Vídeo de la procesión
Fuentesclaras, hace 169 años, a mediados del siglo 19, tenía unas 40 casas mal ordenadas pero, eso sí, con ayuntamiento propio y un presupuesto de 2.000 reales para un pueblo mal comunicado, pobre, con terrenos yesíferos y aguas salobres. Un panorama que nunca asustó a sus moradores quienes, por el contrario, supieron sacar provecho de la tierra a base de esfuerzo.
En la festividad de san Juan Bautista, Fuentesclaras, una pedanía de Fuentenava de Jábaga, es ejemplo de esa España que se fue vaciando a medida que se ponían límites al campo y, como en su día dijo el profesor Martín Muelas, al tiempo que se iban cerrando escuelas que, a su vez, ocasionaban portazos en muchas casas dejándolas huérfanas y en manos del tiempo.
En el interior de la iglesia parroquial, que hace años se abría por dentro con grietas como diaclasas, Juana Alcalde acaba de sentarse en un banco seguro porque, como dice, el de delante tiene clavos que rompen la falda. Cuando era pequeña, celebrábamos la fiesta con la misa, la procesión y el baile. Había baile con acordeón, sólo un acordeonista. Yo tenía 5 o 6 años e, incluso de moceta, también había baile con acordeón. Tocaban en lo que hoy es un solar pero que, entonces, era un salón. Ahora hay muchos solares porque se han ido hundiendo edificios como el horno. Se hundió solo. Era el que a mitad del siglo 19 mantenía el pueblo.
Juana iba a la escuela de Fuentesclaras de pupitres de madera y tinteros de porcelana en lo que, hoy, es Centro Social. Uyyy, íbamos unos 50 niños. Tengo casi 86 años, y eso, íbamos 50 niños. Es que, estaba el pueblo lleno con 50 familias y, si en cada casa había 3 o 4 chicos, pues calcule los que estábamos aquí. Unos 300 habitantes. Éramos todos como una familia y, nosotros, los chicos, jugábamos al escondite, al corro, a saltar a la comba y con las muñecas que hacíamos de trapo. Las hacían mis hermanas mayores porque, las muñecas de entonces, aquí no llegaban. Eran de trapo. Los chicos jugaban a la pelota, al esconde correas, a las chapas, a los cartones y a los alfileres. Escondíamos el alfiler y el que lo encontraba se lo quedaba.
Fuentesclaras estaba comunicado por caminos de herradura con los pueblos limítrofes hasta que, a mediados de los 50, del pasado siglo, se asfaltó la carretera actual por lo que, el comercio, era inexistente al tratarse de autoabastecimiento como dice Juana: al llegar a casa, mi madre tenía preparada la comida que, entonces, era escasa mire usté. No era como ahora que todos tienen de sobra. Patatas, judías…pero teníamos gallinas, huevos, conejos y el cerdo que era el habío de todo el año. Menuda fiesta hacíamos en día de la matazón. Y, para la fiesta, la de San Juan, cada vecino mataba un cordero. Hacíamos una fiesta grande. Y eso que coincidía, casi, con la recolección porque yo he trillao, ¿sabe?. Me subía a la trilla y, ale, a dar vueltas a la parva.
Juana tenía 6 años cuando terminó la guerra y, de eso, ni se acuerda. Solo de cosas que contaban sus padres y los mayores del pueblo. Historias casi de TBO que, luego, hemos visto en el cine. Así que fueron pasando los años, Juana se hizo mayor, el pueblo fue a menos porque los 17 kilómetros que lo separan de Cuenca es, hoy, un suspiro,y se casa en la iglesia parroquial de San Juan Bautista sacada de las ruinas, hace unos años y, como la vida es así, toca disfrutar de sus 4 nietos pero en Cuenca, la capital de la provincia aunque, como dice Juana, viene de vez en cuando a su casa de Fuentesclaras en donde no llegan a tres los vecinos que pasan el año entero aquí.
Hoy, como digo, es la fiesta del patrón y, a la hora de hablar con Juana, ya estamos los suficientes para sacar a la imagen en procesión. A un San Juan que, aunque rodeado de flores, otros años ha lucido ramos repletos de cerezas que, este año, se han helado en esta pedanía de Fuentenava de Jábaga en la que, el Ayuntamiento, invierte más de lo que recibe. Ahora mismo, sus habitantes tienen acceso a la banda ancha, hay servicio de autobús, se han mejorado algunas vías urbanas y, según hemos podido saber, en breve se ampliará el alumbrado público.
La España vacía a la que nadie quiere regresar si no es para la fiesta, un reencuentro, el momento de honrar a los que ya no están y poco más. Los tiempos cambian. Mucho. Comenzó con la mecanización del campo y nos encontramos, a día de hoy, con la etapa en la que, a los ayuntamientos, solo les queda seguir invirtiendo para que, los pocos que se quedan todo el año, como los que vengan a la fiesta, se encuentren cómodos y tranquilos. Así es la vida.