición ecológica”, se iba a hablar de arquitectura, de ecología y, naturalmente, de Cuenca.
En el programa, como punto de partida, figuraba la exposición: “Los gancheros de Cuenca, pasado y presente” a cargo de Cipriano Valiente, director fundador del Museo Regional de los Gancheros y la Madera, en Puente de Vadillos, con el que tengo afinidades desde que, hace unos años, pocos, disfrutamos de una recreación de maderada, río Cuervo abajo, cuyo documental puedes recordar pinchando aquí
aunque, también, puedes acceder a la entrevista que mantuvimos ese mismo día, el del Foro, en este enlace
El escenario es enorme. El salón de la Diputación Provincial de Cuenca y, en él, la exposición relacionada con el asunto en la que no faltaban vitrinas con vestimentas y calzados, tabacos de la época como el cuarterón, imágenes fotográficas, hachas y, actores ataviados a usanza y semejanza de los que, en breve, ocuparían el protagonismo: los gancheros.
A la mesa, de esa rueda informativa, presidida por la diputada de Cultura, María Ángeles Martínez, estaban el citado Cipriano y, a ambos lados, la coordinadora de Cultura de la Junta de Comunidades, Yolanda Rozalén, y una señora reverencial de pelo blanco, con gafas, que vestía chaqueta y pantalón color beis.
Tras la presentación genérica del III Foro, y de la exposición a la que habíamos acudido, llegó el turno de las palabras y, con ellas, el descubrimiento de que, la señora reverencial, no era otra que Consuelo Martínez Correcher, bisnieta de Juan Correcher, el hombre que lanzó al agua millones de pinos y, rio abajo, inundó Aranjuez a través del Tajo ,y de sus afluentes, con la soberbia madera de la sierra de Cuenca. El maderero que, junto a Cubells, y Marcor, dominó en aquellos años el negocio de la madera al que llegarían Justo Fernández y, más tarde, Raimundo Álvaro entre otros.
Yo no tengo mérito alguno. Acaso, el de ser la bisnieta de Juan Correcher y de que esté, hoy aquí, su tataranieto que ya es decir. Luché por mi familia para que la casa, que era el cuartel general, el centro de las operaciones, no se hundiera. Orgullosa de haber sentido, desde muy niña, el amor a este trabajo porque, además, mi padre, Jesús, fue el último maderero. ¡Ah!, y que sepáis que en lugar de maderada, que es la expresión que escucho por aquí, me gusta referirme a la conducción que, en palabras de mi padre, representó una epopeya superior a la conquista del oeste americano.
Consuelo habló algo más en su presentación, micrófono en mano y, con ello, se dio paso a un descanso hasta el comienzo de la charla, de las vivencias, que no conferencia de Cipriano, momento que aproveché para acercarme hasta la mesa, hasta Consuelo, saludarla, entrar en esas historias, sin permiso alguno, y contarle vivencias y recuerdos como la entrevista que le hice, en los años ochenta, a la tía Antonia, en Vega del Codorno, hablando de gancheros por el alto Tajo porque, ella, la tía Antonia, que tenía entonces 90 años, me contó que les llevaba la comida todos los días a “esos desgraciaos del Tajo”.
Huyendo del ruido del salón, nos cobijamos en el pasillo acomodándonos en un sofá para poder hablar con cierta tranquilidad de esas cosas que, como estratos, como capas, hay que abrirlas, perforarlas para llegar a ellas y volver a vivirlas.
A ver. Yo no he visto maderadas. Yo he visto conducciones por el río porque tengo noventa y cuatro años y medio, o sea, que tengo memoria, que también es un don, una suerte como haber visto las últimas conducciones de maderas antes de que se hiciera el embalse de Entrepeñas.
