«[…]Tú serás la que me guíe
si tuviera que marcharme
a donde quiera que vaya
nunca yo podré olvidarte.
El día que yo regrese
a mi barrio de San Gil
te diré Santa Quiteria
te diré Santa Quiteria
cuánto me acordaba yo de ti […]. (Estrofa del Himno de Santa Quiteria)
El viernes es sin duda, un día muy especial. Supone el reencuentro de todos los quiterios con su banda de música, con sus acordes, y sobre todo, con sus familiares, amigos y recuerdos. Todo el barrio se reúne para esperar a la música en las puertas del pulmón de Huete, el parque de La Chopera.
De repente, a lo lejos algo suena.
Decenas de bocinas de coches escoltan el autobús de la banda música. Ella será la responsable de dar esplendor a toda la fiesta. Es uno de los componentes esenciales y durante cuatro días no pararán de hacer sonar sus instrumentos y hacer saltar de felicidad a cientos de quiterios.
Cuando la primera nota baila en el aire, las lágrimas de muchos quiterios se unen en perfecta comunión y es inevitable sentir la emoción, los nervios y la sonrisa entre los cientos de miradas cruzadas que bailan cogidas de las manos formando enormes corros.
Las estrofas que abren esta crónica reflejan lo que un quiterio está esperando durante todo un año: volver. Volver a ver a su gente, a reunirse. Para algunos es la única oportunidad en todo el año de estar juntos de nuevo. Y es un sentimiento muy especial. Santa Quiteria lo hace posible.
Mientras el galopeo avanza por las principales calles del barrio se oirán mil vivas, canciones, risas y un buen ambiente entre sus gentes que harán de quien no haya visto nunca estas fiestas, una experiencia que nunca olvidarán. Porque lo que está claro es que quién viene a ver a Santa Quiteria un año…no podrá dejar de hacerlo nunca más.
Otros dos galopeos, uno por la tarde y otro por la noche, darán paso a la verbena que cerrará la noche y dará los buenos días a los primeros rayos de sol del día siguiente: el día más importante de todo quiterio, sábado día de la procesión. Por eso el viernes es inevitable mirar al cielo, cerrar los ojos y pensar: “ay Quiteria, cuánto me acordaba yo de ti”.
Alberto Martínez Bonilla