Hay mañanas en las que mejor no leer periódicos. La mayoría de ellas. Pero esta especie de perversión congénita que todos – o casi- llevamos dentro y que afloramos como un placer con el sufrimiento, te inducen a ello. Masoquismo le llaman muchos. Yo también.
He de rebuscar por todo el diario –ratón para arriba/ ratón para abajo- si quiero ver y leer alguna noticia amable.
Verbigracia, que Belén Esteban (¿se acuerdan de ella?) vende muchos más libros que Alejandro Castroguer –por ejemplo- o que el mismísimo Javier Marías.
De éste último no sería de extrañar; me tuvo el payo leyendo tres capítulos de uno de sus libros, que ni recuerdo el nombre para fastidiar, ante la dubitación de su personaje principal a la hora de cómo dejar el domicilio ajeno sin pasar a ser sospechoso de la muerte fortuita de una mujer, con niño en habitación adyacente, a la que se iba a zumbar en su casa, que no se zumbó –porque la palmó de un paparajote inesperado e inoportuno antes de consumar el acto supremo del placer sublime – comiéndose el la azotea con decisiones y contradicciones a la hora de poder pasar desapercibido y ahuecar el ala de la casa sin que niño, vecinos cotillas y esas cosas parecidas se dieran cuenta de su presencia en el hábitat del pecado. ¡Tres capítulos, como tres fanegas!
¡Más de sesenta páginas desperdiciadas en mis lisiadas meninges con unos : “me voy-no me voy-llamo a la pasma-adopto al niño- o me voy a tomar… y vuelta al principio! Insufrible.
Estuve a un trís de cargármelo yo y aposentarlo junto a la finada en posición indecorosa y hacerles la fama de los amantes de Teruel en hortera. Como es lógico y natural cerré el libro en golpetazo certero y definitivo, y nunca más supe del autor. Por muy académico que sea, e íntimo amigo del Reverte. Si acaso, le leo en algún artículo suyo en el País Semanal. Pero poco.
No, de este último no sería de extrañar que le supere en ventas la tal Belén, a mi gusto. Pero del primero, de Alejandro Castroguer, podría a llegar a molestarme. Es bastante desconocido por lo que tengo yo hablado con la gente cultureta con quien muy de vez en cuando me rodeo a fin de hacerme más sabio y más redicho (si es que eso cabe, según me cataloga mucha parte de la peña conocida). Les pregunto por él y, como el que oye llover, oiga, no lo conoce casi ni dios. Sin embargo, la lectura de su «GLENN» es la delicia de cualquier lector apartado de tanto templario, santogriales, sortilegios, códices bizantinos, brujas, herejes, hogueras y edades medias en general –altas, bajas y normales-. Todo aquel lector que ame la música, en este caso la llamada clásica, disfrutará treinta capítulos dejándose acariciar por cada uno de ellos. Y si, además, es amante de la interpretación del mejor pianista del siglo XX («Glenn Gould ») ya es para ni contarlo.
Una breve biografía inventada sobre el genial interprete, no solo de sus “Goldberg Variations” o su “Steinway CD318”, sino de sus manías e hipocondrías. Hagan lo que prefieran pero yo…he disfrutado a base de bien. Mucho más que con la Belén Esteban. Como se lo digo a ustedes (para la buena verdad, no he llegado a leer a la muchacha).
Pues bien, hoy ha sido una de esas mañanas en que mejor hubiese sido largarme con viento tenue, sin abrir el ordenador y ojear mis diarios habituales, a tomar mi místico e inexcusable ‘solo corto’ en mi Careus. Y hacer mi rutinaria caminata de cuarenta y cinco minutos –mínimo- diarios descubriendo constantemente las callejuelas de mi pueblo, al que creía conocer y desconozco en absoluto. Para mi asombro e infortunio.
Me pongo a ojearlos (hojearlos no puedo ya) y me sueltan en todos los morros – y sin previa preparación anímico-mental – dos muertes que me han llegado a lo más hondo de la barriga.
La primera es la de don Miguel de la Quadra-Salcedo, hito e ídolo de mi infancia. A los 84 tacos, eso sí. Cumpliendo con la esperanza de vida española para no romper las estadísticas de mi admirada e incontrovertible OMS. En su casa, con su gente. ¡Como debe ser!
