Sebastián de Covarrubias definió los caniculares como los días del verano de mayores calores. En esta época del año todos se sienten de su ardor y procuran huyrle.
Son numerosísimos los testimonios que se conservan acerca de aquellas altas temperaturas sufridas en diversos lugares. Algunos de los hechos relacionados con el calor y las consecuentes enfermedades que se exponen a continuación corresponden a los siglos XVII, XVIII y XIX. Estas noticias, recogidas y difundidas en la época, llegaban a España desde diferentes países.
En agosto de 1679, a Hamburgo escriven de todas partes el terrible calor que generalmente se experimenta, contra lo acostumbrado en estos climas, no sin temor de que engendre muchas enfermedades.
Así, pues, el calor y los malestares ocasionados, aparecieron en San Benedicto, el 12 de septiembre de 1703: Los grandes calores del verano, y muchas aguas y pantanos del terreno han ocasionado grandes enfermedades en los dos campos, pero principalmente en el Imperial, adonde les hace daño la misma inundación que en otro tiempo les sirvió para defensa.
Desde La Haya, el 16 de julio de 1724, se relató que los calores han sido tan excesivos los días pasados en las vecindades de Nimega que han maltratado mucho los frutos de la tierra y han causado, a muchas personas, una especie de frenesí o delirio.
A finales de julio de 1727, en Madrid, el calor mantenía en alerta a la Casa Real: La convalecencia del rey está tan adelantada que ya se puede decir que goza de cabal salud, y sólo el motivo de preservarse de los rigurosos calores del estío le impide el salir, por ahora, de su Real Palacio, hasta tener más restablecidas las fuerças.
En ese mismo verano, en Londres, los sofocos del estío causaron una general epidemia de calenturas intermitentes y malignas, que hacen aún grande estrago, especialmente entre la gente baxa; pero así los Reyes como el príncipe Guillermo y las tres Reales Princesas, se han preservado de este peligro, y quedan con cabal salud en su Palacio de Kinsington, adonde se vinieron ayer.
La elección de un nuevo Papa, el cardenal Lorenzo Corsini, Clemente XII, en el cónclave que se celebró el 12 de julio, en plena canícula del año 1730, fue motivo para informar a Génova del riguroso verano: Las últimas cartas de Roma refieren que con motivo de aver llegado a aquella Corte un Expresso, que se aguardaba de la de Francia con notable impaciencia, se avía buelto a tratar con mayor viveza en el Cónclave de la elección de Pontífice, para ver si se consigue el fin deseado antes que caigan enfermos otros Cardenales con la estrechez del sitio y la molestia de los ardores del Estío.
El verano de 1772 fue especialmente caluroso y seco en Macedonia, donde el 20 de septiembre de hablaba del excesivo calor y falta de llubias que hubo este verano han ocasionado una enfermedad epidémica, que se declara con cierta especie de calentura maligna, seguida inmediatamente de un letargo y de la muerte; cuya plaga, de que no se ha visto exemplar en este país, es tanto más singular quanto solo la experimentan los hombres, habiéndose libertado hasta ahora las mugeres. Ha perecido un gran número de personas de dicha enfermedad, y hai actualmente más de 1.800 enfermos en sola la nación judía. Los turcos y griegos experimentan los mismos efectos, y es tal el temor que infunde este contagio que muchas veces carecen los enfermos de los socorros más precisos.
En Lisboa, el calor antecedió a un terremoto, en julio de 1781: El 15 del corriente, a las dos de la tarde, se experimentó aquí un terremoto que duró algunos segundos con bastante fuerza. En los días anteriores hizo un calor excesivo, llegando el termómetro de Farenheit hasta los 96 grados.
Desde San Petersburgo se insiste en las enfermedades ocasionadas por las altas temperaturas, el 24 de agosto de 1781: Los excesivos calores que se experimentan este año causan frequentes apoplexías, especialmente a los labradores. Para precaver en quanto sea posible tan peligrosos accidentes, ha mandado el gobierno se mezcle vino o vinagre con el agua que beban los trabajadores.
El 15 de julio de 1783, desde Copenhague se informó acerca del calor excesivo que de algún tiempo a esta parte se padece en este país y el cielo está siempre cubierto de una niebla espesa que debilita mucho la luz del sol, y en vez de humedecer los campos, seca la yerva de los prados y las hojas de los árboles. Los varios vientos que reynan no bastan a disipar estos vapores.
Al otro lado del Atlántico, en agosto de aquel año 1783, incluso se informaba de muertes: de Nueva York escriben con fecha de 13 de agosto que los calores han ocasionado muchas enfermedades y muertes, especialmente entre los negros, quienes tienen una especie de furor para apagar la sed con el agua más fría que encuentran, sin dexarla reposar.
En Estados Unidos, el 3 de agosto de 1784, aseguran los pasageros que trae a bordo la Proserpina recién venido de Charles-town que, quando partieron de aquel país, hacía tanto calor en él que se caían muertos por las calles muchos, así blancos como negros.
