Desde que Pedro Sánchez amaneciera aquella mañana del 29 de mayo atragantándose con su primer café mañanero, al comprobar cómo la mayoría de los españoles se habían pronunciado en las urnas pidiendo el cambio que España necesita, con una evidente debacle del Partido Socialista en todo el mapa político español en las elecciones municipales y autonómicas, nos hemos visto inmersos en un sorpresivo, aunque no por ello necesario por el bien de nuestro país, adelanto electoral.
Sí, decimos sorpresivo porque si Pedro Sánchez ha negado hasta la saciedad, una y mil veces, que no iba a adelantar las elecciones generales y que iba a cumplir su mandato hasta finales de año, su prepotencia y orgullo ha podido más que su palabra; nada nuevo, ya todos sabemos que la palabra del Sr. Sánchez no vale absolutamente nada, y ello a pesar de la inflación en los precios que todos padecemos menos él.
La decisión de adelantar la convocatoria de elecciones generales tan solo 15 horas después de cerrarse los colegios electorales el 28 de mayo, no obedece sino a la rabieta incontrolada de un personaje absolutamente soberbio que pretende enmascarar su derrota pasando página de su pésimo episodio electoral enfrascándonos en unas elecciones que, por su temporalidad, pudieran incomodar al electorado, en plenas vacaciones o de puente, o bajo el chorro del aire acondicionado. Un adelanto electoral ideado, perniciosamente, para que la mayoría de los españoles tuviésemos dificultades en decirle, otra vez más, que no le queremos ni en pintura.
Pero el Sr. Sánchez, de nuevo, se equivoca, y no sólo se equivoca en sus leyes ideológicas, que también, de las que incluso se tiene que retractar, sino que también se equivoca en minusvalorar la voluntad y las ganas de los españoles. Y es que los electores no sólo vamos a salir a votar sino que, además, vamos a batir récords históricos de votos por correo en unas elecciones nacionales que, sin duda, van a reflejar la voluntad de cambio deseado por la mayoría de los españoles, aunque Pedro Sánchez nos lo quiera poner difícil.
Convocar unas elecciones generales es necesario y loable, convocarlas sorpresivamente y por adelantado es faltar a su palabra con el único ánimo de “canalizar su pataleta emocional”; pero convocarlas en mitad del verano, época estival por excelencia de todos los españoles y el calor insoportable, con el ánimo de incomodar o perjudicar al electorado es, a todas luces, una maliciosa estrategia política, que también se le volverá en contra a Pedro Sánchez.
Opinión de Elena Tizón Hernando. Candidata número 2 del Partido Popular al Congreso de los Diputados por Guadalajara