La segunda es la de “Pancho”. Un perrito que me hacía las delicias al verlo en la teuve escapando de la tiranía de su dueño con el boleto de lotería que le había birlado al susodicho después de hacer las cosas normales que hace un perro: hacerse el muerto con un disparo del dedo índice, traerle las zapatillas, hacer las camas, la colada, ir a la compra, traer el periódico, buscar en ‘páginas de contacto’ para solaz de tan cruel opresor (…)
¡Lo normal ‘pa un perro’!, decía el asqueroso (gran actor, por cierto de cuyo nombre nunca supe). Hoy me enteré que su verdadero nombre era “Cook” (cocinero, de toda la vida). Con lo bien que le sentaba el nombre de “Pancho”.
En fin, como decía no sé quién: No somos nadie; y menos que vamos a ser.
Las demás noticias no me han resultado interesantes, más bien insistentes:
Que si vuelven a tirarse de los pelos entre unas facciones políticas y otras porque no han “cogido” a tiempo la epidemia de enterococos (en mi Pueblo se lió la de dios es cristo porque las acciones políticas de unos y otros no se habían cargado a una ‘salmonella’, mala-mala; y que no me vengan con Prevenciones, “Dignificas” “Selectas” y más tontás, ni los unos ni los otros. Que no sirven para nada que no sea engordar al ficticio pavo real de turno). Que si el pollo que se está liando con la copa del rey y las ‘esteladas si/ esteladas no’ (otra vez Catalunya, comprometida por su más que mal entendida identidad). Que si las elecciones del “veintitantos J” y las peroratas de los guerreros bocachanclas acostumbrados (“Elecciones Blancas”, se van a llamar, de tanta urna vacía o con sobre níveo e inmaculado…ya verán)
Vaya, que me han puesto tristón esas dos pérdidas. Que se me han ido dos tótems– de infancia y madurez- que hicieron oídos sordos a mí natural e innata iconoclasia: y los que se me irán. Miedo tengo, ¡mira que si soy yo el próximo!
No por Dios…que tengo que cumplir con las estadísticas de esperanza de vida española “omsenianas” (o como se diga).
¡Adiós Pancho! ¡Adiós don Miguel!
Este escrito es, nada más, un pequeño, humilde y sentido homenaje a dos ídolos de este iconoclasta convencido, convicto y confeso.
Allá dónde quiera que estén, seguro que no dejarán indiferentes a sus compañas.
Poco te puedo orientar en tu lectura. Mucho echaré de menos a Miguel y Pancho, sobre todo a Miguel, icono de mi juventud.Lo de las banderas, pos que quiere usted que le diga, pos es una forma de tapar otras cosas que se hacen en la sombra, véase SS catalana. Que quieren las esteladas al viento, pos que las pongan, creo que harán más el ridiculo paseándolas por Madrid (Madriz en la nueva zarzuela) que llevando las escocesas. Pero bueno, querido amigo, si se divierten así … pos vales, pos m´alegro.
En el fondo- amigo Enrique- les echaremos de menos por unos cuantos días y con tendencia a la baja. Pasado un tiempo, poco, nos lo traerán a la memoria algunos puntazos anecdóticos y puntuales que nos harán decir…¡Ah, si! ¡Que grandes personajes y «cómo les echo en falta»! En menos de lo que tarda un suspiro en existir, pasaremos a otras cosas sin detenernos a pensar lo realmente que les echamos de menos. Ambos cumplieron con la «expectativa de vida» en España según los datos infalibles de la OMS – (¡¡¡La cuarta mejor del Mundo!!!, gracias a las políticas sanitarias tan bien construidas y gestionadas por verdaderos talentos en la materia, excluyendo a los de tu querido oficio, por supuesto) -. ¿Orientar en la lectura? creo ser un lector patológico, adicto sin remisión, y pienso que no puede orientarse en esos temas (lee Glenn, te encantará, ya veras). Patológico y exhibicionista bronquero es lo de las «esteladas»: Trapo recién pintado para que charnegos al paño muestren a España que «Catalunya is not Spain»…así…en inglés, haciendo patria. Mil gracias de nuevo por tus magníficos y cierto comentarios.
Y oléeee