En Jamaica, el 12 y 13 de setiembre se sintió en Kingston, capital de Jamayca, un calor insoportable, en fuerza del qual subieron los termómetos a 100 grados y ½, aun en parages bien ventilados y resguardados de los rayos del sol.
En Lisboa se quejaban a mediados de agosto de 1784 de las altísimas temperaturas: El 13 se sintió aquí un calor superior a todos aquellos de que hay memoria, llegando a subir a las tres de la tarde el termómetro de Farenheit a 106 grados. El higrómetro mostró un grado de sequedad muy extraordinario, es a saber 1/3. Al día siguiente el calor pasó de 100 grados.
Tres años después, el 22 de junio de 1787, a Varsovia llegaron las cartas de las fronteras de Turquía en las que daban cuenta de que el excesivo calor había causado enfermedades epidémicas allí.
El 21 de octubre de 1828, se publicó en España un artículo sobre el calor, en el que se daba cuenta de los perjuicios, enfermedades y muertes ocasionadas aquel verano:
La temperatura desigual que se ha experimentado durante toda la canícula ha influido para el incremento de las enfermedades nerviosas que tan frecuentemente se observan en la infancia, produciendo una mortandad notable en los párvulos de ambos sexos, la alferecía, la tos convulsiva, como igualmente la apoplejía, la convulsión, la perlesía, la asma, la atrofia mesentérica, el hidrotórax o hidropesía de pecho, las diarreas biliosas y la tisis pulmonar, que son las enfermedades que más han predominado en esta estación, como lo acredita el estado necrológico del tercer trimestre del presente año.
En julio murieron 48 hombres, 41 mujeres, 55 niños y 34 niñas.
En agosto murieron 40 hombres, 42 mujeres, 34 niños y 34 niñas.
Y en septiembre murieron 36 hombres, 32 mujeres, 24 niños y 24 niñas.
Cuando de calor se trata, no pueden faltar los datos de Andalucía. El 15 de julio de 1846, en Granada, llegó el calor a 33 grados en el termómetro de Reaumur, exceso nunca visto en esta capital, donde la columna de mercurio oscila generalmente en el mayor rigor de la canícula entre los 25 y 28 grados. Si esto pasa en la fresca y aromática Granada ¿qué será en Madrid y en Sevilla?
Pues a Sevilla nos trasladamos para comprobar qué pasaba en aquel verano, donde unos días después de en Granada la gente huía por el calor: En los paseos, en todos los parajes de concurrencia, de ver la gente que ha emigrado, huyendo de un calor de 38 grados. Así es que todos los vapores van llenos de familias que se distribuyen entre Cádiz, Chiclana, Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda. Entretanto que nuestra ciudad se halla cuasi desierta, sin espectáculos y sin pasatiempo de ninguna clase, las poblaciones hermosísimas que circundan la encantada isla gaditana, se encuentran animadas por la muchedumbre que concurre a disfrutar de la templanza de un clima refrigerado por las suaves brisas del Océano, y por la variedad de diversiones que ofrecen los puertos en esta temporada.
Las tormentas de verano llegaron a Valladolid, el 7 de agosto de 1846, para mitigar el sofocante mes de agosto: Hoy hemos amanecido con una grande tempestad, acogida con placer, porque ya se hacía irresistible el calor sofocante que nos agobiaba. Hace muchos años que no hemos conocido una temperatura tan constantemente subida, a pesar de esto, las enfermedades estacionales han sido insignificantes.
La canícula del año 1846 también dejó información de Cuenca, en la que se recogió esta información el 22 de agosto: El calor, que es general en toda la Península, ha ocasionado aquí los mismos males que en el resto en cuanto a la pérdida de cosecha y a la miseria que es consiguiente.
El año siguiente también se quejaban del bochorno veraniego en Alicante, donde el 14 de agosto de 1847 se comunicaba: Nada ha ocurrido de particular en esta provincia desde mi última comunicación, si se exceptúa un calor insoportable, con una cosecha de trigo perdida y sin grandes esperanzas de la del vino, pues las aguas de junio no produjeron más ventaja que reanimar el arbolado y viñedo.
Fuera de la época estival, también han ocurrido episodios de intenso calor que están documentados. Así, en París, el 11 de noviembre de 1730, se recogió esta información: Se trabaja con gran calor en el Canal de Picardía, que está ya muy adelantado, y en que actualmente se ocupan tres Regimientos de Infantería y un gran número de peones.
El 26 de diciembre de 1840, se publicó esta noticia: Almenara. Experimentamos un calor cual si estuviéramos en octubre. Los árboles, particularmente las higueras, están echando hojas nuevas como si estuviéramos en la primavera. Esto parecerá increíble a los que habitan en el Norte de España; mas al que lo dude, se le podrán mandar algunos tallos nuevos.
En definitiva, los episodios de extraordinario calor, que siempre han ocurrido, están perfectamente documentados, con detalles que hacen apreciar mucho mejor la información contenida en estas noticias que se iban publicando en numerosos lugares.
Por Mª de la Almudena Serrano Mota, Directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca