Cuenca, la ciudad antigua, se agarra a una dolomía que como espina dorsal, va del río al cielo. La decadencia de la mesta, a la que estaba económicamente muy vinculada, significó un largo periodo de recesión que uno no sabe si ha sido cíclico o no porque, desde entonces, no levanta cabeza.
Cuarenta mil, y pocos habitantes más, configuran el censo de población en el año 1986 castigado, como en otras ciudades a las que las industrias no quieren venir, castigado, digo, con una hemorragia migratoria en los años sesenta porque, aquí, el futuro estaba –y está treinta años después-, en el bar de enfrente.
Tres cerros vigías guardan la ciudad: el de San Cristóbal, la Majestad y el del Socorro. Los ríos Júcar y Huécar, que se hermanan en el mismo casco urbano, han labrado las hoces en forma de “V”, en las que los hortelanos han podido poner sus huertas gracias a los aterrazamientos del terreno. Hay otro río, el Moscas, pero como no da nada a la ciudad, se queda en eso.
Cuenca, ciudad eminentemente de servicios, con un polígono industrial (1986) que es un almacén del quiero y no puedo, conserva intacta su ciudad antigua de calles estrechas, de iglesias, casonas, conventos, de museos y de su catedral gótica anglonormanda. De auténticos monumentos. Luego está la Sierra con su potencial que queda, en sus inicios, a unos veinte kilómetros, la Alcarria a la vuelta de un olivo y la Mancha que se extiende al suroeste más allá de un tiro de piedra.
Con motivo de la reconquista de la ciudad por el rey Alfonso VIII en el año 1177, la Plaza Mayor se convierte en escenario de unos festejos cuya tradición viene del año 1581. Por eso, la víspera de San Mateo, el Ayuntamiento en Pleno acude a la catedral a recoger el Pendón de Cuenca que, el Cabildo, ha guardado todo un año: esta es la bandera con la que Alfonso VIII conquistó la noble ciudad de Cuenca. ¿Prometéis pleito homenaje y devolverlo mañana en la misa mayor?, dice el canónigo al concejal más joven quien responde, así lo prometo y así lo haré.
Pero la fiesta no sería nada sin la aportación de las peñas, elemento fundamental que aparece en el año 1979, y no sin problemas por algunos residentes de la Plaza Mayor que consideran a la fiesta como suya y de ahí que, el alcalde, Andrés Moya, realizara estas declaraciones aquél mismo año: el Ayuntamiento, consciente de que había grupos o agrupaciones que se querían organizar, propició la organización de estas peñas aunque no sea un hecho tan novedoso porque, cuando era muchacho, subíamos los de Fermín Caballero o La Ventilla a divertirnos juntos. Se le ha dado una forma, la participación es mayor y estamos muy satisfechos con ello.
Se trata de una fiesta instituida por don García de Busto y Villegas en el año 1581 cuando, a través de un bando, se manda que en la víspera, en la noche, todos los vecinos de esta ciudad pongan luminarias en las ventanas y se hagan hogueras por calles y plazas y que, al otro día, el del glorioso Santo, que cabildos y cofradías vayan con sus pendones y cruces a la iglesia mayor, de donde saldrá la procesión solemne dando gracias al Señor por tan gran merced. También sea ordenado que haya fiesta de toros la víspera del glorioso Santo y en el día, que haya regocijos y máscaras, al cabo del cual, se deje de hacer esto”.
23:15 horas. Antigua oficina de recaudación
En el ayuntamiento, en la antigua oficina de recaudación de impuestos con ventanas al Júcar, se ha reunido un grupo de personas que, entre curiosas y creativas, levantan expectación: vamos a hacer el cartel humorístico cachondo-vacilón de las fiestas de San Matero 1986, en el que estarán representados todas la gentes que, en la vaquilla, ha tenío nombre y categoría por los siglos de los siglos amén. Irán dibujos pictóricos del amigo Pedro Romero Sequí que, como siempre, serán alegóricos y cachondos propios del momento, dice José Luis Lucas Aledón, cuyo rostro, medio se esconde en una especie de caricatura amish
A las doce de la medianoche, Pedro Romero Sequí no tenía ni idea de lo que iba a hacer. No, no. Pero con mi amigo José Luis, pronto aparecerán, dice entre risas mientras fuma un cigarro puro que alguien le ha regalado al tiempo que toma posición ante el enorme pliego de papel: esto va rápido. Lo primero que vamos a dibujar es Feria Taurina de San Mateo.