Eran conducciones de madera, que iban a Aranjuez, en donde hubo una enorme fiesta que organizó mi padre. Una fiesta, al estilo valenciano porque, mi familia, tanto por parte de mi padre o por mis abuelos, eran valencianos y, bueno, hizo una gran fiesta y hasta nos subimos a los últimos palos que pasaban delante justo del Palacio Real. Es una pena quizá porque, la madera, en ese momento, ya no era el material constructivo de primera necesidad. No sé lo que pasó porque, yo, en ese momento, tenía 11 o 12 años y estaba allí de testigo pero, el pino de Cuenca, era famosísimo en todas partes, no solamente en la provincia, sino fuera porque, hasta en el monasterio del Escorial, ¿eh?, allí hicieron muchas cosas con la madera de Cuenca. Se llevó madera de Cuenca para el Monasterio del Escorial y se llevó madera de Cuenca para el Palacio Real que no es más antiguo que El Escorial pero que, también, la usaron para el Congreso de los Diputados. La madera del pino albar, el más alto y el que no tiene nudos, de una calidad extraordinaria.
Consuelo, ¿tú naciste, aquí, en Cuenca?
No, yo nací en Madrid y tuve una vida muy entrecortada porque viví en dos continentes y en unos 8 países. Viví en muchos sitios, por diferentes causas que no eran de mí decisión, claro.
Y estás escribiendo un libro. Mejor dicho, llevas con un libro de memorias e historias muchos años…
Cierto. Un libro sobre lo que significó mi bisabuelo, Juan Correcher y Pardo que era de Cofrentes. Lo digo en el libro, sin finalizar, que Valencia, actualmente, o desde hace unos años, está considerada sitio de playas, sitio de fallas, sitio de naranjas pero, antes, era muy distinta porque había más naturaleza. Sobre todo en la parte alta, la de los serranos, zona dura, de fuerte orografía, extensa con ciudades como Cofrentes o Chelva en donde se cultivaba la morera.
Regresamos a la Cuenca de finales de los 50. A la Carretería, que ya no era de carros, aunque los encontráramos en la calle del Agua, con la galga puesta, junto al mercado de abastos tristemente desaparecido. A una Cuenca que terminaba antes de lo que, hoy, es calle Mariano Catalina, cerca de la estación de un ferrocarril que también ha desaparecido.
Pues me acuerdo de la fábrica, de la fábrica Correcher fundada por Juan porque somos los más antiguos en cuestión industrial. La fábrica que estaba en lo que hoy es la zona cercana a la estación de autobuses, entre las calles Mariano Catalina y la actual Fermín Caballero. Recuerdo que, allí, había un apeadero, dentro de la fábrica, para cargar la madera y llevarla directamente al tren. Pero no tengo ningún buen recuerdo de lo que pasó, tristemente, para perder esa casa, esa fábrica.
¿Y la casa Correcher?
Sí, bueno, es que mi bisabuelo, aunque era de Cofrentes, empezó a enamorarse de la buena madera de Cuenca, de sus ríos fáciles, de los difíciles. También del Cabriel. Un trabajo bastante duro porque hay otros ríos más favorables, pero no, mi bisabuelo se vino vivir a Cuenca, a una casa que está en la subida a la parte antigua, en la zona donde estaba un palacio, que aún existe, muy cerca de la iglesia de El Salvador pero, con tantas cuestas, pronto se dio cuenta de que, la tracción, que era la de las mulas, tras un día duro de trabajo, el hacerlas subir por ese camino tan duro era una auténtica barbaridad por lo que decidió hacer, su casa, justo en los espacios donde terminaba la cerca, la Cuenca que, hoy, identificamos con la calle Las Torres.
Una casa, la Correcher, pintada de rojo, que encontramos en la confluencia de la calle Las Torres con la de Segóbriga. Una manifestación de arquitectura popular, dedicada a la actividad maderera, que se construye con una tipología tradicional, madera y piedra, antes de las técnicas de cemento y hierro. En el interior, la vivienda contiene un rico patrimonio de elementos ligados a la carretería, sierras y tronzadores, ganchos, carros, trinquibales y, en la parte posterior, además de dos naves para el servicio y almacenamientos, hay una pequeña capilla, huerto y fuente de piedra sin agua
Además de ser maderero, Juan Correcher era liberal. Había sido partidario de que volviera Alfonso XII, trabajó para que volviera Alfonso XII y pacificara a España porque fue un siglo durísimo entre la invasión francesa e infinidad de cosas. Aprovechó que se había levantado un monumento a los caídos asesinados por los carlistas, antes de que se retiraran de Cuenca porque llegaban los refuerzos liberales. Mataron a hombres, mujeres y niños y justo, en ese sitio, se levantó un maravilloso monumento muy similar, en forma y menor de tamaño al que está en Madrid, para honrar a los héroes del 2 de mayo. Monumento que desapareció en una noche.
Yo, he conocido el monumento, lo he conocido. El administrador que vivía en la casa y vio que por la mañana no había nada, se fue a la fábrica, llamó a mi padre y le dijo, “don Jesús, que no hay monumento”.
“Pero, ¿qué cenó usted anoche?”, le dijo mi padre. “¿Cómo que no hay monumento?”
Fue una cosa terriblemente, cruel porque, ahí, lo que había eran unos caídos conquenses, un acto muy cruel y nada, no había otra justificación y sí, estaba en un jardín, frente a mi casa, rodeado de una verja que tenía puntas de lanza y, en él, había cuatro altares en los que estaban algunas cenizas de los fusilados y, en medio, había un monolito o un pináculo muy alto y cuatro caras donde estaban parte de las cenizas que también, o sea, ¡ayy!, nunca sabremos dónde fueron a parar. Había, también, unos árboles, unos cipreses y tengo fotos de eso, claro.
Consuelo se refiere al monumento, al monolito que se erigió en el lugar que, hoy, ocupa el organismo autónomo de Recaudación Tributaria y, antes, el ICONA, en memoria de las víctimas del Saqueo de Cuenca, ocurrido el 15 de julio del año 1874, durante la tercera Guerra Carlista. Monumento que fue derribado en el año 1944, tras la Guerra Civil por lo que, a la calle la denominaron 18 de julio.
La vida pasa como hojas de otoño y, la ciudad, cambia como si protagonizara una máquina del tiempo dejando atrás las tertulias del café Colón
Pues recuerdo que era una ciudad maravillosa y, lo siento decir porque, ahora, es menos maravillosa. Era una ciudad a la que llegaba el Talgo y a la que podías llegar, desde Madrid, en dos horas y otras dos a Valencia. Era una ciudad con una enorme dignidad, con una belleza tranquila, no habían ocurrido algunos desastres urbanísticos o algunos camuflajes de casas que no vienen a cuento. Me refiero a aquella Cuenca de la que se enamoró Zóbel aunque, ahora, no sé si se enamoraría.
Zóbel puso a Cuenca, desde las Casas Colgadas, en el mapa mundial
Pero es que se enamoró de eso, de unas Casas Colgadas que estaban en muy mal estado. Tuve la suerte de ser muy amiga de él y, también, de Gustavo Torner que está a punto de cumplir los cien. Una cosa increíble, fantástica, talentosa. Le quiero muchísimo y, claro, tuve la suerte de conocerlos a los dos y de que no rechazaran mi compañía con lo que aprendí muchísimo de los dos.
Estamos navegando en aguas territoriales de mediados de los años sesenta en los que, el fenómeno de las migraciones, marcó la demografía española de estas décadas. Nos zambullíamos en la sociedad de consumo y, poco a poco, se modificaba el modelo familiar hasta el punto de que, la mujer, se incorporaba al trabajo remunerado. Incluso la Iglesia se abría a nuevas mentalidades pero, diez, doce años antes, la mujer también era portadora de valores eternos
Pues, en aquella época, había que casarse porque, la carrera de las mujeres, de muchas mujeres, era casarse porque la carrera universitaria estaba mal vista. Es terrible de recordar pero, así fue y, a partir de ahí, recorrí países, no estudié una carrera universitaria y me casé con un arquitecto, Miguel Durán Lorina, el gran ceramista, quizá el mejor del mundo del siglo 20.
