Pues sí. Tal y como me lo estaba oliendo desde días previos, no tuve otra mejor que colocarme cómodo en mi sofá blanco ahuesado, esperando a que se hicieran las veintidós horas para chuparme el Debate a cuatro (Debate a 4, se anunciaba). Más o menos de igual forma que me chupé el debate a cuatro previo –ya saben, el de Rajoy ausente-.
Hasta tenía preparado mi traje dominguero de tiros largos para no desentonar con el atuendo de los contendientes a tal cita. Por puro respeto y decoro a tan magno acontecimiento y sus participantes. Y porque soy muy mirado para esas coas, mire usted, que todo hay que decirlo.
En cuanto empezase la porfía, me encasquetaba la vestimenta en un santiamén, puesto que ya estaba duchadito y con muda nueva. El Televisor encendido. Todos (o casi todos) los canales estaban con los previos al excelso evento, por lo que hacer ‘zapin de ese’, hubiese sido necedad.
Los debatientes iban apareciendo a las puertas de la Academia de Televisión a turnos de no sé cuántos minutos –casi milimetrados- entre la llegada de uno y otro. Recibidos, en natural pleitesía, por Navarrete y Campos Vidal. Fotos varias y…para adentro del local (lo que sucediese entre bambalinas no pude verlo).
A Iglesias podía imaginarlo, pero esperaba a Rivera con corbata, francamente. Dados los contextos indumentarios de la mitad de los debatientes, me dejé llevar por mi inseparable acidia y abandoné mis vestimentas de gala en la percha… en ángulo oscuro del salón. Y me repantigué en el susodicho diván con camiseta blanca de tirantes y bañador floreado absolutamente pasado de moda, pero confortable total.
A diferencia del primer Debate a cuatro, aquí vi facistoles protectores. Y tan protectores. No es lo mismo resguardarse tras atriles, que estar en cueros a merced de las cámaras… ¡ni de refilón! (Rivera podría hacer una tesis doctoral al respecto: las manos le revolotean por todos los puntos cardinales, las piernas no descansan ni una miaja…un cataclismo de expresiones no verbales, ¡vaya! Iglesias igual de no llevar boli protector entre las manos (de acá para allá y vuelta a empezar).
Los periodistas moderadores fueron,- a saber, si algún despistado no lo sabía después de tanta matraca-: Ana Blanco, Vicente Vallés y- ¡oh dioses! – mi querido, admirado y amigo don Pedro Piqueras.
La una por la TV pública (¿?), el otro por Atresmedia y mi Pedro por Mediaset. Marcas registradas éstas que se me quedan en la memoria, pero qué desconozco en el más absoluto de los absolutos cuántos canales engloba cada una. Para un servidor – ignorante donde los haya- son la 1, la 2 (Pública ¿?); la 3 y la sexta – que creo están emparentadas- y la cuatro y la cinco –que también creo lo mismo-. Y chimpum, que no tengo –ni ganas- más canales; que esos y unos pocos más que ni me sé, ni buscarlos en ‘mi’ dial- o como se diga- me apetece.
Y esa es la base de este escrito: Don Pedro Piqueras (la 5).
Lo que dijeron los contendientes no lo sé muy bien. Cascaban y cascaban, por turnos establecidos, sin pendencias ni exabruptos dignos de tal acontecimiento. Me aburrían solemnemente, la verdad. A mi gusto, claro está. Dónde se ponga un buen duelo a primera sangre ,- al amanecer o al Sol…- (si no hay sangre como que no mola, por lo visto); un ‘eso no me lo dices en la calle, que me he quedao con tu jeta’, como mandan los canones de la caballería y la pendencia navajera, que se quite toda cursilada tan en boga actual.
Algo dijeron del ‘copago pensionista’ –que me gustó, de llegar a ser realidad, cosa que dudo y mucho -, o de la ‘reforma laboral’ –que también me gustó – o de que votásemos sonriendo (o algo parecido). Pero vamos, que me hacían dormitar en total ronquido escapado.
Al señor Rajoy le adiviné muy sentado, la verdad. Ni me despertaba del dormitamiento. Y al otro, a Rivera, una retahíla permanente de lo mismo que sabe decir – en perfecta oratoria sofista- contra los unos y los otros (es lo que debe tener ser centroprovechista, digo yo).
Total, otro fiasco súper pregonado y pertinazmente cansino.
¡Ahora bien! Lo que me revolvió las tripas de arriba abajo, con su pertinente reflujo, fue el infame ninguneo que le hicieron a don Pedro Piqueras sus dos colegas de oficio.
Nada más y nada menos que a don Pedro Piqueras.
Conozco a Pedro Piqueras desde nuestros más entrañables tiempos de bachillerato en el Masculino- solo eran dos Institutos-. Sexto (y revalida) y COU (Curso de Orientación Universitaria, para los desconocedores del tema). Con sus pelos hasta el hombro, su inseparable guitarra española a la espalda, sus botas y pantalones de militar, y…su bondad y simpatía sempiternas.
Cantando “El Pernales” mejor que Manolo (el cántabro) o Lanciano (el seminarista). Tanto en los más frondosos rincones del “Parque grande” – pura revolución antifranquista provinciana- ( estaban los grises, amigo Enrique), como en el “Nido de Arte” (que ni está abierto, ni se le espera). Comiendo fresas con nata maternas en las largas y tediosas noches de exámenes en casa. ¡Pura bondad, pura simpatía, pura sensatez, pura comprensión y puro profesional en ciernes!
Y ¿Van estos advenedizos (Blanco y Vallés o al revés) e intentan ningunearlo? No sé ustedes, queridos lectores- si es que me leen- pero para un servidor, ni estaban a la altura de su oficio ni de su pura y educada sensatez.
Querido don Pedro Piqueras, si en alguna otra ocasión te pido un autógrafo, no me respondas “dámelo tú a mí cacho cabrón”. En una servilleta del “Tócala otra vez Sam”, me haces un gurrapato entendible y…ya seré feliz.
Que… ¿Quién ganó el Debate de los colindrones? Pues para este seguro servidor por este orden:
1º. Yo mismo. Que tuve el buen gusto –y el tremendo placer- de no vestirme para la ocasión e ir a la piltra antes de la conclusión del ¿debate?.
2º. Don Pedro Piqueras, que tuvo la mesura y el cuajo de mantener sus principios y la sensatez de no pagar con la misma moneda a sus colegas de moderación y prudencia.
3º La Mediocridad. Como siempre.
¡Que sí! Que me lo volví a tragar el puñetero Debate casí entero. La pereza y el catre benévolo me impidieron terminarlo.