El pregonero, Pedro Eduardo Pérez Jiménez, no ha encontrado pita alguna que pueda caracterizarlo como tal. Ya no hay luminarias aunque podría haberlas. Solo queda vaca y vino. Diré muchas tonterías y, siguiendo un poco la línea de Lucas, seré poeta bohemio y loco. Y para curar la resaca, vente tempranico a la fuente del abanico, dice Pedro Eduardo al tiempo que afirma ser un enamorado de todo lo que sea Cuenca.
Entre bocatas, cubatas, alguna copilla de Fundador y poca gaseosa, se nota la presencia de Marino, Juan Ángel y Francisco. Marino lleva once años en eso de la maroma. Hacen falta músculos y sobre todo correr. Juan Ángel es Lobo. Empezó a los dieciocho y tiene ya treinta y cuatro, me dice. La maroma hay que saber llevarla y correr muchismo. Llevarla por encima del hombro de la vaca y que vaya un poco floja pero, siempre, hay que arrimarse.
Francisco, sobrino de Lobo y de Antonio Manazas es el más joven. He heredado esto porque se pasa de familiar a familiar y lo que me extraña es que seamos los de San Antón los que saquemos a la vaca. A mí me metió mi hermano a los dieciocho años. Me gustaba tanto esto que, al final, conseguí sacar la vaca, dice Lobo. El dinero es lo de menos. Lo más es la afición que tiene uno ya y la tradición. El dinero no cuenta.
Son seis maromeros que se van turnando de dos en dos. Y si la vaca corre mucho, se cambian en la anteplaza, la bajan hasta el estanco y a subirla otra vez. Hace dos años la subimos al Ayuntamiento. Hay peligro, pero por la gente. Menos mal que año tras año nos vamos conociendo y ya sabemos quién va de malo, dice Lobo. Y luego el asunto de que cierran el estanco y, claro, bajas solo con la vaca y, de repente, hay que volver y te ves frente a ella sin ningún cobijo.
Fernando, Jacinto y Molina aparecen con bocadillos. Fernando Herráez es el Teniente de Alcalde y responsable de festejos: estaremos aquí toda la noche, sí, hasta que mañana, a las siete, salgamos a por las vacas y, ¿horas de dormir?, pues sacaremos siempre unas cuatro horas, dice. La vaquilla de San Mateo es lo mejor que existe en Cuenca, dice Molina, vaquillas y Semana Santa. De las ferias, paso. Los que vivimos en la parte alta vivimos esto a tope.
Javier, secretario de Festejos va y viene. Está en todo. Pendiente del recorrido de las vacas, de las cuadras, del concurso de dibujo, del de cucañas, del rompe botijos, tira garrotes…Hay otra comisión -además de la del propio Ayuntamiento- que vive la vaquilla de otra manera convirtiéndose, así, en el alma de las fiestas de San Mateo. Gente desinteresada, amigos que, curiosamente, están aquí esta noche preparando todo al tiempo que abaratan costes: pues así es pero, este año, nos va a costar la friolera de tres millones, cien mil pesetas, dice Fernando. El ganado ha subido porque, antes, eran alquiladas y ahora se compran. Por la venta de la carne nos dan diez mil pesetas, los chiringuitos dejan doscientas cincuenta mil, poco. Pero esto debe ser así. Es la fiesta más característica de los conquenses y, el Ayuntamiento debe volcarse en esto aunque yo quitaría cosas de San Julián y aumentaría más esto, añade Fernando Herráez.
“Luca Aledoni” (Lucas Aledón) va de un sitio a otro mientras el cartel toma forma. Se trata de hacer una exégesis profana. Un cartel histórico apologético sobre el santo Mateo porque, si san Julián era popular por santero, San Mateo lo fue por recaudador y, por eso, es popular, dice Pedro Romero. ¿Pintamos el barrio de San Martin?, pintemos el Barrio de San Martín. Véase la casa de Torayas, la casa de los maestros…
“Luca Aledoni” junta letras y frases como puede en un boceto de lo que será el cartel. Unas notas dedicadas a la gente de la plaza, de un limpio humor y con una pequeña puya a lo político porque, menuda puya tiene ya Cuenca con Mangana. La puya de Cuenca es Mangana. En ese boceto, ya está casi el primer punto completo: los reconocidos empresarios con larga y divina trayectoria que son, Pepito Algarrame que me caigo y su hermano Eduardo, Julianito Botes licenciado y jubilado de la garrafa, Pepito el Salonero, Churruca, heredero de Copita, Meamostos y Patola y la Emilia, que sirve como secretaria, dictan y dicen: nómbrase guarros de cuadra a Chule el Gordo y a Julito el Mendocio. Lo demás es mejor que vengan y lo lean mañana, dice Lucas, porque la gente se encontrará con un cartel que lleva tres apartados debajo de la vaca: un ángel y caricaturas y, paralelo a todo ello, circulará la Gaceta Vaticana con montajes fotográficos y textos llenos de sátira.
