Debió de ser sobre el 82 de la pasada centuria cuando quedéme sorprendido con las primeras medidas imperativas que tanto el gobierno central como los homónimos municipales del nuevo partido ganador (Psoe) implantaron.
Entre todas las medidas ‘inaplazables’ que tales gobiernos – surgidos por mor de la decisión expresa y expresada de una inmensa mayoría de la muchedumbre patria, después de casi cuarenta años de una etapa oscura cuando no tenebrosa, y con la ‘lengua en el culo’ de manera permanente- las primeras no fueron otras que la de cambiar el nombre de calles, callejuelas, callejones, avenidas, arboledas, bulevares y demás familia.
Con el único objetivo, supongo, que el de dejar en el eterno olvido a rebatidos héroes y hazañas que nada tenían de tales, para los carcamales que tan democráticamente habían sido derrotados sin pistolas ni bombardeos, ni esas ‘cartillas de racionamiento’ tan proclives al estraperlo, sino a base de urnas. Nombres que no solo eran inmerecidos, sino que podían traer enfrentamientos interpares entre los distintos moradores vecinos de tales calles.
No tuvieron otra mejor que sustituir tales nombres callejuelos –que tanto deshonraban el suelo patrio- con otros más afines a los tiempos que corrían, de limpieza, claridad y esplendor. La cosa sigue más o menos igual.
Cambiar, por ejemplo, la calle “Comandante Molina” (que para mí que nadie sabía ni sabe quién era tal tipo, ni qué comanduría llevaba a cabo) por el de “Mariana Pineda” (que por lo que tengo preguntado, tampoco es que sean muchos los sabedores de quién fue y qué hizo la buena señora para merecer una ejecución sumarísima y en toda regla: tener una bandera en su casa que no cuadraba con las ideologías de un fantoche: Los «dioses» y los «colores» de los pendones han derramado casi toda la sangre que empapa la Tierra), ni me parece bien, ni mal; tan solo creo que son ganas de perder tiempos y dineros mientras cuestiones mucho más sustanciales- a mi juicio- quedan en un segundo plano, con un plan de actuación que bien puede esperar ante tan trascendentes cambios de denominación callejera.
A bote pronto, se me ocurren un par o tres de cosas. Limpieza y lavado abundante de disparates cometidos previamente por corporaciones hostiles, con un atronador centrifugado, a fin de quitar la más diminuta macula de indignidad colectiva, aprobada y consentida. Y que no precisen de nuevos retocados nunca más. A bote pronto de nuevo, se me ocurren dos o tres- quizá cuatro- veleidades sin mayor importancia que la que darse se quiera, pero más perentorias que los cambios de nombre callejeril: trabajos más dignos, menos inseguros y borrando toda sospecha de agazapada esclavitud; viviendas para todos aquellos compadres de la intemperie (hijos y nietos implicados) a quienes los bancos no acceden a conceder préstamo hipotecario alguno porque no reúnen las más mínimas condiciones de credibilidad reembolsadora; asfaltos sin baches donde dejarse los bajos o los tobillos; o poder ir distraído por las calles sin correr peligro alguno sin tener que andar mirando de reojo al personal rodeante…y más cositas insignificantes que están todavía verdes y no deben segarse hasta próximas estaciones-elecciones.
Pero, por lo visto, los tiempos y dineros que puedan gastarse en cambios de nombre de calles son cosa más transcendente e imperativa. ¡Dónde va a parar! Con lo bien que van a quedar los prebostes marimandados con tales trueques ante los previstos votantes (cuyo valor de voto dura lo que tarda el papel en caer en el fondo de la urna) consolidadores de las prebendas adquiridas; y benevolentes con tales permutas.
Quizá usted los entienda y hasta los apoye, quizá. Un servidor no.
Ni lo entiende ahora ni lo entenderá nunca. Máxime si quita el nombre – a modo de ejemplo, de nuevo – de “Muñoz Grandes” por el de “Marcelino Camacho” (a quien admiré en mi dulce juventud, no por tomar partido con él, sino por los bemoles que le echó a sus asuntos), o de “Asensio Cabanillas” por el de “Arturo Barea”. O…tantos otros que ni el santoral conoce.
Además de que los cambios tan continuados de empadronamiento resultan asaz impertinentes, e impenitentes peñazos.
¿Acaso no se dan cuenta de que cuando vengan “los otros”, los malos, se harán automáticamente “buenos” y vuelta a empezar? Será como el cuento del “Gallo pelao que nunca se acaba y ya se ha acabao”.
Sin embargo, – y es noticia de primera página en los más prestigiosos medios comunicativos de esta patria nuestra (y tan denostados en otros lares más ¿civilizados?)- , es materia perentoria el cambio de denominación de tantas calles, callejuelas, callejones, avenidas, arboledas, bulevares y demás familia.
Mientras la Justicia no esté por encima del propio Estado –y sus confluencias – no habrá Democracia. Democracia no se reduce a ser “un hombre un voto” en total libertad de decisión…es mucho más.
A alguien, a quien no dejo de amar y que diariamente me está mirando desde dónde quiera que esté y partiéndose la caja con tanto disparate (seguro), le ofrecieron el inmenso honor de poner su nombre a una de las mejores y más conocidas avenidas de mi pueblo; y…aceptó tal celebridad. Pero no con su nombre, con otro muy distinto cuya identidad jamás diré. ¡Por si las moscas! Si será pillín, que ya se olía el cotarro. Y su calle permanece con el nombre que él dispuso. ¡Con un par!
P.S.- Entre otras personalidades, Carmena, Colau (y alguno que otro más) me han parecido, desde su llegada a estos ruedos, personas de mi admiración. Si consienten estos desvaríos de trueques nominativos en placas indicativas de correos y habitáculos, mi entusiasmo por ellas menguará hasta el subsuelo. Claro que igual, si hablo con ellas, hasta me convencen. Pero lo dudo muchísmo, por más insolente que les resulten mis puntos de vista y a mí los suyos.
Me ha encantado. Y la astucia del bienhumorado y admirado de Francısco R me parece digna de una estatua, aunque fuera la de otro, que para la ironía que destilaba, debe ser lo más apropiado.
Pues muchas gracias, amigo Miguel Ángel.
Justicia, tu lo has dicho.
«…Los dioses y los colores de los pendones han derramado casi toda la sangre que empapa la Tierra…. Francısco R Breijo-Marquez…»