El mejor ceramista del siglo 20, dice Consuelo Martínez Correcher. Arquitecto y diseñador, Miguel Durán Lorina fue premiado en dos ocasiones con el Premio Nacional de Diseño y, su obra, incluye edificios como La Casa Rosa de la calle Zurbarán de Madrid, la fachada de los almacenes Sears en Barcelona, la fuente de la Glorieta de Elche y, también en Elche, el mural de entrada del Huerto del Cura y, junto a su esposa, Consuelo, la decoración de exteriores del Hotel Huerto del Cura, inaugurado en marzo de 1972. Como ceramista, fue creador de murales como el que puede verse en la estación de metro madrileña de Ventas.
Lo primero que me dijo a la vuelta del viaje de novios fue que, “ahora, vas a estudiar arquitectura”. Yo, en broma, le dije que no, que ya había hecho “mi carrera” pero, ummm, tuvimos un hijo que está estupendo, que está muy bien, que es músico, compositor y muy famoso.
Se refiere a Jacobo Durán Loriga, compositor, sí, aunque, a él, le gusta más que le definan como músico. Es profesor y gestor cultural entre otras muchas cosas. Bebió de las fuentes músicales de Bernaola y de Luis de Pablo culminando sus estudios en la especialidad de composición con medios electroacústicos. Ha compuesto mucho, también para el cine y, por si fuera poco, deleitó a sus oyentes de “la noche cromática” en Radio Clásica.
Sí, ese es mi hijo Jacobo. Mauricio, el que ha venido a acompañarme, es el que quiere levantar todo lo de Cuenca y, eso, lo que te estaba contando. Que me convertí en ama de casa, en mamá encantadora y, días y días hasta que me empezaron a decir que por qué no hacía algo, estudiaba algo o dejaba de hablar, día tras día, de lo limpios que estaban los visillos. Y mira por dónde que, un buen día, y me quedé helada, abrieron, muy cerca de casa, una escuela de decoración, de arquitectura interior. Me apunté entonces, después me cambié a otra mejor, y terminé por ser la inaguantable número uno. Así que, cuando ya tenía mi vida hecha como decoradora, con muchos encargos, trabajando con muchos arquitectos, cerré la empresa y me fui a la Escuela de Arquitectura del Paisaje, o sea, el paisajismo, me volví a sentar en el banco de alumna y, a grandes, grandes rasgos, esa ha sido mi vida, la de arquitecto paisajista en estos últimos cuarenta años.
Mauricio Durán Loriga, el hijo empresario, llegaba hasta nosotros con señales claras de que, su madre, Consuelo, debería de estar, ya, en el salón de la Diputación Provincial de Cuenca en donde, Cipriano Valiente, director fundador del Museo Regional de los Gancheros y la Madera, iba a disertar sobre eso: pasado y presente de los gancheros. El pasado lo conocemos gracias a la documentación existente. El futuro se reduce a representaciones, recreaciones de maderadas, de conducciones por el río, como dice Consuelo y, también, a museos como el de Cipri, que se puede visitar en Puente de Vadillos a orillas del Cuervo. Museos y calles porque recordemos que, en Cuenca, su bisabuelo, Juan Correcher, tiene su calle. La que desde Fray Luis de León, desemboca al Parque de San Julián.
A uno que le gustan estas cosas y que, de alguna manera las ha vivido de niño en Las Majadas -mi padre fue encargado de maderas con Marcor, en los años 50-, vuelve a recordar la famosa frase de Alfredo Landa (El Americano) en la película de Antonio del Real, “El río que nos lleva”: pronto los palos serán trasladados en camiones y, nosotros, también nos perderemos.
José Luis Muñoz M