Siete de la mañana. A por las vacas.
El bar de Vitaliano era el punto de reunión, a las siete de la mañana, para ir a la Osilla, un paraje cercano al Puente Palmero en donde, las vacas, de la ganadería de don Jesús Andréu, esperaban tranquilamente sin que supieran qué iba a ocurrir. Sí, soy ganadero de toda la vida. Nuestra trayectoria es familiar y sigo los pasos de mis bisabuelos, abuelos y padres. Creo que es el año que mejor lote he podido preparar y hay vacas de todas las edades: de tres, de seis y de diez años, dice don Jesús. La tentación vive arriba y hay que preguntarle por el cambio que experimenta el ganado de estar aquí, en la finca, a lo que sucederá después: Sufren muchísimo. Desde el momento que pasan al camión y las atan, las sujetan, pues se reduce un 40% el rendimiento que puedan dar.
Para embarcarlas, unos nos hemos colocado en un altillo del corral mientras, el camión, queda aparcado en la boca del túnel. Los de siempre, los que saben de qué va la cosa y ayudados por los vaqueros, llaman al animal incitándolo a que, a través del túnel, entre en el camión. Voces, el ruido de las palmas de las manos golpeando algunas chapas, jaleos, ¡ehh, vaca! nos lleva casi a un silencio lleno de satisfacción porque, el trabajo, está casi hecho. La mañana va bien, me dice Fernando Martínez, Meamostos, que lleva esto de San Mateo en la médula. Me he puesto las botas camperas ya hasta el lunes en que llevaremos a las vacas al matadero. Son días en los que a la familia apenas la ves porque incluso comemos en la Plaza. Hoy gachas, mañana carne con ajos, el sábado patatas guisadas y el domingo judías. Los almuerzos también están programados: huevos fritos con jamón, asadura, el sábado concurso de gachas y el domingo forro regado con buen vino. No. Mis hijas no van. Tienen Trece y once años. No les pasa lo que al padre porque yo, a sus año, ya corría la vaca. Fernando me dice que todo esto ha cambiado muchísimo. Ahora las vacas son de casta y las de antes eran de labranza. El piso no es el mismo y el ambiente nada tiene que ver. Entonces, en todas las casas había zurra y galletas pero, eso, se ha perdido. Se ha cambiado por el vino.
Román Martínez lleva las llaves de los toriles y es el encargado de atar a las vacas. Ya estuvo haciendo esto con Leonardo cuando tenía 8 años. Yo no cojo las vacas porque vienen ya cogidas desde la Osilla. Ahora les ponen otra maroma cuando vienen y, con Honorio y su hijo, las vamos atando. Ea, aquí a ayudarle, dice Honorio. Nunca ha ocurrido nada. Aquí en las cuadras no pasa nada. Es muy difícil porque, las maderas, las tablas del vallado, van muy unidas.
Lo que sucedió a continuación, descargar a las reses y llevarlas hasta las cuadras, poca gente lo ha visto. ¡Mecagüen la madre que parió al vacuuucho!, dice alguien. ¡Tírale tú, Fernando!.¡Quietooo!.¡Vaaca!
La vaca, sujeta por la testuz por dos maromas, por dos sogas de las que estiran los maromeros en direcciones opuestas para evitar la arrancada o que se vuelva, no quiere entrar pero, al final, va a la cuadra en la que, antes, almacenaban carbón. La primera es la que peor pasa, me dicen. ¡A ver si mete el cuerno por ahí y te da en la pierna!.
La calle del Colmillo se ha quedado desierta aunque, por ella, no abunda la gente y menos en un día laborable. Las vacas han quedado en las cuadras con pesebres llenos de paja y agua y ya, aunque huele a vaca, tropezamos con la hora del almuerzo mientras cerramos puertas. Huevos fritos con jamón. Las máquinas de escribir estampan letras en las oficinas y, casi nadie, se ha percatado de que diez personas han sido capaces de llevar a cabo este trabajo, que es pasión, para que miles de conquenses disfruten de una fiesta que, sin saberlo, es gracias a ellos. Ahora toca la segunda parte. Ponerse delante de las vacas y a correr sin un gramo de alcohol en el cuerpo.